GERARDO ELORRIAGA
Lunes, 23 de julio 2018, 08:23
El príncipe parecía un simple niño asustado ante las cámaras que lo rodeaban en aquel pequeño pueblo francés. Su padre, el rey Hassan II, acababa de adquirir el castillo de Betz, a unos sesenta kilómetros al noreste de París, y explicaba los atractivos del entorno, en una rara deferencia hacia los medios de comunicación galos. Un cuarto de siglo después, en 1999, cuando el heredero se convirtió en el rey Mohammed VI, el 'chateau' se había transformado en un cómodo complejo residencial y su nuevo propietario se desenvolvía con aplomo en todo tipo de escenarios, tanto en su país natal como en el interior de Europa. Aquel muchacho tímido también había encontrado su lugar en la Picardía, la región al noreste de París donde el monarca marroquí acostumbra a buscar el descanso.
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No hay demasiadas certezas en torno a este personaje, más allá de este gusto por la campiña. El enigma rodea la figura del soberano, que paree desplegar una múltiple personalidad. El político circunspecto y el Comendador de los Creyentes, título religioso islámico vinculado a la Corona alauí, conviven con el 'bon vivant' afable que posa en numerosos 'selfies', ya sea a la mesa con el primer ministro libanés y el heredero real saudí, o con cualquiera que lo reconoce en alguna 'boutique' de lujo de la capital francesa. Entonces, el estadista extremadamente formal y el líder espiritual cubierto por la chilaba se transforman en un individuo sin prejuicios, capaz de vestir según un peculiar sentido estético y moverse por la ciudad sin apenas séquito.
Instagramer de confianza Las imágenes de tipo 'casual' de Mohammed VI son difundidas por Soufiane ElBahri, un joven sin aparente relación con el monarca
Un castillo con historia El 'château' francés del rey marroquí perteneció a una princesa monegasca antes de ser tomado por los revolucionarios y sufrir un largo deterioro
Muchos palacios El alauí, uno de los monarcas más ricos del mundo, cuenta con numerosas residencia en Marruecos, aunque la habitual es el palacio de Dar Essalam
Esa especie de dualidad se antoja ligada a la libertad que le proporciona esa residencia amurallada y arbolada, invisible para sus propios vecinos, y que comprende uno de los mejores jardines del país. Sus frecuentes ausencias del reino marroquí se antojan ligadas a la felicidad exenta de etiqueta que experimenta en su domicilio francés, base para esa otra vida alejada del protocolo. Las últimas informaciones de la web oficial del ministerio marroquí de Cultura y Comunicación abundan en actividades protagonizadas por la familia real, mientras que la agencia nacional de prensa tan sólo alude a su participación en la fiesta que celebra el fin del Ramadán y su visita a su homólogo saudí en Tánger hace diez días.
Ahora bien, el mundo no se reduce al 'château', sus estanques y caballerizas, y la bruma atlántica que los envuelve habitualmente. El rey también lleva a cabo viajes de placer, como el que realizó el pasado año a Florida y Cuba acompañado por su hijo, el príncipe Moulay Hassan. Este año, el ánimo de Mohammed VI no parece adecuado para explorar paraísos tropicales. Su reciente intervención quirúrgica, motivada por una arritmia cardiaca, el divorcio de la reina Lalla Salma y, sobre todo, el movimiento de protesta en la región del Rif no estimulan grandes escapadas.
Las previsiones apuntan, una vez más, a Betz, donde ha crecido y disfruta del sosiego de un villorrio de mil habitantes. Los vecinos aseguran que su llegada se suele anunciar con el revuelo de coches negros, la repentina aparición de gendarmes en las calles y esquinas y el aumento de los pedidos del supermercado local. La vida del soberano en su mansión de setenta hectáreas permanece ajena a las miradas, aunque su presencia se delata por las donaciones al municipio, la demanda de empleo e, incluso, las invitaciones para recorrer Marruecos de que disfrutan los jóvenes nativos. Todo el mundo está encantado en el pueblo, donde el Frente Nacional atrae a más del 25% del electorado, con el generoso monarca alauita.
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La realidad en Marruecos resulta más compleja y, a pesar de la férrea censura, hay quien denuesta este afrancesamiento y el absentismo real. Pero nadie, ni siquiera el partido islamista, cuestiona su autoridad. El rey marroquí no sólo reina, también gobierna, con prerrogativas singulares dentro de un sistema monárquico y el poder que le otorga su pertenencia al majzén, la oligarquía que controla la economía del país. Las vacaciones del rey, su 'joie de vivre' en la Picardía, lejos de la vida política, los conflictos y las tórridas temperaturas magrebíes, no se hallan amenazadas.
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