
Un Womad como el de siempre pero con menos polémica
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ANÁLISIS ·
Las críticas recurrentes al festival se han suavizado este año, aunque el formato, el cartel y el botellón siguen sin cambiosCuando el Womad se daba por sentado cada primavera no había año que no estuviera en entredicho. Que si se había perdido la esencia de ... los inicios, que si se había convertido en un inmenso botellón, que si la calidad artística dejaba mucho que desear, que si el formato no era el adecuado... Pero lo que estamos viendo estos días en Cáceres demuestra que el síndrome de abstinencia después de tres años sin festival era tan grande que la participación está siendo especialmente masiva –algo que podía esperarse, sobre todo con tan buen tiempo–, y además las críticas recurrentes han sido acalladas por las ganas de volver a juntarse y pasarlo bien.
¿Qué ha cambiado? Pues al margen de que llevábamos sin Womad desde 2019, nada en realidad. Todos los años los organizadores intentan introducir algunas mejoras y lanzan mensajes apelando al civismo, pero el modelo de festival es el mismo de las últimas ediciones, las actividades son similares, se sigue haciendo de la Plaza Mayor un macrobotellón y el cartel de artistas es de un corte parecido al de siempre: músicos desconocidos para el gran público, pero que basta con una sencilla búsqueda en internet para comprobar que una buena parte de ellos tienen calidad y reconocimiento internacional, cada uno dentro de su género. El año pasado Luis Salaya pidió incorporar algunos nombres más populares, pero una vez más se demuestra que no hace falta porque ya sabemos que la inmensa mayoría de la gente no va al Womad por la música, sino por el ambiente y el tirón que tiene la marca en el imaginario colectivo. En ese sentido puramente cuantitativo no cabe duda de que el modelo funciona. Que más allá de eso el Womad sirva, como presume, para abrir las mentes y promover la multiculturalidad y la tolerancia, es otro cantar.
Con todo, la peor cara del Womad de Cáceres sigue siendo el macrobotellón. Es desoladora la imagen de la Plaza Mayor convertida en un mar de botellas y bolsas de plástico al final de los conciertos, mientras los contenedores repartidos por todo el recinto se quedan casi vacíos. El servicio de limpieza trabaja a destajo para conseguir el milagro de que a primera hora de la mañana la Plaza luzca de nuevo impoluta, pero habría que afrontar de una vez por todas este problema porque daña el prestigio tanto del Womad como de toda la ciudad. Los llamamientos al civismo tienen buena intención pero está comprobado que no sirven si no van acompañados de alguna medida más concreta, que nadie parece atreverse a tomar.
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