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SERGIO REAL RIVAS
Miércoles, 27 de julio 2022, 18:35
Como dijo Leonardo Da Vinci «así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada produce una dulce muerte». Un ejemplo de una vida bien usada ha sido la de Carmen Albalat Llorente, que falleció este martes 26 de julio en Moraleja (Cáceres) a los 106 años de edad.
La causa de su muerte está relacionada con una serie de complicaciones que surgieron a raíz de haberse contagiado de la covid-19 hace un par de semanas.
La residencia dónde vivió sus últimos años, allí ingresó en 2017,y su familia se acuerdan de ella en estos momentos de luto. Carolina Cisneros, médico de la Residencia de Mayores San Blas en Moraleja, afirma que la familia «estuvo pendiente de doña Carmen hasta el último momento». «Es una familia ejemplar», comenta con admiración.
Esta mujer centenaria nació en 1916 en Plasencia y tuvo una infancia feliz. Rodeada de muchas amistades jugaba al corro de la patata y a las muñecas.
A sus 18 años se mudó con su hermana a Madrid. Allí trabajó en los laboratorios Llorente elaborando y envasando pastillas. Con el tiempo volvió a Plasencia dónde pasó a trabajar como farmacéutica ayudante.
Albalat se casó y tuvo con su marido tres hijos. Juntos sacaron a la familia adelante pero en 1979 su esposo falleció. «Mi madre fue una mujer muy fuerte, cuando murió mi padre estuvo valiéndose por sí sola», comenta orgulloso Miguel Ángel González, hijo menor de Carmen.
Y no es el único que lo piensa. «Siempre superaba los problemas porque tenía una fuerza increíble», afirma la médico que asistía a Carmen en la residencia.
Tanto la doctora Cisneros como el resto de enfermeras de la residencia recuerdan que era una mujer que prestaba atención a los pequeños detalles. «Le gustaba pasear y tomar el sol, era muy coqueta con su pelo y sus pamelas, se cuidaba mucho la piel, de hecho no aparentaba tener 106 años».
En la residencia la apreciaban mucho. Según Cisneros, «Doña Carmen era el buque insignia de esta residencia». «Hasta los 105 años pudo andar con la ayuda de un andador pero tenía una artrosis complicada».
Su compañera de habitación, Juliana Haro, recuerda a su amiga como una gran mujer y una excelente persona. «Yo la quería y la he llorado mucho, era una mujer excelente», declara.
Desde que Carmen Albalat llegó a la residencia fueron buenas amigas. De los muchos momentos que compartieron juntas, Haro recuerda uno. «Carmen tenía unas manos ideales y hacía mucho gancho como yo. Un día estando las dos sentadas me dijo que qué pena que no tuviese menos años para ver mejor y para montar un taller las dos juntas. Ese recuerdo siempre lo tendré conmigo», dice casi llorando.
Sus últimos momentos los pasó con sus seres queridos a pesar de todas las complicaciones. Fuerte, detallista y habilidosa. Así han recordado a una gran mujer que se marcha tras una vida llena de dificultades, alegrías y un incansable espíritu de superación.
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