Afortunadamente, como los de mi generación, no he vivido una guerra, pero eso no me impide comprender que además de incontables sufrimientos las guerras someten a sus víctimas a la maldición de no tener a su alcance soluciones intermedias. Dejan poco espacio, o ninguno, entre ... el blanco y el negro; entre el atacar y el defenderse, matar o morir. Sería magnífico que lo que digo no fuera cierto, porque eso me permitiría unirme a quienes, ante un dilema colosal como ese (atacar o defenderse; matar o morir), plantean alternativas diplomáticas, o a largo plazo. Es verdad que son siempre las más convenientes, pero también es verdad que justamente lo son cuando no hay guerra. Cuando hay guerra no hay plazos, porque otra de las maldiciones de una guerra es que suprime el porvenir: todo es presente y urgente, el futuro acaba ahora mismo. ¿Qué plazos puede haber en la guerra si consiste en hacer de la muerte una posibilidad inminente?

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Veo los miles de personas tratando de protegerse de los bombardeos bajo un puente en Kiev mientras esperan para abandonar la ciudad sometida a la artillería rusa; veo el éxodo hacia los países fronterizos de centenares de miles que bajo un frío inclemente buscan un futuro lejos de sus casas precisamente porque en ellas no lo hay. Mientras contemplo este espectáculo de horror a este lado del televisor, sinceramente no tengo el cuajo suficiente para decirles que tengan paciencia, que están en esa situación porque les ha tocado vivir la cara más amarga del mundo, pero que otro mundo en que no haya cabida para esa guerra será posible, ya verán, cuando la diplomacia logre calmar la voracidad imperialista de Vladímir Putin.

Decirles a los ucranianos que no les conviene que les demos armas para hacer frente a sus agresores no es propio de cínicos, sino de desalmados, así que mi particular 'No a la guerra' está mejor representado por quienes les mandan armas para que se defiendan que por los que fían resolver este conflicto solo con diplomacia. Dudo que quien bombardea una central nuclear, quien tirotea a civiles mientras huyen aspire a retirarse del país invadido por gestiones diplomáticas a las que ha renunciado de antemano desde el momento justo en que ordenó la invasión.

Quienes hoy dejan tirada a Ucrania son los mismos que, en 1936, dejaron tirada a la República

Y me duele que quienes hoy renuncian a enviar armas a Ucrania hayan olvidado nuestra propia historia. No consigo desentrañar el atajo moral que habrán tenido que construirse quienes no quieren contribuir con armas a la defensa de los ucranianos invadidos por Rusia y al mismo tiempo no traicionar la II República cuando, al inicio de la guerra, se vio abandonada a su suerte por Inglaterra y Francia, que renunciaron a apoyarla con armas mientras los sublevados gozaban del arsenal que Hitler y Mussolini les pusieron a su disposición para, entre otras cosas, llenar las cunetas de cadáveres. No me quito de la cabeza que estos que ahora dejan tirada a Ucrania son los mismos que en 1936 dejaron tirada a la República en una ocasión en que solo el México del presidente Lázaro Cárdenas se implicó a fondo en su defensa y le asistió con las armas que tenía y con las que se pudo hacer. A Ucrania le sobran Francias e Inglaterras como aquellas y lo que necesita son más Méxicos como aquel.

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