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Las bombillas de diodo consumen muchísima menos energía que las tradicionales, aunque su coste de fabricación es superior. :: r. c.
Luces y sombras de las LED navideñas

Luces y sombras de las LED navideñas

Las ciudades aprovechan el ahorro de las nuevas bombillas para multiplicar su decoración navideña

I. GALLASTEGUI

Lunes, 16 de diciembre 2019, 10:53

Científicos y activistas no se resistieron la semana pasada a denunciar la contradicción de que la Cumbre del Clima se celebrase en Madrid, una ciudad que se jacta de haber aumentado este año un 28% su gasto en iluminación navideña, con cientos de miles de puntos de luz y 3 millones de euros invertidos, en dura competencia con urbes más pequeñas pero con presupuestos proporcionalmente mayores como Vigo (un millón de euros) y Málaga (800.000). La carrera desenfrenada por conseguir calles comerciales visibles desde el espacio -no es broma: la NASA ha comprobado que lo son- choca de plano con los llamamientos a reducir los gases de efecto invernadero: todas las fuentes de electricidad contribuyen en mayor o menor medida al calentamiento global, sin olvidar las emisiones relacionadas con la fabricación y el transporte de estas bombillas, muchas de las cuales vienen de China.

Es verdad que las luces LED ('light emitting diode' o diodo emisor de luz), que han ido sustituyendo a las incandescentes en el alumbrado público y en la iluminación festiva, ahorran electricidad. «Es una situación perversa: como gastan menos, se ponen más», critica Serafín González, investigador del CSIC y presidente de la Sociedad Gallega de Historia Natural.

De hecho, el grupo andaluz Ximénez, uno de los líderes mundiales del sector, con 90 millones de puntos de luz en 40 ciudades de los cinco continentes -incluidas las tres citadas-, ha sido una de las 101 empresas distinguidas en la COP25 por su transformación tecnológica: en 2007 comenzó a sustituir su inventario por otro de bajo consumo y sin mercurio, con un ahorro medio del 88% de corriente. «A eso se suma la vida útil de cada modelo: la de las LED se encuentra entre las 30.000 y las 50.000 horas, mientras que en la bombilla incandescente es de unas 2.000 horas», señala Marta del Pino, portavoz de la compañía de Puente Genil (Córdoba). El avance es enorme: la bombilla de toda la vida genera luz por calentamiento del filamento metálico de tungsteno o wolframio cuando por él circula la electricidad, y el 85% de esa energía se pierde en forma de calor. La LED, en cambio, es una luz 'fría' generada por un proceso de luminiscencia de los diodos, que transforman entre el 80% y el 90% de la corriente en claridad. Solo en sus instalaciones, esta tecnología ha ahorrado la emisión de 3 toneladas de CO2 a la atmósfera.

A unos alcaldes se les recrimina el derroche en kilovatios; a otros, su pobre iluminación

Sin embargo, las LED también tienen desventajas. Una es su mayor coste de fabricación. La otra, que contribuyen en mayor medida a la contaminación lumínica, es decir, un exceso de fulgor que altera la observación astronómica -por eso los telescopios se ubican en lugares altos y aislados- y la naturaleza. Un estudio del alemán Centro de Estudios de Geociencias afirma que el resplandor y la extensión de la iluminación terrestre han crecido un 2% anual en los últimos cinco años debido a la mayor potencia de estas bombillas.

Confunden a las aves

Serafín González explica que estas nuevas lámparas son más peligrosas porque emiten con más intensidad en el rango de luz azul, la misma que los dispositivos electrónicos, de la que nos protegemos los ojos con filtros. Muchas aves, señala el biólogo, confunden el resplandor artificial de nuestros núcleos urbanos con el reflejo del mar y se dirigen tierra adentro, donde chocan y mueren. Las tortugas marinas que nacen en la playa siguen instintivamente la claridad y, en lugar de llegar al agua, caminan en sentido contrario y son devoradas por depredadores. Sin olvidar a especies nocturnas cuyas costumbres se ven alteradas por un alumbrado tan intenso que perturba los ciclos día-noche.

Desde que se aprobó en 1988 la ley de protección del cielo en Canarias, varias comunidades han seguido sus pasos con normas que obligan a orientar el alumbrado nocturno hacia abajo. «No significa iluminar menos, sino iluminar mejor: la luz hacia arriba es un desperdicio, no le sirve para nada ni al peatón ni al conductor», explica Neila Campos, presidenta de la Agrupación Astronómica Cántabra, una de las impulsoras de la Campaña Cielo Oscuro.

En Navidades esa preocupación parece relajarse, con la premisa de que los luminosos callejeros -arcadas, guirnaldas, árboles o bolas gigantes- aumentan el flujo turístico y comercial a las ciudades. Ximénez trata de paliar la contaminación desarrollando para sus clientes un sistema de racionalización que coordina los horarios del alumbrado de estas fiestas con el encendido de las farolas urbanas ordinarias para evitar duplicidades y excesos en la madrugada. La libertad de diseño que ofrece la tecnología 'pixel LED' permite, además, controlar la dirección, color e intensidad de cada punto de luz de forma individual.

Sin embargo, no es fácil para los ayuntamientos encontrar el equilibrio: mientras a unos regidores se les recrimina el derroche en kilovatios, a otros les llueven críticas por instalar una iluminación que algunos juzgan pobretona. Ha ocurrido en Barcelona, Zamora, Vitoria o Córdoba, donde los partidos de la oposición se han hecho eco de las quejas de los comerciantes locales, que -siempre insatisfechos- aspiran a la incandescencia.

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