Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 14 de abril, en Extremadura?
Espectaculares vistas del Tajo desde el mirador. troy nahumko
De perdidos al río

De perdidos al río

PROVINCIA DE CÁCERES ·

El río Tajo, sus afluentes como el Almonte y el Salor, y los Caminos del Arte Rupestre Prehistórico son la forma perfecta de conectar las actividades celebradas durante el Mes de la Reserva de la Biosfera

troy nahumko

Domingo, 28 de noviembre 2021, 08:37

dejar atrás la pedanía de Las Huertas de Cansa aparece a lo alto una escarpada aleta de tiburón gris sobre un manto verde. Dicha cresta megalítica aparece en el escarpado granito haciendo que el camino parezca infranqueable, todo hasta que aparece un resquicio en sus dientes aserrados y permite que se cuele la carretera. Los árboles, que no parecerían fuera de lugar en las regiones atlánticas más suaves, se agrupan en torno a los múltiples cursos de agua que esculpen los valles y alimentan la Rivera Avid mientras que, más arriba, los pinos bordan las lomas.

La Sierra Fría, en el extremo occidental de la provincia de Cáceres, es una colosal formación rocosa hacia la que uno se siente instintivamente atraído. Es un hito prehistórico que resuena en algún lugar profundo de nuestro ADN, respondiendo de alguna manera a nuestros deseos evolutivos de entornos ricos en recursos que prometen comida, refugio, comodidad y, por supuesto, belleza. Pero al estar a sus pies, parece más bien un muro. Mi cuñado Juan se vuelve hacia mí y me dice con una nota de preocupación en la voz: «Dijiste que llevara calzado cómodo, ¡pero no mencionaste nada de arneses y cuerdas!».

Una hora antes estábamos sentados en la Montería de Aliseda disfrutando de la civilizada tradición de un segundo desayuno. Bajo el murmullo del televisor de la esquina empezamos a esbozar nuestro día. El bar estaba inusualmente tranquilo, sin contar a los tres señores mayores que discutían los méritos de los jamones de Valencia de Alcántara, Aliseda o la Sierra de Montánchez. Nuestro imprevisto plan era dirigirnos hacia el oeste y viajar hacia arriba siguiendo el curso del río más largo de la península mientras dibuja la frontera con Portugal a través de la Reserva Natural Internacional del Tajo. Pero yo, antes, quería subir esa montaña.

Esto es la Raya, una singularidad geológica que lleva atrayendo a la gente desde que los homínidos salieron de África, dejando a su paso abundantes grafitis y dólmenes prehistóricos. Aquí, escondido entre estos pliegues de roca, se encuentra el arte de algunos de los primeros europeos, y el macizo que tenemos delante es una de las paradas de los Caminos del Arte Rupestre Prehistórico del Consejo de Europa.

El sendero de 400 metros comienza inmediatamente a ascender a través de un denso rodal de pinos. Aunque el sendero está bien cuidado, rápidamente queda claro que a veces tendremos que usar las manos a lo largo de la ruta, ya que ésta sube en zigzag por la cara de piedra. La vista se vuelve más espectacular cada 20 metros hasta que llegamos a unas cuerdas de guía que nos ayudan a elevarnos aún más. «Es hora de hacer otro selfie», bromea Juan mientras los dos nos esforzamos por recuperar nuestro aliento. A continuación, nos enfrentamos a un aparente callejón sin salida hasta que observamos una escalera metálica fijada a la roca que nos ayuda a superar el obstáculo. Unas estrechas veredas empedradas nos obligan a usar las manos para subir, pero, aunque parezca un reto, nos ponemos a pensar en cómo ayudaremos a mis hijas de ocho y diez años en nuestra próxima visita.

La caminata hacia el arte rupestre desde abajo. troy nahumko

En menos de media hora llegamos a un abrigo de piedra con todo Portugal enfrente. Al igual que las de las poblaciones cercanas de Santiago de Alcántara y Alburquerque, las pinturas esquemáticas aquí representan motivos simbólicos, representaciones de animales y, lo más interesante, personas. Es imposible saber con certeza lo que intentan decir. Es un pasado en el que podemos entrar, pero que ya no podemos leer. El tiempo que nos separa de ello se mide con más precisión en términos geológicos que en imperios y religiones pasajeros, pero lo que pude ver es que la belleza era igualmente importante para ellos.

