A este paso, le va a acabar costando trabajo a Javier Gil (42 años) encontrar rincones del mundo por conocer. Ha vivido los días sin noche y el frío de verdad en la Antártida –en la base española Juan Carlos I, en isla Livingston–, ... ha viajado a Nepal, a la Patagonia chilena, la Cordillera real boliviana, el Atlas marroquí, el Himalaya, los montes del Cáucaso, ha descendido barrancos en Colombia, y en los Alpes italianos, y por supuesto en media España... Y ahora está en la costa sur de Islandia, dando pedales sobre la arena en una 'fatbike' (bicicleta con ruedas mucho más anchas de lo normal) y remando en un 'packraft' (un tipo de piragua hinchable).
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«Vamos por la playa con las bicis, y con la piragua cruzamos los ríos, que muchas veces son el desagüe de los glaciares», cuenta por WhatsApp desde el país nórdico. Le acompaña en este desafío Hilo Moreno, un referente entre los aventureros que el mes pasado atravesó el mayor parque nacional de Noruega haciendo 'treking' (senderismo por zonas especialmente agrestes). Ha sido guía en la Antártida durante años, ha realizado varias expediciones por los polos y conoce bien los países nórdicos.
La biografía de Gil y Moreno es la propia de quien no aguanta en casa más tiempo del justo para coger fuerzas y volver a salir a conocer mundo. El pasado jueves, el placentino durmió en una tienda de campaña cerca de Skarðsfjara, uno de los faros que salpican el paisaje costero de Islandia, un país de volcanes, campos de lava y enormes glaciares, también uno de los más desarrollados del mundo y destino de viajeros que buscan ver en persona y no en documentales el espectáculo de las auroras boreales.
javier gil
Guía profesional especialista de alta montaña
Lo de Gil es otra historia, alejada de lo convencional, el turismo al uso y las aglomeraciones. Lo que él y Moreno están viviendo esta semana solo lo hizo antes un grupo de norteamericanos, detalla el placentino, que es guía especialista de alta montaña y responsable del área de barranquismo de la Federación española de deportes de montaña y escalada.
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«Estamos aquí porque nos apetecía conocer este sitio», explica el expedicionario, que estos días se alimenta principalmente de comida iofilizada, o sea, conservada, envasada al vacío y presentada de tal modo que abulta poco y se puede consumir solo unos minutos después de haberla pasado por agua caliente. «Es lo más cómodo para nosotros, que tenemos que medir mucho el peso que transportamos», detalla Javier Gil, que está al frente de Expediciona, una empresa que organiza viajes fuera de lo común, en muchos casos parecidos a las aventuras que él protagoniza.
La de la costa islandesa le está resultando dura. Porque son muchos los elementos que tienen que enfrentar. «Las desembocaduras de los ríos, por ejemplo, son a veces complicadas de superar. Llegan a anegar el terreno más de 25 kilómetros hacia el interior, de manera que nos vemos rodando en la bicicleta por la playa pero con el mar a un lado, un mar muy frío y con bastante oleaje, y al otro lado kilómetros y kilómetros de terreno fangoso».
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A la pareja de valientes les toca cada poco poner pie en tierra, o más bien en agua, recoger la bici, subirla a la piragua y ponerse a remar. Antes o después de ese cambio de medio para desplazarse, les toca también pedalear por zonas encharcadas, donde el agua puede alcanzar los cinco centímetros de altura –a veces también bastante más–, cuando no por tramos embarrados.
«Hemos encontrado algunas dificultades más de las que pensábamos, porque el paisaje es muy hostil, nos ha llovido mucho y aunque hemos tenido días de sol, también hemos tenido que enfrentarnos a bastante viento», relata Gil, que no obstante, tiene claro que la experiencia merece mucho la pena. «Los paisajes son espectaculares, y esta manera de recorrerlos te ofrece unas perspectivas única, de enormes extensiones que llaman mucho más la atención cuando estás en ellas que cuando las ves en fotos».
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Las que él envía le muestran junto a Hilo Moreno pedaleando junto a grandes extensiones de agua, bajo cielos que parecen pintados. Con la compañía de estos escenarios y equipados con trajes estanco que les mantienen secos por mucha agua que les rodee o les caiga, cubren unos treinta kilómetros por día, y duermen en tiendas de campaña o en los refugios que hay junto a los faros. «Son unas estructuras de chapa o de hormigón, utilizadas normalmente por las tripulaciones de embarcaciones que han tenido que desviarse a tierra o por los equipos de emergencia, porque estamos hablando de una zona en la que son frecuentes los naufragios, y de hecho es fácil ver restos de ellos».
Es el de Gil un relato que recuerda a los libros de aventuras, pero tan cierto como los atardeceres que guarda en su móvil. Y como los recuerdos que estarán siempre en su memoria.
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