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Mercedes Barrado Timón
Sábado, 22 de enero 2011, 01:18
Vuelve a repetirse el fenómeno del escaso interés que suscitan en España las elecciones que se celebran en Portugal. Las elecciones presidenciales portuguesas tienen lugar mañana y en los medios de comunicación españoles apenas ha trascendido nada de la pugna entre los dos candidatos, el actual presidente, el centroderechista Aníbal Cavaco Silva y el socialista Manuel Alegre. Y eso a pesar de que en las últimas semanas ambos han estado haciendo campaña en los pueblos de la Raya, muy cerca de Badajoz. Ni siquiera parece haber influido en esta ocasión el primer plano que los famosos mercados han obligado recientemente a soportar a Portugal con sus repetidos ataques a las medidas económicas adoptadas por sus gobernantes para salir de la crisis. Estas elecciones portuguesas reeditan la pugna que ya tuvo lugar entre ambos candidatos en el año 2006 y que se resolvió a favor de Cavaco, pero traigo a colación este tema en esta columna por la curiosidad que suscita la personalidad del candidato Alegre, un hombre de edad digamos que avanzada (nació en 1936) con un perfil que le inscribe no sólo en la lucha contra la dictadura salazarista sino que le integra de plano en el mundo cultural portugués. Manuel Alegre es novelista y poeta. Ha recibido numerosos premios literarios y entre ellos posee el Premio Pessoa del año 1999. Es miembro de la Academia de las Ciencias de Lisboa y, para que su perfil no se quede sólo en el de un intelectual algo alejado del mundo real, resulta que Carlos do Carmo hizo famosa y popular una canción basada en uno de sus poemas. En España no ha ocurrido durante el periodo democrático que gente del mundo de la cultura ocupe puestos de relevancia política al nivel que se produjo, por ejemplo, en la República Checa con el mandato del presidente Vaclav Havel. Sí que ha habido siempre creadores o gente procedente de la gestión cultural que se presentaron a cargos electivos o fueron llamados para puestos de responsabilidad. Algunos eran políticos de pura cepa que devinieron en figuras del mundo intelectual y otros hicieron caso a su gusanillo político sin ocultar el peso fundamental que en sus vida tuvieron siempre sus tareas intelectuales. Aparte de aquellos que ocuparon cargos en la República y que volvieron a España con la democracia, como en el caso de Rafael Alberti, recuerdo sin ninguna aspiración sistemática nombres como los de Carlos Barral, Enrique Tierno Galván, Joaquín Leguina, Alberto Oliart, Manuel Pimentel, el ex ministro César Antonio Molina o el caso del científico Bernat Soria. En Badajoz hubo un su día un concejal que era un magnífico poeta, Jesús Delgado Valhondo y el que por más tiempo ha sobrellevado al alimón en Extremadura sus facetas literaria y política ha sido sin duda Tomás Martín Tamayo. El preocupante rechazo a los políticos que parece observarse en los últimos años en algunos sectores de la opinión pública española tuvo probablemente antecedentes que no supimos escrutar en las dificultades que mucha gente procedente del mundo de la cultura, la investigación u otras áreas alternativas experimentó para permanecer de forma prolongada formando parte del mundillo político. No es que los políticos de esta extracción vayan a ser mejores que los que se dedican profesionalmente a esta tarea porque también hace falta vocación y experiencia para mantenerse en ella. Pero el hecho de que el funcionamiento interno de los partidos parezca asfixiar el crecimiento de profesionales de la cultura no alineados con las corrientes imperantes en cada formación política quizá contribuye al paso atrás de muchos ciudadanos que sin duda se comprometerían en un momento dado con los retos políticos del país.
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