EL ANTES Y EL DESPUÉS DE UN LUGAR CLAVE PARA LA CAPITAL PACENSE TANIA AGÚNDEZ
Domingo, 5 de febrero 2012, 15:48
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Es testimonio histórico de Badajoz, testigo del capricho de los ciudadanos y huella de las decisiones de los dirigentes. Sujeta a grandes cambios a lo largo de toda su existencia, la Plaza Alta ha sufrido una decisiva transformación en los últimos 15 años.
Este emblemático espacio está a punto de finalizar una fase importante en su historia. Su rejuvenecimiento, que arrancó a finales de los 90, concluirá en breve. La mayoría de sus edificios ya han sido rehabilitados y están en uso, devolviéndole parte de la actividad que un día tuvo. El último inmueble en ser restaurado, la que será nueva sede de la Concejalía de Ferias y Fiestas, se sitúa junto a otro edificio que está a la espera de que empiece su recuperación. Se trata de la edificación anexa al arco del Peso y que alberga los puntos de información de varias asociaciones y colectivos de la ciudad. La intención del Ayuntamiento de Badajoz es arreglar la fachada, para la que ya el viernes pasado adjudicó la obra por valor de 190.000 euros. Una vez que termine la intervención en esta zona, únicamente quedará pendiente la rehabilitación del edificio ubicado en la esquina de la calle Moreno Zancudo.
Previamente se le ha ido inyectando vida a esta plaza adecuando las Casas Coloradas, habilitando los locales bajo las arquerías para instalar distintos servicios (la UNED, el Centro Regional de Flamenco, el local de la asociación de vecinos del Casco Antiguo, entre otros). Además, varios bares y locales de ocio llevan años funcionando en este área. Gracias al nuevo aspecto que luce y a la actividad que allí se genera, los pacenses y turistas han dejado de dar la espalda a esta zona de la ciudad. De esta manera, culminará uno de los proyectos más ambiciosos de la capital pacense: la revitalización de la Plaza Alta. Sin embargo, no hay que olvidar que hasta hace muy pocos años este espacio ha estado arrinconado siendo infravalorado. Ha sido víctima del paso del tiempo, del olvido de los ciudadanos, de la indiferencia de los visitantes y de la dejadez de las instituciones públicas.
Su decadencia comienza a finales de los 70 cuando el mercado metálico se traslada al campus universitario. A partir de entonces, muchos otros establecimientos que se habían instalado en este punto atraídos por la actividad que emergía en el entorno también comienzan a cerrar. Es el final para muchos comercios de artesanía y tabernas. Como consecuencia, la zona empieza a despoblarse. Los habitantes que hasta entonces vivían allí se trasladan a barrios periféricos. Pero este movimiento demográfico no llega solo, ya que paralelamente la plaza es ocupada por gente marginal. Los ciudadanos critican que las instituciones no reaccionaran a tiempo. «En ese momento no se dotó a la Plaza Alta de personalidad. Quedó sin tejido empresarial o cultural para que la gente continuara subiendo y siguiera disfrutando de este espacio. Se fue degradando. Las administraciones no supieron poner un tapón a la sangría que se produjo y se fue deteriorando hasta un punto denigrante», indica José Manuel Bueno, presidente de la Asociación Cívica.
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Se convierte así en un foco de delincuencia y compra-venta de droga, lo que a su vez hace que el resto de la población la margine aún más. «Aparentemente ya no había razón alguna para subir a esa parte de la ciudad. Los edificios de la plaza se ocuparon en muchos casos en términos de irregularidad. Los inquilinos hicieron muchas obras de compartimentación. Taparon arcos y ventanas, lo que le dio un carácter especial casi de gueto. A finales de 1990 el Ayuntamiento empezó a clarificar la propiedad legal de cada uno de los inmuebles y a adquirirlos, lo que supuso un gran esfuerzo. Dar la vuelta a esa tendencia sociológica ha costado mucho trabajo, pero se ha conseguido», explica Alberto González, cronista de Badajoz.
Varios colectivos de la ciudad reconocen que este deterioro ha estigmatizado a la plaza. Muchos ciudadanos se negaban a llegar hasta allí. Para ellos, la ciudad terminaba en la calle San Juan. De ahí para arriba era territorio casi vedado. La sensación de inseguridad marcaba el comportamiento de los vecinos. «Lo consideraban un sitio peligroso. Muchos ni siquiera lo conocían. Poco a poco se han ido desprendiendo de ese concepto, aunque todavía hay algunas personas, sobre todo mayores, que no han vuelto a subir por miedo y desconocimiento», asegura Bueno.
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La labor de restauración, no sólo arquitectónica y urbana, sino también sociológica y económica, es conocida por vecinos y colectivos. De hecho, desde la asociación de vecinos del Casco Antiguo afirman que se sienten satisfechos por el cambio registrado. «Si algún pacense aún tiene reticencias a subir es un problema más psicológico que real. Se ha rehabilitado la Plaza Alta y con esta mejora los ciudadanos están recuperando su confianza en este espacio», apunta José María Soriano, presidente de este organismo. Destaca emocionado que es un privilegio poder contar con un enclave de este tipo, por eso insiste en la necesidad de cuidarlo y conservarlo ahora que se ha regenerado.
En este sentido, González, Bueno y Soriano coinciden en que el papel jugado en este proceso por los servicios y organismos institucionales que se han ido estableciendo en este lugar ha sido esencial. «La gente se fue a vivir allí, se pusieron en marcha bares, oficinas y en los alrededores se instaló la comisaría de la Policía Local, el Museo de la Ciudad 'Luis de Morales' y el Museo Arqueológico Provincial, entre otros, para atraer de nuevo al público. Era un proyecto diseñado a largo plazo para recuperar el tejido urbano», asevera González.
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Para los nostálgicos, la Plaza Alta debería de llegar a recuperar el protagonismo que tuvo en su época, ése que profesó como centro neurálgico de la capital pacense. «Aunque se han hecho muchas cosas y bien, creemos que todavía queda mucho por hacer. Para que realmente este espacio tenga el esplendor de antaño, hay que rehabilitar su entorno. Su rejuvenecimiento va ligado al progreso del barrio. El que un día fue el corazón de la ciudad aún no ha recuperado su lugar, pero está en ello. Es necesario dotarlo culturalmente de actos para que la gente lo tome como referencia», propone Bueno.
«Las cosas no pueden ser nunca como fueron antes. La historia tiene su propio ritmo. La dinámica de hoy es diferente, ahora hay otros focos de atracción. Pero este espacio ha logrado incorporarse a Badajoz con la sintonía que exige nuestro tiempo. Los pacenses la han dejado de percibir como un lugar viejo e inservible y está adquiriendo la notoriedad de algo antiguo que se debe poner en valor», subraya González.
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La Plaza Alta arrastra tras de sí un vida llena de altibajos vinculados a los condicionantes culturales y demográficos así como a las circunstancias socioeconómicas del momento. Se trata de un relato de luces y sombras que está a punto de añadir un nuevo capítulo que, esta vez sí, incluye un final feliz.
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