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No son molinos, son zapatillas

No son molinos, son zapatillas

Un profesor de instituto quiere recuperar la casa donde murió Cervantes, en el madrileño Barrio de las Letras. Ha escrito a Florentino Pérez y a Pérez-Reverte. «No puede ser que la gente venga y vea una tienda de alpargatas. ¿En qué país ocurre eso?»

JOSÉ ANTONIO GUERRERO

Lunes, 29 de octubre 2018, 08:02

Pedro Arsuaga habla de Cervantes con la pasión con la que su hermano Juan Luis lo hace de Elvis, la pelvis de Atapuerca. Pero mientras el paleontólogo sigue asombrando al mundo con sus descubrimientos en la Sima de los Huesos, su hermano mayor pelea desde hace años por recuperar la casa en la que murió el padre de El Quijote y poner así su granito de arena para que el escritor español más universal siga bien vivo en la memoria de todos, especialmente los más jóvenes, y no se quede fosilizado en algún lugar de la Historia. Pedro Arsuaga, catedrático de Ciencias Naturales en un instituto madrileño, es uno de esos maestros que todavía creen que el combate contra los molinos merece la pena, y más aún si se libra en el territorio de la cultura. Biólogo, historiador y dueño de una cultura impresionante, ya ha cumplido los 65, pero, lejos de pensar en la jubilación -«ni de coña»-, acude a sus clases en el IES Mariano José de Larra con el entusiasmo del primer día. Y de eso ya van para siete lustros. Cada año, siempre fuera de horas lectivas, el profesor lleva a sus alumnos a los lugares cervantinos de la Villa y Corte. Como enamorado de don Miguel que es, cree que acercar a los chavales su figura es una forma de sembrar para el futuro. Y en esas salidas no puede faltar el Barrio de las Letras, en cuyas calles hicieron vida los grandes nombres del Siglo de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Calderón...

Pero sucede que a nuestro hombre siempre se le cae el alma a los pies cada vez que conduce a sus estudiantes a la casa donde vivió los últimos años el autor más importante en lengua castellana, hasta su muerte, el 23 de abril de 1616. Allí luce una placa ('Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo ingenio admira el mundo') sobre el portalón de un edificio de viviendas cuyos bajos están ocupados por El Pie de Oro, una zapatería y ortopedia. O sea, que cuando los pupilos de Arsuaga o cualquiera de los turistas que hacen parada obligatoria ante la casa acaban de leer la placa y bajan sus ojos con la lógica esperanza de encontrarse con un rincón típicamente cervantino, se topan con un escaparate hasta arriba de alpargatas de colores. «No puede ser que haya gente que viene hasta aquí con la ilusión de visitar la casa donde murió Miguel de Cervantes y se tropiece con una tienda de zapatillas; eso no pasa en ningún país», ilustra el profesor, que desde la lejanía mira con sana envidia lo que los ingleses han sido capaces de ingeniar en Stratford-upon-Avon en torno a la figura de William Shakespeare, su paisano más ilustre.

Derruida en 1833

Profesor de Ciencias Naturales, Pedro Arsuaga hace 'salidas cervantinas' con sus alumnos

El autor de 'Alatriste' le dedicó un artículo, que es también un homenaje a los buenos maestros

Para ser honestos hay que subrayar que, en realidad, Cervantes no vivió en ese edificio, porque la casa original fue demolida en 1833, pese a los esfuerzos de algunos intelectuales. El escritor, periodista y cronista del Madrid del siglo XIX Ramón de Mesonero Romanos ya dio la voz de alarma en 'El Semanario Pintoresco Español', el único periódico literario de la época, en un artículo en el que anunciaba el inminente derribo del inmueble, en la esquina entre la calle del León (a donde daba la entrada principal) y la calle Francos (hoy calle Cervantes). Aquella noticia agitó unas cuantas conciencias, entre ellas la de Fernando VII, quien medió para que se suspendieran las obras y el Estado comprase la casa entera, a pesar de que 'El Manco de Lepanto', «que tanto honor y lustre ha dado a su patria», como remarcaba el rey, sólo llegó a ocupar una modesta estancia en los bajos.

El monarca propuso que la morada «de aquel gran hombre» fuera destinada a «algún establecimiento literario». Pero el propietario, un constructor con menos luces que escrúpulos, no cedió. Para purgar su mala conciencia, el rey felón ordenó colocar sobre la puerta principal del nuevo edificio un medallón de mármol de Carrara, con la imagen de Cervantes y la inscripción en letras de oro antes mencionada. Poco después también se cambió el nombre de la calle de Francos por el actual de Cervantes, lo que no deja de ser una cierta paradoja, habida cuenta de que en esa misma vía, a menos de cien metros, se levanta la Casa-Museo de Lope de Vega, enemigo íntimo de don Miguel. «Además», recuerda Arsuaga, «Cervantes entraba a su casa por una puerta que daba a la calle del León, no a la de Francos, por lo que habría tenido más sentido poner Cervantes a esta calle».

