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SERGIO GARCÍA
Domingo, 12 de marzo 2017, 12:27
Basta con darse una vuelta por el norte de Johannesburgo para entender la profundidad del abismo que separa a negros y blancos, no importa que hayan transcurrido 24 años desde que Mandela accediera a la presidencia de Sudáfrica tras pasar 27 en la cárcel. Desde Sandton hasta Houghton, la mayor concentración de riqueza del país -el 40% del oro que hay en el mundo proviene de aquí-, brotan como setas bancos, 'malls' y hoteles de ensueño, clínicas privadas, vallas electrificadas y una sucesión de campos de verde inmaculado destinados a la práctica del golf, el polo, el cricket...
Y luego está el sur. El gueto. 2,5 millones de personas arracimadas a 20 kilómetros de la gran ciudad, hasta donde fueron arrastradas para explotar los yacimientos auríferos y de diamantes, pero a quienes querían lejos una vez acabada la extenuante tarea. La segregación en estado puro; 'blankes', término acuñado por los afrikaners, contra negros. Soweto es heredero de la Ley de Reubicación de Nativos de 1954. Cada familia recibía una casa hecha de bloques de hormigón y chapa por un plazo de 99 años. Un horno en verano y una nevera en invierno; un nido de amianto por el que debían pagar una renta pero que nunca sería suyo. Un terreno abonado para el descontento, pero también un símbolo de la lucha por los derechos civiles. El banderín de enganche de las capas más desfavorecidas.
Dos premios Nobel
Soweto, acrónimo de South West Township, es una de las mayores bolsas de pobreza del país. El desempleo alcanza niveles estratosféricos, con salarios que a duras penas sobrepasan los 1.800 rands (unos 120 euros al mes). El foco de insurgencia hacia el que en tiempos del apartheid se dirigían las cargas policiales, lanzadas contra cualquier elemento que alterase el 'statu quo'. El hogar de Nelson y Winnie Mandela -al menos mientras no cumplían condena-, de Desmond Tutu... Eso suma dos premios Nobel. La muerte a tiros de un niño, Hector Peterson, marcó un punto de no retorno. Un memorial recuerda allí las atrocidades de una época grabada a fuego en la memoria de la población, lugar de peregrinación como lo son la casa de Madiba (omnipresente Mandela) o el Museo del Apartheid.
Es cierto que el Gobierno ha intervenido para tratar de mejorar las condiciones de vida. Y lo ha hecho echando abajo manzanas enteras y edificando encima casas más dignas, algunas equipadas incluso con paneles solares en el tejado. Pero la integración es difícil cuando todos los esfuerzos parecen encaminados a que ambas comunidades sigan sin mezclarse. La presencia de blancos se limita a grupos de turistas o parejas que el fin de semana acuden a comer a algún restaurante de la periferia, mientras niños disfrazados de zulú hacen piruetas en el asfalto por unas monedas. En el horizonte, dos torres de refrigeración que sobrevivieron a la central eléctrica se revelan como un espacio de oportunidad para los grafiteros. Destacan sobre un paisaje de chabolas donde el domingo los predicadores abren su carpa a las gentes de buena voluntad. En la esquina, una tienda de comestibles blindada con una verja y un ventanuco por donde el encargado asoma el brazo. Nicholas Mathe, un zapatero remendón llegado desde la lejana Limpopo, ha montado su taller improvisado en la acera de enfrente y hace trabajos de urgencia por poco más de un euro. No hay cliente pequeño.
Un paisaje de pobreza que el final de la segregación no ha conseguido erradicar por mucho que Soweto tenga campus universitario y el Chris Hany Baraghawgth, uno de los hospitales más grandes del hemisferio sur, donde se presta atención gratuita a la gente sin recursos. También hay un mall, como se conoce a los grandes centros comerciales, atracciones donde disfrutar del ocio bajo techo en un país donde las altas tasas de delincuencia desaconsejan callejear. No lo consiguieron hasta 2007, hartos de tener que bajar en tren hasta Igoli -Johannesburgo en zulú- para ver una película, ir de compras o sacar dinero del cajero. Una tierra áspera con dos varas de medir, donde sí importa el color del cristal con que se mira.
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