Tras una bajada algo complicada nos detenemos en Valencia de Alcántara para dar un paseo por el barrio gótico y descansar en la terraza de La Serrana bajo el cálido sol y, así, considerar nuestras opciones. Durante los meses de noviembre y diciembre hay una serie de actividades gratuitas como showcooking, astroturismo, fotografía y eco-etnografía por todo el parque para celebrar el Mes de la Reserva de la Biosfera, pero no habíamos reservado de antemano. Otra opción era seguir una de las varias rutas de dólmenes que unen los yacimientos funerarios megalíticos que salpican la zona, pero, aunque los paseos son relativamente cortos y de fácil acceso, mis piernas seguían temblando. Le tocó a mi cuñado salvar el día: «¿No era el plan original ver el río?»

Puede que el Tajo sea el río más largo de la península, pero en Extremadura huye de los asentamientos más grandes hasta que, como definió Cervantes, besa los muros de Lisboa. Eso, o que las ciudades crecieron lejos de él a propósito, dado que antes de ser domado, fue un río salvaje e imprevisible. Ahora, todo lo que queda de su pasado indómito es el profundo surco que atraviesa la provincia. Mientras grandes afluentes como el Salor y el Almonte se suman a su peso, el río fluye perezosamente de embalse en embalse como un somnoliento elefante cautivo, rara vez insinuando el violento poder potencial que se esconde bajo su profunda alfombra verde.

Las representaciones humanas bajo el abrigo de piedra. troy nahumko

Llegamos demasiado tarde para coger las embarcaciones que remontan el río desde Cedillo, Ceclavín o Alcántara y coincidimos en que lo mejor es acercarse al río desde otro punto, Herrera de Alcántara. Juan se ríe: «Puede que no haya traído equipo de escalada, pero sí fiambre para un picnic junto al río, aunque lo que falta es el pan de pueblo».

Al entrar en la localidad nos encontramos con un pueblo fantasma. Las calles están vacías y las persianas cerradas en casi todas las casas. Paneles informativos de las diferentes rutas de senderismo se alinean en la plaza del Ayuntamiento, pero no hay nadie. Pasada la iglesia y la torre del reloj de aspecto portugués de la plaza de España, divisamos por fin a dos mujeres.

La dehesa y los pliegues de los valles se acentúan cuando el valle se abre y las aguas del Tajo aparecen en la distancia

Cuando nos acercamos parecen ellas más sorprendidas que nosotros de encontrar a alguien en la calle. Juan las saluda: «Buenos días, ¿hay alguna tienda donde podamos comprar pan? Queremos hacer un picnic junto al río». La más joven de las dos mujeres responde: «No sé si Pepi está abierta, aunque no soy de aquí, soy de Guadalajara. Estoy con mi suegra mientras todos los demás están de montería. Prueba en su tienda cerca de la entrada del pueblo». Volvemos y comprobamos que tenía razón, la tienda está cerrada. «Bueno, al menos tenemos el río», afirma Juan con optimismo mientras salimos del pueblo.

Iglesia de Nuestra Señora de Rocamador, en el barrio gótico de Valencia de Alcántara troy nahumko

Bajando por la calle del Tajo, el imponente río por fin hace acto de presencia. La dehesa y los pliegues de los valles se acentúan cuando, de repente, el valle se abre y las aguas resplandecientes del río aparecen en la distancia. Bajando la cuesta hacia el Mirador del Tajo, se enciende la luz del combustible del coche y me dirijo a mi cuñado: «Puede que me haya olvidado de decirte lo de los arneses, pero tú te has olvidado de la gasolina». Juan sólo sonríe y dice: «Mira la maravilla que tenemos delante, ¿acaso importa si nos quedamos atascados aquí un rato?».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy De perdidos al río