Si el sistema no reconoce que la forma en que los profesores son elegidos, la oposición, pertenece al pasado lejano, pueden cambiar la ley de educación otras ocho veces y el resultado será el mismo
Troy Nahumko
Domingo, 29 de marzo 2020, 22:43
Siempre pensé que los maestros serían una de las últimas profesiones que sobrevivirían a la ola de automatización. ¿Quién recuerda trabajos como los faroleros que encendían la noche? Luego están los trabajos que están al borde de la extinción, como conductores de autobuses, trabajadores de McDonald's e incluso mi propia profesión, profesores de idiomas. Empleos que existen por ahora, pero que están solo a una innovación tecnológica de ser relegados al olvido.
¿Pero los profesores de Primaria?
No importa qué traiga la tecnología, siempre pensé que nuestros hijos tendrían esa figura tan importante para inspirarlos y redibujar la forma en que ven el mundo.
Es decir, hasta el coronavirus.
De la noche a la mañana, nuestro mundo cambió. No más arrastrar niños somnolientos a la escuela, no más cargar de un lado a otro mochilas ridículamente pesadas. De improviso, a los profesores se les dijo que tenían que reaccionar y adaptarse.
El mensaje inicial de la Consejería fue reajustar pero muchos entendieron que esto significaba continuar de manera normal. Al fin y al cabo, ¿no era esta la era digital? Durante la noche, los mensajes de Rayuela de los padres estaban llenas de instrucciones de tutores, profesores de matemáticas, profesores de inglés e incluso los profesores de religión. Se asignaron páginas tras páginas y al día siguiente se vio lo mismo.
Al comprender que la situación era extraordinaria, los padres inicialmente trataron de ser comprensivos y enviaron mensajes amables para intentar racionalizar la carga de trabajo que enviaban. Pero los profesores también sentían la presión de seguir adelante como el resto de nosotros.
La noticia del creciente descontento debe haber llegado a oídos de los responsables de Educación y el tono cambió, reconociendo que no todos los padres son profesores.
Pero incluso después de que el tono oficial cambió, las páginas continuaron aumentando. Es entonces cuando los padres comenzaban a darse cuenta de que esto era, de hecho, lo normal. Algunos pueden haberlo sospechado hace tiempo, pero a medida que las páginas se acumulaban, la imagen se hizo evidente. Este paso de página maníaco es lo que la gran mayoría de los estudiantes en el país estaban haciendo todos los días.
Cargados bajo el peso de un currículum extremadamente inflado, en lugar de explorar conceptos y poner en práctica el conocimiento, las clases se habían convertido en esclavas de pasar páginas.
¿Qué pasó con la idea de inspirar a los estudiantes a explorar? ¿Qué pasó con las habilidades modernas de escoger el conocimiento adquirido y ponerlo en práctica? ¿Cuándo se redujo la enseñanza a asignar preguntas cerradas en una pantalla parpadeante?
No fue hasta que me mostraron unos deberes de inglés cuando empecé a entender cuál era la raíz del problema. La tarea consistía en copiar reglas gramaticales en un cuaderno como un amanuense. Sin profundización adicional, solo el equivalente manual de copiar y pegar, incluidos los errores ortográficos. Fue entonces cuando me di cuenta de que no era necesariamente culpa del profesor, así había sido educado y entrenado.
Esto no significa que las universidades no están haciendo un buen trabajo. El problema es que, no importa cuán actualizado sea el material que los futuros profesores estudien, cada futuro profesor sabe en el fondo que no se les dará un trabajo en función de su comprensión de la enseñanza. Saben de sobra que sus posibilidades de conseguir un trabajo se basan únicamente en un sistema con el que Cisneros o incluso Platón estarían familiarizados, la oposición.
En lugar de ser contratados por su comprensión de la enseñanza, a los profesores se les ofrece trabajo, no por lo que entienden, sino por lo que pueden memorizar y luego olvidar rápidamente. Una opositora una vez me rompió el corazón al decirme: «No necesito saber el porqué, solo necesito repetirlo correctamente».
Sin embargo, este aprendizaje de memoria no está en su ADN. La mayoría de los profesores quieren realizar cambios, quieren poder cumplir con el plan de estudios y hacer que el aprendizaje basado en proyectos sea parte de sus rutinas diarias en el aula. Muchos están desesperados por colorear esta imagen en blanco y negro de las aulas españolas, con niños sentados en filas, como lo fueron en los años treinta y llevarlos al nuevo milenio. Dicho esto, se necesita coraje para ser, como dice un proverbio japonés, el clavo que sobresale, que suplica ser martilleado.
Los faroleros no se extinguieron por completo. Vieron que el mundo había cambiado y se convirtieron en ingenieros eléctricos. Sin embargo, si el sistema no reconoce que la forma en que los profesores son elegidos pertenece al pasado lejano, pueden cambiar la ley de educación otras ocho veces y el resultado será el mismo. El éxito de un sistema educativo se reduce a tres cosas: docentes, docentes y docentes. Y si estos docentes no se adaptan y evolucionan más allá de la asignación de páginas, también corren el riesgo de ser automatizados.
Se habla de que después de esta crisis habrá una oportunidad única en la vida. Una oportunidad para reflexionar y darnos cuenta de la verdadera importancia de los servicios públicos. ¿Por qué no aprovechar esta oportunidad para una profunda revisión de la forma en que los profesores son elegidos y así garantizar que continúen? Los escribas medievales dejaron de existir hace mucho tiempo y hay razones más que suficientes para que la figura del sufridor opositor también lo haga.
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