Los bajos del bloque, lo que en la casa primitiva eran los aposentos del autor de las 'Novelas ejemplares', están hoy ocupados por El Pie de Oro, que anuncia sus virtudes con un cartelón que reza: 'No sufra más por sus pies'. Su actual propietario adquirió todo el edificio a principios de los 80, cuando se encontraba en un estado ruinoso. «Yo no sabía nada de lo de Cervantes; aquí lo que había era una tienda de ultramarinos. Ahora hay mucha gente que entra y pregunta por la casa», cuenta con cortesía pero manteniendo las distancias este comerciante que pide no revelar su nombre. ¿Ni el de pila? «Ni el de pila. Yo te cuento lo que quieras, pero sin salir». Vale (que es, por cierto, la última palabra de 'El Quijote').

Que los techos actuales no hayan cobijado la prodigiosa cabeza del Príncipe de los Ingenios no ha frenado el empeño del bravo profesor de instituto por recuperar la vivienda para recrear el espíritu cervantino que habitó en ella. Verdaderamente, ese austero rincón no hace justicia a la fama del insigne literato, que murió pobre como las ratas. Pero, sin duda, una recreación con muebles de aquella época, como sucede en otras casas-museo, alimentaría su recuerdo, amén de ayudar a combatir la frustración que genera al viajero estrellarse contra los cristales de una tienda de zapatillas en lugar de con un dormitorio, un escritorio, una biblioteca... del siglo XVII que le llenen la imaginación. Es decir, que Cervantes, que está enterrado en el cercano convento de las Trinitarias, «entre por los ojos» en Madrid, como ya lo hace en sus casas-museo de Alcalá de Henares, donde nació, y Valladolid, donde también vivió un tiempo.

Misivas escritas a pluma

Ni corto ni perezoso, el hermano mayor del paleontólogo de Atapuerca ha emprendido una briosa aventura que parece tan peliaguda como doblegar a los molinos de viento o hallar una cadera de medio millón de años en una sierra burgalesa. En estas andanzas suyas que guardan su punto de nobleza quijotesca, Pedro Arsuaga ha mandado cartas, escritas a pluma, como debe ser, a Florentino Pérez, «que es el que tiene que poner la pasta»; al catedrático José Manuel Lucía Megías, «que es el que más sabe de Cervantes»; a Arturo Pérez-Reverte, «que es el académico y el que tiene el altavoz»; y a la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento, «que son los que tienen que dar el paso» para lograr lo que no pudo Alonso Quijano: hacer realidad un sueño.

Al 'mecenas' Florentino le pidió que financie la compra de los 160 metros cuadrados que ocupa El Pie de Oro. Quizá pudo ablandarle su blanco corazón haciendo valer su condición de socio e hijo de exjugador del Madrid. Su padre, el tolosarra Pedro María Arsuaga Eguizábal, corrió la banda despuntando como extremo izquierdo justo antes que Gento, «y si no llegó a la selección fue porque estaba Gaínza». Pero ni por esas. Pérez, a través de un portavoz de la Fundación ACS que se dedica a promover la conservación y restauración de bienes del patrimonio artístico español, declinó la invitación porque, según le respondieron, ellos no se dedican a comprar edificios.

Mucha mejor fortuna tuvo con Pérez-Reverte, que el pasado junio le dedicó en el 'XL Semanal' un artículo titulado 'La casa que nunca será', un homenaje a los buenos maestros como Arsuaga. El autor de 'Alatriste' elogia su tesón y se hace eco de parte del contenido de su misiva. «¿Imagina que en vez de una tienda de calzado, como la que hay en la planta baja, se reconstruyera la vivienda del mayor genio de las letras universales, y pudiera visitarla el público? Piense usted en la recreación del ambiente en que pasó sus últimos días Cervantes, los interiores, la calle vista desde las ventanas enrejadas. ¡Lope y Cervantes de nuevo cara a cara, frente a frente, en la misma calle en la que vivieron! ¿Imagina lo que harían ingleses, franceses o alemanes si tuvieran eso?. ¿El dinero? No faltarían mecenas. ¡Qué gran publicidad!», le dice el entusiasta profesor. A lo que Pérez-Reverte le responde en el mismo artículo que en la España de hoy la casa donde murió Cervantes «importa menos que una final de liga o el resultado de 'Operación Triunfo'». Y añade: «Su noble sugerencia sólo conmueve a cuatro gatos, y ninguno tiene medios para llevarla a cabo. Seguirá usted luchando solo, como aquí es costumbre. Y cuando lleve a sus alumnos ante el lugar donde murió Cervantes, frente al portal de la zapatería, tendrá que suplir con sus palabras, en la soledad de su voluntad, su lucidez, su imaginación y su coraje, lo que la desidia y la incompetencia dan al olvido en esta España miserable, desmemoriada e ingrata».

Arsuaga, que agradece «este detallazo», es un tipo tozudo y, al igual que su padre aprendió nueve lenguas -entre ellas el ruso, el árabe y el hebreo- para ganarse la vida tras colgar las botas, él está dispuesto a proseguir su lucha contra los gigantes, no a base de mandobles, sino con labia y artes caballerescas.

¿Y Lucía Megías? El gran cervantista, catedrático y autor de la mejor biografía (aún inconclusa) de don Miguel cree que lo importante no es recuperar la vivienda, sino el Barrio de las Letras, como un gran enclave que respire cultura por todas sus calles. «¿Qué barrio del mundo concitó tanto talento literario? Ninguno». ¿Y las instituciones? Ay, desocupado lector, con la desidia hemos dado.

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