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Lunes, 26 de marzo 2018, 09:13
Algunos centros educativos disponen de instalaciones de recreo lo bastante amplias como para que el fútbol no impida que todo el alumnado disfrute de ese rato de juego a su manera. En muchos otros, en cambio, el espacio -una pista de cemento con dos porterías- condiciona por completo las actividades de sus ocupantes. Por eso, algunos colegios van más allá de modificar la organización del juego y apuestan por reinventar físicamente el lugar. La asociación CoeducAcció colabora con varios estudios de arquitectura en el diagnóstico y rediseño de esas zonas escolares: hace unos años comenzó a trabajar en un proyecto para más de cien colegios con la Consejería de Educación de Asturias, pero el proyecto quedó a medias con un cambio en el gobierno. Ahora se encuentra inmersa en la transformación de los patios de dos escuelas catalanas, Dovella de Barcelona y Lluis Vives de Casteldefels. «Buscamos una solución equilibrada para responder a todas las necesidades», explica la psicóloga e investigadora Alba González. De ahí la idea de los patios en tres zonas -movimiento, tranquilidad y naturaleza- y la importancia de que el espacio sea multifuncional: «Si instalas un tobogán, los niños se deslizan, y si pones un rockódromo, escalan. No podemos poner un campo o un bosque, donde el juego es abierto, pero sí puede haber troncos, cuerdas, desniveles o montañas de arena».
El colectivo de arquitectas Equal Saree, que trabaja en el rediseño de cinco patios escolares en colaboración con el Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet, también insiste en esta idea. «La mayoría de los patios son 'futbolcéntricos': una pista con dos porterías, a veces también canastas. Para dar cabida a actividades distintas, debe ser flexible, no identificado con actividades específicas», explica Dafne Saldaña.
Niñas al margen
Niños al centro
En todo caso, coinciden, es fundamental la participación de toda la comunidad escolar y, especialmente, que los propios niños y niñas aporten ideas sobre qué va mal en su patio y cómo les gustaría que fuera. En general, los chavales son los que menos pegas ponen a decir adiós al balón si tienen alternativas atractivas. «Los niños están felices», subraya Víctor Mazón. En cambio, algunos maestros se resisten al cambio, porque implicarse activamente en el recreo da más trabajo que turnarse para 'vigilarlo'.
Amparo Tomé también apunta a las familias: «Algunos padres y madres son sexistas: si su niño se lo pasa bien con el fútbol, ¡que se fastidien los demás!».
Y, claro, está la reacción bronca y agresiva de las redes sociales, con ese lanzamiento virtual de monedas, botellas y bengalas sobre Melani Penna por proponer públicamente un patio sin fútbol. «En el ámbito de la educación, que es donde yo me muevo, se está generando un debate muy interesante -sostiene la profesora de la Facultad de Educación de la Complutense-. Al principio, las cosas que nos parecen novedosas nos asustan. Y hay gente que, cuando se asusta, se enfada».
Las arquitectas de Equal Saree, autoras de la guía 'El patio de la escuela en igualdad', analizaron el área de ocupación de diferentes actividades en un patio donde ya no se juega a la pelota. La actividad más tranquila, como saltar a la cuerda o jugar a la rayuela, suele evitar el centro.
Los niños ocupan la pista con actividades motrices de alta intensidad, como carreras. «El patio es donde más se visibilizan las desigualdades de género, ya que el profesorado acostumbra a intervenir menos que en las aulas y las normas son menos rígidas», explica Dafne Saldaña.
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