
Winter is coming
Algo no encaja y cabe preguntarse por qué se está produciendo un «revival» turístico de esta magnitud en una situación tan escasamente propicia
IRENE SÁNCHEZ CARRÓN
Domingo, 26 de junio 2022, 09:11
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IRENE SÁNCHEZ CARRÓN
Domingo, 26 de junio 2022, 09:11
En las últimas semanas se está produciendo un fenómeno paradójico en torno a las próximas vacaciones que merece una reflexión. Todos los operadores, las agencias, ... las reservas hoteleras, la ocupación de los vuelos, los festivales de música, las casas rurales, los viajes organizados, la afluencia de extranjeros, el paso del estrecho de más de dos millones de magrebíes tras cruzar la península, todo, en fin, lo relacionado con las previsiones turísticas hace pensar en un verano récord en el sector. Incluso la demanda de profesionales de la hostelería o la desorganización en los aeropuertos europeos apuntan en esa dirección. Empresas como Airbnb, Logytravel, Booking, Xpedia, plataformas de búsqueda de vuelos como Trabber o Skycanner están echando humo en la red, adelantándose a lo que está siendo otro tórrido verano, habida cuenta de las temperaturas que ya hemos soportado. Además, quienes hayan tenido la oportunidad de viajar en los últimos meses a algún destino turístico o capital europea han podido comprobar que algo se está cociendo en este sentido.
Todo este trajín contrasta con un contexto económico a nivel global verdaderamente preocupante, agravado por varias cuestiones a cuál más seria: la guerra en Ucrania, la crisis de la energía, la inflación desmesurada, la precariedad laboral, el desabastecimiento de materias primas y dispositivos y, cómo no, las secuelas de una pandemia que no acaba de abandonarnos, a la que han seguido otros virus como la viruela del mono. Todo ello sin nombrar terremotos, erupciones volcánicas, sequías persistentes, incendios, filomenas y un largo etcétera de contratiempos naturales, pues la naturaleza no está por echar una mano, o nosotros por no echarle una mano a ella.
Algo, pues, no encaja y, por consiguiente, cabe preguntarse por qué se está produciendo un «revival» turístico de esta magnitud en una situación tan escasamente propicia. «No estoy para fiestas», ha dicho el presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, al presenciar el desmesurado histrionismo fiestero en apoyo de su vicepresidenta Mónica Oltra. Sin embargo, se ve que la gente sí está para fiestas. Si miramos la historia, a muchos periodos difíciles y oscuros les sucedieron breves años de excitación. Ahí están los felices años veinte, que no dejan de ser un periodo entre guerras. Algo similar está ocurriendo ahora, aunque con matices distintos. Tras los relativamente recientes tiempos de confinamiento que todos hemos sufrido, el personal ha visto las orejas al lobo y se ha afiliado al «carpe diem» sin querer mirar un poco más allá, sin asomarse al abismo de un frío invierno sin gas y con la gasolina a más de dos euros. «¿Tan largo me lo fiáis?», le respondía Don Juan Tenorio al espectro de su suegro cuando este le amenazaba con el futuro y la muerte. El común de las gentes, con un frenesí inusitado hasta la fecha, va a gastarse lo poco que ahorró en la pandemia pensando en el hoy y desconfiando del incierto mañana, por si acaso viene otro volcán u otro virus que nos obligue a encerrarnos nuevamente en casa, forzándonos a ver la vida por la ventana o la pantalla. Esa inquietud, forjada en los oscuros días de confinamiento y en la constante ruptura de expectativas, nos han hecho ver la vida de otra manera. Ahorrar, ¿para qué?
'Winter is coming', se titulaba el primer episodio de la conocida serie de ficción medieval Juego de Tronos, y es una frase que se repetía a menudo en distintos capítulos, como una amenaza constante. Parece que se adelantó, como si fuese un augurio, a la crisis energética. Pero, en fin, más allá de los problemas que puede acarrear la falta de previsiones, resulta natural este bullicio prevacacional. Tras un periodo de pantallas, plataformas televisivas y abrazos virtuales, la gente siente la necesidad de recorrer miles de kilómetros para dar un abrazo a sus familiares, mojar sus pies en el agua del mar, disfrutar de la casa del pueblo o celebrar un bautizo antes que el niño vaya a la mili. En un reportaje reciente, los organizadores de varios festivales de música que se celebran a lo largo de todo el país reflexionaban sobre el escaso éxito que habían tenido los conciertos a través de internet, pese al desarrollo virtual de las herramientas tecnológicas. Nada era comparable, decían, a sentir las vibraciones de la música en directo.
Un visionario fue nuestro Garcilaso: «Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre». Nunca me había puesto a pensar en la actualidad de las metáforas renacentistas de cara al frío invierno. Dejaremos atrás esta vida en diferido, aunque nos cueste la ruina. Recorreremos todos los kilómetros que hagan falta a dos y pico el combustible, abusarán de nosotros en los hoteles, con unos precios desorbitados, nos darán gato por liebre, pero, aun así, por breves días, brindaremos por haber dejado atrás un tiempo tenebroso e iniciar una nueva etapa, aunque esta sea incierta. Como los músicos de la orquesta del Titanic, seguiremos tocando mientras el barco se hunde.
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