Si hace un año nos dicen que hoy, 24 de enero de 2021, estaríamos discutiendo si es mejor que el toque de queda se adelante de las diez de la noche a las ocho de la tarde no hubiéramos entendido nada. ¿Toque de queda? ¿Qué ... es eso? Un concepto que la mayoría de los españoles solo habíamos oído en las películas de guerra o en las informaciones de países en conflicto y que hoy es tan común en las conversaciones como el último gol de Messi.
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Hace un año y un día, el 25 de enero de 2020, este periódico llevaba en su portada una gran foto de la explanada de Wuhan plagada de centenares de excavadoras que se afanaban por allanar el terreno para construir un hospital en diez días. Recuerdo que en la reunión que tenemos los jefes de la Redacción para decidir los temas del día que van a portada tuvimos dudas sobre si llevar la foto a la primera página o no. ¿No nos estaremos pasando dándole tanta relevancia al problema? La foto, muy buena, ocupaba media portada. Nuestras reservas venían de que, aunque solo un día antes China había confinado a 32 millones de habitantes, también publicábamos en titulares que la OMS descartaba declarar la emergencia internacional. Era «demasiado pronto», decían sus responsables.
Su director general, Tedros Ghebreyesus, el doctor al que hemos visto sudar con cara de pánico en tantas comparecencias ante la prensa, mostraba su confianza en que las medidas tomadas por las autoridades chinas fueran «eficaces» y «de corta duración». El coronavirus era todavía un problema de China. Y China estaba muy lejos. A la vista está cuánto nos equivocamos todos, empezando por la OMS y siguiendo por los gobiernos de todo el mundo. Ya hemos sumado dos millones de muertos y la pandemia no remite.
He recordado la construcción del hospital de Wuhan cuando he visto las imágenes de los militares allegando colchones y camas en los pabellones de IFEBA, la institución ferial de Badajoz que se quiere reconvertir en hospital ante el avance de los ingresos. Tampoco nos lo hubiéramos imaginado hace un año. Hasta hacíamos chistes con la diligencia de los chinos en la construcción de hospitales. El avance de la pandemia, esta tercera ola que amenaza con ser tan mortífera como la primera, nos obliga a actuar como a los chinos hace un año: tenemos que montar contrarreloj un hospital por si los contagios se desbordan y los hospitales con que contamos no son capaces de acoger a todos los enfermos.
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Es cierto que tenemos la esperanza de la vacuna. La ansiada vacuna ha llegado y, a medio plazo, todos podremos inmunizarnos. Pero la buena noticia de que las vacunas son efectivas y se están distribuyendo se ha oscurecido por el abuso de algunos políticos y cargos sanitarios que se han saltado la cola.
Es difícil de entender su desvergüenza cuando hay millones de personas vulnerables por su edad o sus dolencias esperando ansiosas su turno para vacunarse. Personas mayores a las que cada mes que pasa sin poder ver a su familia es un mes que le roban de vida. Si queremos que los ciudadanos confíen en las instituciones, en que la vacunación se va a hacer con criterios objetivos, tendrían que cortar el favoritismo.
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Todos en cola, por orden de edad, para vacunarnos y acabar con esta maldita pesadilla que empezó en Wuhan y ha provocado que los pabellones de Ifeba pasen de dedicarse a exponer muebles y trofeos de caza a albergar tanques de oxígeno para que los pacientes de covid recuperen la salud.
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