M. J. TORREJÓN
Viernes, 31 de agosto 2012, 19:54
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Todavía son muchos los que recuerdan qué hicieron y dónde estaban el 29 de agosto de 1992. Sábado. Esa noche el estadio de fútbol Príncipe Felipe acogió el concierto del siglo. La banda británica Dire Straits protagonizó el directo más exitoso de la historia local. 35.000 personas corearon los temas de la banda liderada por Mark Knopfler. «Fue un éxito. De este concierto se habló en toda España y puso a Cáceres en el mapa», apunta Carlos Sánchez Polo, alcalde de la ciudad de 1987 a 1995.
El pasado miércoles se cumplieron 20 años de esta actuación, que dejó una huella difícil de borrar entre los asistentes. «Es como si ahora viniera Bruce Sringsteen o U2. Los Dire Straits hacían una música que gustaba mucho en el mundo rural. Vino mucha gente de los pueblos de Extremadura. Recuerdo la repercusión social que tuvo para una ciudad tan pequeña como ésta. Artísticamente fue un concierto precioso. Fue todo realmente perfecto», resume Marce Solís, que se encargó entonces de la producción local de la cita.
Para entender la dimensión de aquel concierto hay que tener en cuenta varias claves. En 1992 Cáceres fue designada capital cultural de Extremadura. Tenía ante sí el reto de aumentar su difusión nacional e internacional y de demostrar que también era capaz de organizar un macro evento de estas características. Y el Ayuntamiento, subraya Sánchez Polo, apostó fuerte. «Dire Straits estaba en un momento de mucho éxito y en aquella gira ofreció muy pocas actuaciones en España. Si hubiera sido un fracaso, nos hubiera costado mucho dinero. Pero no lo fue», dice.
No se llegaron a poner entradas en taquilla porque se agotaron con antelación. Cada una de ellas costó 2.500 pesetas. El desafío obligó a las instituciones a buscar un escenario de grandes dimensiones. Optaron por el Príncipe Felipe. «Fue el primer concierto de esa envergadura que se celebró en el estadio. Después se organizaron más y para el club supuso una fuente de ingresos», señala José Félix Nevado, que por aquella fecha era el presidente del C. P. Cacereño. «Los vestuarios se convirtieron en camerinos y nos pidieron que pusiéramos moqueta en el suelo. Además, se instalaron gradas supletorias en el campo», cuenta. Entre las instantáneas que estos días le vienen a la memoria destaca la imagen de una multitud sentada sobre el césped.
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Estaba previsto que el concierto arrancara a las 22.00 horas. La banda de Glasgow llegó a las 15.30 horas. Sus integrantes aterrizaron en Talavera la Real y, desde aquí, se trasladaron en cuatro Mercedes hasta Cáceres. Se alojaron en el Hotel Meliá de la Plaza de San Juan, que en la actualidad pertenece a la cadena NH. Tras el mostrador de recepción estaba José Ángel Iglesias. Tenía 24 años y los Dire Straits eran sus ídolos. Jamás podrá olvidar aquel día.
«Dejaron su equipaje en las habitaciones y se marcharon directamente a realizar la prueba de sonido. No volvieron al hotel hasta después del concierto. Había mucho revuelo en la puerta para verles llegar», detalla. De la estancia del grupo en este establecimiento son recordados los dibujos que realizaron en las paredes con una especie de sello en forma de plátano y, especialmente, los desperfectos aparecidos en las habitaciones ocupadas por Mark Knopfler y el batería. «Se dedicaron diferentes pintadas ridiculizándose mutuamente en tono jocoso. Hubiera sido hasta divertido de no haber utilizado como lienzos los cuadros de las estancias que ocupaban», apostilla J. Ángel. El grupo pagó los costes de las reparaciones.
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La ciudad montó para la ocasión un dispositivo especial integrado por Guardia Civil, Policía Local, ARA, DYA y Cruz Roja. El Polígono de las Capellanías se habilitó como un gran parking, aunque muchos optaron por trasladarse al estadio a pie. «Ha sido el concierto más masivo que ha habido en la ciudad. Vino gente de Sevilla, Badajoz, Plasencia... y muchos portugueses. Fue un reto desde el punto de vista profesional», afirma César García, jefe de la Policía Local en el 92. «Afortunadamente, no hubo incidentes», añade.
José Pérez, copropietario de Manómetro, recordará siempre cómo se agolparon los clientes en la cafetería, entonces Acuario, al terminar la actuación. «Se nos agotaron todas las existencias: los sándwiches, el pan bimbo, las tortillas... La gente vino en masa. Todos querían cenar después del concierto», describe. Fue otro efecto más de la noche más sonada.
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