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Una heroína de primera clase

Una maestra lleva años retrasando su jubilaciónpara enseñar al único estudiante que queda en la escuela de una aldea de Siberia

Lunes, 28 de octubre 2019, 08:25

Hace tiempo que en la escuela de Sibilyakovo no se escucha alboroto. Ya nadie juega, ni ríe, ni eleva la voz. Hasta su sirena enmudeció; ya no tiene que avisar a nadie de la hora del recreo. No hay niños que corran por los pasillos ni maestros que impartan sus clases. Hace tiempo que de sus aulas solo sale silencio. De aquella escuela de primaria queda en pie su edificio, tan viejo y decadente como la pequeña aldea en la que se encuentra.

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Allí, en la región de Omsk, en mitad de la vasta y gélida Siberia, resiste a la despoblación la pequeña y recóndita aldea de Sibilyakovo. Sufre la tiranía del tiempo y de su historia. Como miles de localidades desperdigadas por la inmensa Rusia, este insignificante punto en el mapa empezó a sufrir su particular diáspora en 1991. Con la caída de la Unión Soviética, la granja colectiva que daba de comer a medio pueblo echó el cierre. Decenas de vecinos se quedaron sin empleo y hubo que salir fuera a buscar el sustento. El éxodo fue masivo.

Solo algunos resistieron y mantienen en pie lo que queda de Sibilyakovo. Son 39 habitantes y, entre ellos, una valiente. Es Uminur Kuchukova, que ejerce de maestra del pueblo desde hace 42 años de forma ininterrumpida. En estas cuatro décadas largas ha visto cómo se iba quedando sin alumnos a los que impartir su magisterio. Llegó a tener 18 en cada clase, y había cuatro aulas; hoy solo tiene uno. A sus 61 años, hace tiempo que podía haberse jubilado, pero no lo haría tranquila sabiendo que Ravil Izhmukhametov, su único alumno, sigue necesitándola. Está convencida de que ningún otro maestro se trasladará a esta franja de la estepa siberiana para reemplazarla y que el chico se verá forzado a abandonar sus estudios. Es el único niño en medio de un paisaje desolador, de casas abandonadas y llanuras infinitas desdibujadas en invierno por una espesa nieve. Pero aquel lugar es su hogar, donde nació hace nueve años en el seno de una familia humilde de granjeros, cuyo medio de vida es la cría de ganado.

«No podemos permitir que nuestro hijo eche a perder su vida aquí», dice el padre de Ravil

Un lugar sin futuro

No quieren abandonar esta aldea, habitada principalmente por tártaros (una etnia túrquica minoritaria de Rusia), pero tampoco quieren que el niño repita su historia y «malgaste» su tiempo en un lugar sin futuro. «Nuestro hijo mayor vive en la ciudad y estamos muy contentos, por eso no podemos permitir que Ravil eche a perder su vida quedándose aquí con nosotros», declara su padre, Dinar Izhmukhametov, de 48 años.

Tarde o temprano será su destino, pero Uminur Kuchukova siente que el chico es aún demasiado pequeño para enfrentarse todos los días a las dificultades que implica desplazarse al colegio de Tara, una ciudad de unos 27.000 habitantes situada a unos 50 kilómetros.

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Como ya lo hicieron antes que él otros niños de Sibilyakovo, deberá recorrer a diario un tramo del agitado río Irtysh, un extenso curso de agua que atraviesa Rusia, Kazajistán y China. Es navegable durante gran parte de su curso salvo en los meses fríos, cuando se congela. En esta zona de la región de Omsk las temperaturas se pueden desplomar en pleno invierno hasta los 45 grados bajo cero, pero también alcanzar en los días centrales del verano los 40 grados. Para el chico supondrá media hora en bote, más 20 minutos en autobús por una carretera sinuosa y en muy mal estado, hasta alcanzar el pupitre donde continuar sus estudios. «Me da mucha lástima. Sus padres nunca abandonarán esta aldea y es aterrador que tengan que mandar a Ravil cada día a viajar por un río tan peligroso», lamenta Kuchukova.

Tampoco Ravil quiere hacerlo, aunque llegado el momento no le quedará más remedio que aceptarlo. Por ahora se siente feliz siendo el único niño de la escuela. «No tengo nada con qué compararlo, siempre he estado solo en clase, así que no echo nada en falta. Bueno, quizá tener amigos, así que por esa parte creo que será buena idea ir a otra escuela».

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La maestra espera poder jubilarse el año próximo y mudarse a Tara con su esposo. Allí, donde también irá el próximo curso su querido alumno Ravil, ha comprado un piso y espera poder disfrutar de unos años de descanso. Aunque es consciente de que el cordón umbilical que le une a Sibilyakovo será difícil de cortar: «Mis padres están enterrados aquí y una parte de mí se quedará en esta aldea para siempre».

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