P. Vázquez-Vázquezreflexiona sobre lanecesidad de fracasaren su último libro. J. C. R.
Plasencia

Nueva novela de P. Vázquez-Vázquez: con la autoridad que da el fracaso

El joven autor placentino habla de los sueños frustrados y de la industria musical en su novela 'Vivir dentro de una canción'

Juan Carlos Ramos

Sábado, 15 de marzo 2025

Una entrevista fatídica da origen a los arduos y dispares caminos de dos jóvenes, que se bifurcan, se entrelazan y solapan como las venas de ... una generación que sufre y lucha por conseguir su sueño. Directo al corazón. Un viaje por las engalanadas azoteas y los oscuros entresuelos de la industria musical donde cada uno intentará encontrar su huequecito. Esa es la síntesis de 'Vivir dentro de una canción', una novela generacional que firma P. Vázquez-Vázquez, uno de los placentinos más inquietos y prolíficos en la escena artística nacional.

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A pesar de su juventud, no llega a los 30 años, conoce de primera mano los sinsabores de la industria musical, la fragilidad del éxito y los sueños frustrados. Lo sabe porque lleva años componiendo para otros artistas, aunque en su día también se hizo un hueco bajo el críptico nombre de CÇ (Č'est Çry). De momento, aparcado, porque no daba para comer.

Y en ese juego de identidades ocultas y fracasos camuflados, nació una novela a medio camino entre el anecdotario, la ficción y una narrativa que teje con estilo un relato donde millennials y zetas desencantados pueden sentirse identificados y comprendidos.

P. Vázquez-Vázquez ha colaborado con Eliades Ochoa, C. Tangana o Álvaro Díaz

«Venía de una época con cierta repercusión en la música, pero me empezaron a pasar varias cosas», cuenta. «Estaba deprimido con mi trabajo, con mi modo de vida y con el mundo de una fama inexistente. Y un día, grabando en un estudio, encontré una nota en un cajón que me hizo pensar. Me fui a casa y dije: esto tengo que escribirlo». Esa nota era algo que Scott Fitzgerald envió en forma de reproche a Hemingway: «Hablo con la autoridad que da el fracaso».

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El resultado fue un manuscrito que, en un primer momento, guardó en un cajón. No era su vida, pero algo de él habitaba en esas páginas. «Todo el que escribe está contando cosas que le han pasado en cierto modo», reflexiona. La novela, sin embargo, es ficción, aunque esté plagada de personajes y ambientes reales de la escena madrileña. También encierra una reflexión sobre aquellos que escriben, su caso, y aquellos que interpretan: «Hay gente como Malú que dice «Voy a hacer un nuevo disco», entra en el catálogo de Warner o Sony y dice «quiero una de amor., una de desamor, una de una ruptura...» Ellos hacen una criba, le ofrecen 200 canciones que están escritas y, a partir de ahí, se rehace la canción elegida otra vez entera y se regraba».

El fracaso subyace a lo largo de toda la historia, como una sombra que a veces se convierte en impulso. «En mi caso creo que es permanente», confiesa. «Pero lo mejor que he hecho en la vida ha sido fracasar. Y muchas veces. Cada fracaso me ha dado picos en la vida, para arriba y para abajo». Su experiencia lo avala: de la publicidad saltó a la música, perdió trabajos, tuvo que salir de Madrid, sufrió un accidente que casi lo deja en silla de ruedas. «Pensaba que el mundo se había acabado para mí. Y fue un regalo», recuerda. «Cambié radicalmente de vida. Me empezó a ir bien en la música. No pude entrar en lo que era mi pasión realmente, pero a veces el fracaso es como el amor y el odio: das un par de pasos más y está el amor».

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Este es su segundo libro. El primero, de microrrelatos, nació como un entretenimiento durante su convalecencia. «Pero para sentarte a escribir una novela, tienes que tener algo gordo que contar», afirma. Y aunque tiene ganas de escribir otro, necesita un tiempo de reposo. «Escribirlo está guapo, pero luego viene corregirlo, los contratos editoriales, las presentaciones... Y acabas repitiéndote como un funcionario de la literatura».

Su faceta de compositor lo ha llevado a trabajar con artistas de renombre. Por ejemplo, con Eliades Ochoa, de Buena Vista Social Club, con C. Tangana hace ya años, y con Álvaro Díaz, un afamado reguetonero de Puerto Rico. Aun así, bromea, el reguetón no es su gran interés: «Me interesa solo para escucharlo en una discoteca».

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Sobre la inteligencia artificial en la creación musical, su posición es tajante. «Estoy bastante en contra. Mi trabajo son las ideas, y si me las quitan, ¿qué me queda?». Se declara un ludita contemporáneo, comparándose con aquellos obreros del siglo XIX que destruían máquinas de coser. «Es mi guerra», dice con una media sonrisa.

A pesar de su trayectoria en la industria, no pierde de vista su ciudad natal ni a sus amigos placentinos. «Somos una generación que se cruza constantemente. Misterpiro es de mis mejores amigos, con Álvaro Madof he trabajado mucho… Siempre es enriquecedor compartir una base cultural y un lenguaje común». Sin embargo, también lamenta el panorama cultural local. «La ciudad tiene una laxitud de cultura musical y de arte en general. Es impactante la inexistencia de música en directo para una ciudad de 40.000 habitantes. Parece que se impuso la idea de que es mejor vivir en silencio».

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Le gustaría crear una asociación cultural o una sala de conciertos. «Cuando tenga el dinero suficiente y las ganas para venirme a hacerlo», matiza. Porque los espacios existen, pero sin una gestión constante, terminan por desaparecer. «Si no hay quien los mantenga, si no hay garitos donde tocar, si no hay aprendizaje para los jóvenes, ¿de qué sirve? Es más fácil tocar en los pueblos que en Plasencia», sentencia.

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