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El torero Francisco Rivera pone un par de banderillas. :: EFE
Tarde inspirada de Rivera Ordóñez
TOROS

Tarde inspirada de Rivera Ordóñez

Temple y empaque con el capote, facilidad con las banderillas, dos faenas bien acopladas y medidas

BARQUERITO

Domingo, 7 de agosto 2011, 13:30

Fue corrida de tres hierros pero de un solo encaste. Tres toros , de dos de los hierros de la familia Matilla. Y tres, de una ganadería rara de ver ahora, la de Juan Manuel Criado. Toros de Salamanca; hermanados por la sangre de procedencia: Tamarón-Domecq.

Uno de los toros de Criado, segundo de corrida, sacó calidad notable; y el quinto, del hierro de Matilla, no tanta pero más entrega.

Más de 600 pesaba el último de los de Matilla y, aunque de otra manera, también pudo con ellos. Fue corrida dócil. Con sus desigualdades, repartidas en lotes de compensación. Para 'El Cordobés' fue el toro más incómodo de cara y el menos ofensivo de los seis.

Un puyazo trasero dejó al primero de la tarde lastrado pero no inválido. Algo agónica una embestida noblona pero corta. 'El Cordobés' trabajó para la galería -desplantes, gestos cómplices- pero no perdió de vista al toro. Costó pasar con la espada: tres pinchazos y una estocada corta. El cuarto dejó estar más que ninguno y ahora 'El Cordobés', antes de atender el reclamo del salto de la rana, se sujetó bien, tapó al toro en medias embestidas que enhebradas parecían toreo circular o en espiral, y fue como darle cuerda al toro a capricho. Músicos de una sonora fanfarria pusieron de fondo el eco de una melodía festera. Una buena estocada.

El lote de Rivera Ordóñez fue el de más bellas hechuras: el toro de Criado, de procedencia Algarra. Iba a ser tarde fina de Rivera con el capote, que a pies juntos maneja con suave compás, y ese segundo se prestó con gusto. Tres lances de saludo muy bien volados, otros tres a pies juntos de mucho garbo y el remate de media casi frontal de lindo dibujo. El toro, que vino toreado en todas las bazas, escarbó un par de veces luego. Falsa alarma. Tuvo fondo y ritmo suficientes: largos los viajes descolgados. También en el recibo de capa se meció finamente Rivera; y en quite por airosas chicuelinas, solo dos, rematadas con buena revolera.

Desparpajo y acierto

Ese punto de sosiego y precisión fueron sello de las dos faenas de Francisco. Y no solo de los trabajos de muleta, sino también de dos tercios de banderillas cumplidos con desparpajo, facilidad y acierto. Rapidez de ideas para encontrar terreno, soltura para cuartear, corazón para sacar los brazos, puntería para clavar arriba y reunido, gracia para salir de suerte con un discreto quiebro. Encajado y descolgado de hombros, tomándose alguna ventaja, Rivera se templó en la primera faena con la mano derecha, dibujó bien los muletazos cambiados y, sobre todo, armó la cosa con cabeza: los tiempos, los ataques, hasta los desplantes columpiados.

Una notable estocada y un limpio triunfo. Más abundante, pero bien medida también la segunda faena, que abrió sentado en el estribo y tuvo la sorpresa de muletazos de frente acompasados, gracia en algunas improvisaciones -el molinete de salida, pases del desdén-, poso de torero de oficio, mucha seguridad. Media estocada, dos descabellos.

El lote de El Fandi fue, por comparación, el menos propicio. Y el más descompensado: un tercero del hierro de Criado terciado y con menos fuerza que cualquiera de los compañeros de aventura; y el inmenso sexto, que hizo de todo un poco: meter la cara, amagar con huirse y con aire de toro abanto, galopar pero no siempre para venir a engaño sino para escapar de escena también, y rajarse a última hora tras previos avisos de hacerlo. Como si se hubiera cansado de trabajar. O perturbado por la murga implacable de una charanga que hizo durante la lidia de ese sexto un auténtico destrozo acústico. Llovía, estaba cerrado el párpado de la cubierta, un bombo guerrero tronaba.

El Fandi se puso de rodillas para recibir al primero en larga cambiada, le puso tres pares soberbios -de correr hacia atrás para cuartear y clavar en el balcón como si nada- y se encontró con el toro apagado. Y escarbando. Al sexto, que tuvo un punto andarín, lo acompañó en viajes limpios de no obligar, con los cuales las faenas se hacen planas y repetitivas. Y entonces se aburren los toros o se van.

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