ANTONIO ARMERO
Domingo, 31 de julio 2011, 10:29
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De Rincón de Ballesteros, una entidad local menor dependiente de Cáceres, hasta Fresnedoso de Ibor hay doscientos kilómetros. Si el viaje se hace en un camión de bomberos son tres horas. Tres para ir y tres para volver. Más doce horas trabajando, 18 horas, o lo que es lo mismo, las tres cuartas partes del día.
Esa jornada la cubrieron hace dos semanas algunos de los miembros del retén de Rincón de Ballesteros. Los mandos del plan Infoex (el operativo contra los incendios forestales en Extremadura) les reclamaron, y ellos, claro está, cumplieron la orden. Hicieron el viaje para ir a pelearse con las llamas, que es, básicamente, en lo que consiste el trabajo de los bomberos amarillos, como a ellos mismo les gusta llamarse. Los rojos, o azules (según miremos al camión o al uniforme) son los de las diputaciones, y los amarillos son los que se dedican al fuego en el campo, los que días atrás hemos visto trabajando en Los Ibores, La Vera, Castilblanco u Oliva de Mérida.
Por fin, asociados
La base del dispositivo que cada verano lucha contra las llamas en el monte son ellos, un grupo de unas ochocientas personas, la mayoría hombres -hay mujeres, pero contadas- de casi todas las edades. Están repartidos de norte a sur y de este a oeste de la comunidad autónoma, y hace unos meses que decidieron romper con el pasado para intentar mejorar el presente y más aún el futuro. Para ello fundaron Abofoex (Asociación de Bomberos Forestales de Extremadura), el colectivo que les agrupa, «una asociación absolutamente independiente, sin ideología», precisan. La idea surgió el verano pasado, se gestó en los meses siguientes y tomó forma oficial el 21 de diciembre del año pasado.
«Nacimos para mantener al colectivo unido y para que se escuchen nuestras peticiones», resume Diego Gallardo, adscrito al retén de Tentudía y secretario del colectivo. En él hay ya miembros de cada una de las once zonas en que está dividido el mapa regional durante la época de máximo riesgo, que este año comenzó el 1 de junio y terminará el 15 de octubre. Es la temporada en la que más monte arde, cuando más trabajo en el frente tienen los bomberos forestales, que es como a ellos les gusta que les llamen. Porque en realidad, con los papeles en la mano, ellos no lo son. Unos son peones especialistas en la lucha contra incendios, otros son emisoristas, o vigilantes o conductores o jefes de retén, pero no bomberos, al menos hasta que la ley se lo reconozca.
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Pero esa cuestión no es la más importante. En la cartera de prioridades del colectivo hay otras reivindicaciones de mucho más calado. Por ejemplo, el plus de disponibilidad. Les obliga a estar a disposición del Infoex las 24 horas del día en la época de máximo riesgo (habitualmente, cuatro meses y medio al año), con la obligación de presentarse en la base como mucho a los treinta minutos de que su superior les avise. Por ello cobran un euro al día. Sí, treinta euros mensuales. «De esta forma es complicado eso de la conciliación familiar», apunta Javier González, del retén de Monfragüe y tesorero de Abofoex.
Están sometidos a ese régimen durante los días que trabajan, que son cuatro seguidos para librar los dos siguientes. El resto del año, la mecánica de trabajo es cinco jornadas laborables y dos de descanso. Solo en los días libres están exentos de la disponibilidad total. Todo ello por catorce pagas de unos 1.050 euros cada una.
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«Durante años nadie nos ha representado, y lo que pretende la asociación es precisamente acabar con esto y que se nos escuche», plantea Custodio Calle, vocal del colectivo y miembro del retén de Don Benito, otro de los que tuvo que hacerse un viaje de dos horas, más otras dos de vuelta y una larga jornada manguera en mano para acabar consiguiendo que el incendio de Fresnedoso de Ibor se quedara en 194 hectáreas negras.
Él, y Diego, y Javier, y Juan José Bau (de Villuercas), y Calixto Carrasco y Dani Matías (los dos de Rincón de Ballesteros) tienen cientos de historias que contar. «Lo que garantizo es que si los fuegos se apagan es porque nosotros nos dejamos la piel para que así sea», dice Dani, que, como los demás, tiene asumido que hasta mediados de octubre no le queda otra que estar pegado al teléfono móvil. El suyo, por cierto, porque la administración solo se los da a los jefes. Y ya se cuida él de que en los días de trabajo, aunque haya terminado su turno de siete horas y media, el aparato tenga cobertura.
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Que él, y Custodio desde Don Benito y otros muchos de los integrantes del plan Infoex tengan que hacer desplazamientos largos obedece a lo que Abofoex entiende como una mejorable distribución de los medios del operativo. La redistribución de personal y medios es una de sus demandas, pero ni mucho menos la única. Aspiran a que se revise el plus de disponibilidad, a que de una vez por todas pasen a depender de la consejería de Presidencia como el resto de cuerpos de emergencia, a que se iguale la duración de los turnos (para la mayoría de ellos son de siete horas y media, pero los conductores y los coordinadores de zona dan diez cada día) y, por supuesto, les gustaría que se pusiera en marcha el Plan de Reestructuración de Recursos Humanos del Plan Infoex.
La lista de peticiones
Diego Gallardo, el secretario, explica que el documento se aprobó en su día, pero que no se ha desarrollado. Ahora tienen sus esperanzas puestas en el cambio de gobierno al frente de la Junta.
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Pero la lista de aspiraciones no termina ahí. Abofoex pide que haya cursos formativos para la plantilla y solicita una mejora de las infraestructuras, un capítulo que consideran especialmente penoso, con ejemplos como el de Garbayuela, donde los compañeros tuvieron que construirse ellos mismos su caseta, o con cocheras tirando de un grupo electrógeno para disponer de luz (Villarta de los Montes, Valencia de Alcántara o Guadalupe, las dos últimas con helipuerto).
«El problema -reflexiona el secretario- se puede resumir diciendo que en muchas cosas, en casi todas las que tienen que ver con nosotros, el plan Infoex funciona prácticamente igual que hace veinte años». Lo que no cambia, sin embargo, es la rutina de cada verano: el monte extremeño sigue ardiendo, unos años más y otros menos. Y siempre habrá alguien que tenga que ir a pelearse contra el fuego. Aunque a veces, entre las llamas y los bomberos haya doscientos kilómetros y 12 horas con la manguera en la mano a cincuenta grados.
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