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Es difícil que Jason Statham caiga mal. Sus personajes apenas hablan. Actúan y se dejan de tonterías. Generalmente son tipos duros pero entrañables, con principios férreos y el cuerpo de granito, que reparten justicia a su manera. A la hora de cumplir con la ley, se saltan algunos trámites burocráticos, incluso la presunción de inocencia, pero el ojo por ojo, la venganza y el «donde las dan, las toman», es lo que vale. Lo demás es puro artificio. 'A Working Man' va a lo que va, sin atajos ni recados morales. Esto es lo que hay. El intercambio de mamporros es el espectáculo. Bienvenidos a la orgía de violencia desmedida, frases lapidarias y fruncimiento de entrecejo. La excusa para la fiesta de tortazos y hemoglobina es sencilla: alguien secuestra a quien no debe. La hija adolescente del jefe de obras de la construcción donde trabaja el rostro de 'Transporter' es la víctima. Una red de tráfico de mujeres rapta en un garito de mala muerte a la chica equivocada y, al tirar de hilo, aparecen la mafia rusa, narcos en moto y megalómanos adictos a las armas y las sustancias ilegales. Todo un entramado criminal al que pone en jaque un solo individuo, cuyo pasado como militar resurge y explota como un cargamento de dinamita llevándoselo todo por delante. Menuda apisonadora.
A Statham le queda genial el casco de obrero en la cabeza. Te lo crees. Se lo coloca como un trapero viste la visera de marca sobre la mollera. Las manos encallecidas, el alma atormentada tras la muerte de su mujer y un temperamento irreductible. Su labor como padre, con una hija pequeña, se ve en entredicho debido a un pasado violento que brota de nuevo irremediablemente. Los roles que encarna el bueno de Jason siempre se la juegan todo en su defensa del débil. Implacable, arriesga el pellejo y las visitas racionadas a su descendencia. A cambio, da la vuelta a la pirámide. Desde abajo, pone contra las cuerdas a los de arriba. Películas como 'A Working Man' te reconcilian con el cine comercial de acción. Disfrutar con lo que acontece ya es una cuestión de gustos y preferencias. No inventa absolutamente nada y el desarrollo de los acontecimientos es lo de menos. Hay incoherencias continuas en la supuesta investigación del secuestro, según los villanos van pagando por sus pecados, porque lo importante es el castigo final. Dirige el cotarro David Ayer, al que le salió algo más simple, aunque igualmente efectiva, su anterior colaboración con Statham: 'Beekeeper. El protector'. A veces son filmes indistinguibles. El guion lo firma el realizador al alimón con Sylvester Stallone, nada más y nada menos, con lo cual ya está todo dicho.
Ayer, que firmó la alabada 'Fury' aka 'Corazones de acero' y patinó con 'Escuadrón suicida', no se esmera demasiado con la cámara en las coreografías de peleas. Busca la crudeza sin artificios, y a veces la consigue, en detrimento de la narrativa. Se agradece que la víctima, la chavala secuestrada para satisfacer los deseos sexuales de un ricachón excéntrico, no sea un ente pasivo. También reparte candela y se defiende con garra cuando ve la oportunidad de zafarse de sus captores. El hombretón la salva de los malvados, pero ojo con toserle. Con todo, 'A Working Man' entretiene lo suficiente para digerir las palomitas sin contratiempos. Las palizas son de aúpa y los balazos atravesando las paredes acongojan. Si no pedimos peras al olmo, la diversión es enérgica.
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