Llegando a los Canchos de Ramiro, en Cachorilla. PEDRO GUTIÉRREZ
La tradición de lo nuevo
Cáceres ·
Los pueblos de la Sierra de Gata, Las Hurdes y el Valle de Alagón viven en un constante movimiento de innovación. Todo ello está propiciando nuevas y creativas formas de adaptar sus prácticas milenarias a un mundo que cambia a gran velocidad
TROY NAHUMKO
Cáceres
Domingo, 21 de noviembre 2021, 19:52
En el extremo noroeste de Extremadura, con el pueblo blanco de Villamiel a sus espaldas y la cima del Jalama más allá, se alza un castillo sobre un mar de olivares. Una atalaya en la cumbre de la montaña enmarcada por dos crestas montañosas; una que va hacia el este, hacia los pueblos más grandes de Acebo y Hoyos, y otra hacia el oeste, hacia Valverde del Fresno, Eljas, San Martín de Trevejo y las pinceladas blancas de los pueblos portugueses en la distancia. Y aunque no es técnicamente el centro de la Sierra, la sensación que proyecta es la de ser el nexo de la misma.
Salir de la EX-205 y cambiar abruptamente a la estrecha CC-2.1 presagia la larga y sinuosa subida que se avecina. Muros de piedra salpicados del granito que tanto abunda en la zona encierran los modestos olivares que desde lejos daban la impresión de ser un solo mar que fluye sin descanso. De vez en cuando estos olivares se intercalan con pequeños viñedos que producen el clarete pálido por el que la región ha sido conocida a lo largo de los siglos.
Nada más entrar en Villamiel nos desviamos por la aún más pequeña CC-V-143, que lleva hasta la pedanía de Trevejo. Su topónimo da cuenta de su antigüedad, tres-vejo/ très vieux. A medida que las faldas de la sierra se hacen más pronunciadas, los olivares se convierten en bancales, aprovechando mejor el terreno cada vez más inclinado. Los castaños se mezclan con los olivos y dan su sombra a las numerosas curvas que jalonan este corto, pero sinuoso, tramo de carretera. Al llegar a la cima del istmo de piedra que conduce al castillo desde las cordilleras circundantes, los árboles parecen reducirse y, al doblar otra de las curvas que hacen temblar el estómago, aparece el castillo, cual cresta de granito salida de un peñasco rocoso.
Celebración del evento 'Trevejo celeste' en el castillo de Trevejo.
NICOLÁS YAZIGI
Aunque el castillo sea espectacular, es el pueblo lo que hemos venido a conocer y, más concretamente, las estrellas que brillan con fuerza en lo alto. El propio pueblo es una colmena de casas de granito formadas por la misma piedra tallada del castillo, lo que lo convierte en uno de los pueblos más bellos y uniformes de la región.
Esta noche habrá música en directo, cata de vinos, degustación de productos locales y observación guiada de las estrellas. Trevejo Celeste forma parte de una serie de eventos que se están organizando aquí. Me reúno con el organizador de los eventos, Dani González, que dirige el bar del pueblo, El Buen Avío. También representa a la empresa familiar, la Hacienda Nava del Rey, uno de los mejores AOVE increíblemente afrutados que se están produciendo en pequeñas explotaciones independientes aquí en la Sierra de Gata y la vecina sierra de Las Hurdes.
Ante una copa de vino natural Antier, el cual también distribuye, me dice: «Es un vino tinto serrano de uvas procedentes del paraje de Machacascos, en Villamiel. El vino natural es en el que se interviene lo mínimo posible». Cuando habla, lo hace con cuidado y con pasión. «Trevejo es un sitio especial y nos gusta que el visitante lo sepa. Y nos gusta que la gente que viene aquí disfrute de los vinos de aquí, que los tenemos muy especiales, de nuestros boletus, de la miel de Villamiel y de nuestro aceite. Estoy contento, en los cinco años que llevo con el bar y los eventos, el turismo ha cambiado. Lo importante no es que hayamos atraído a más gente, sino que ha cambiado la calidad de la gente que viene a Trevejo y el motivo por el que viene. La gente ahora ya viene a consumir, pero a consumir de forma sensata».
Los Canchos de Ramiro, en Cachorrilla.
PEDRO GUTIÉRREZ
Después del evento me pongo a hablar con uno de los músicos de Ahora o Nunca, Jill Barrett, también inmigrante, solo que su viaje comenzó en North Yorkshire. Como Dani, ella también tomó la decisión de dejar la ciudad. Pasó de ser una respetada profesora de inglés a convertirse en una exitosa quesera artesanal, e invitó a mi familia a visitar su quesería al día siguiente en Villasbuenas de Gata.
La EX-205 comienza en la frontera portuguesa y bordea las sierras más altas de este tramo del Sistema Central hacia el norte. Al atravesar la sierra, se cruzan innumerables arroyos y ríos que brotan de las alturas. Este recurso vital reverdece las laderas de estas duras y rocosas colinas e incluso fluye por en medio de las calles de pueblos como los de la cercana San Martín de Trevejo. Cruzamos los ríos Acebo y Gata antes de circunnavegar el estrecho entramado de calles del pueblo. Pasamos la residencia de ancianos y giramos a la derecha hacia el cementerio por una carretera que acaba convirtiéndose en un camino de tierra y llegamos a la quesería La Frondosa.
Jill nos recibe con su equipo EPI completo, dando un aire científico al proceso artesanal. «Siéntense y disfruten de la vista sobre el valle con el arroyo de Las Vegas mientras me cambio». El olor a menta salpica el aire mientras la brisa sopla entre las hierbas aromáticas plantadas alrededor. Poco más tarde Jill aparece con dos bandejas de diferentes tipos de quesos para que los probemos. Mis hijas siguen con entusiasmo sus instrucciones mientras ella les explica qué es cada uno de ellos. «Aquí tenéis un poco de queso fresco tradicional y por aquí algunas variedades diferentes de queso fresco para untar. Este es natural, luego periajo, al tomillo o a la pimienta negra. Luego en esta bandeja tenemos semicurados y curados de dos tipos, fermentación enzimática y láctica. Ambos se hacen con leche cruda y bolitas de queso cremoso en aceite. La leche que utilizo solo proviene de cabras en pastoreo de dos zonas de la Sierra de Gata. Mis principales proveedores son José, Erika y sus tres hijos en Cadalso y Manolo en Hernán Pérez». Jill apenas termina su presentación cuando mi hija mayor me susurra que se alegra de que tengamos mucho espacio en el coche para llevarnos a casa todo el queso de tomillo para untar.
Diferentes quesos de la quesería La Frondosa de Villasbuenas de Gata. TROY NAHUMKO
Era hora de volver a casa, pero nos quedaba una parada más. Cuando mi amigo Ramón Torres, coordinador de Extremavela, una empresa de turismo con sede en Coria, se enteró de que íbamos a pasar por allí, insistió en visitar el lugar perfecto para terminar nuestra excursión, en el Valle del Alagón.
Al salir de las sierras, los verdes atenuados se vuelven fluorescentes, con campos de maíz ondulados que se alimentan del regadío del río Alagón. Habíamos quedado río abajo en el pequeño pueblo de Cachorrilla, junto a la solitaria ermita del Cristo de los Dolores. «Solo es un paseo fácil de cinco kilómetros y verás por qué pensé que sería un gran final de viaje», se rió Ramón mientras pasábamos por las encinas y jaras que forman la dehesa circundante. Al salir a un claro, allí estaba, un portillo geológico donde confluyen tres masas de agua, los Canchos de Ramiro. Ramón se volvió hacia mí y sonrió: «Dicen que el agua siempre vuelve a su cauce, pero me da a mí que tú estás para quedarte en esta tierra». Y ojalá tenga razón.
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