El puente de la autopista (BA-20) sobre El Rivillas tras la riada. A la derecha la misma vista pero en la actualidad. :: J. V. ARNELAS
BADAJOZ

Una noche imborrable 15 años después

Los escenarios de la riada de 1997, que cumple mañana tres lustros, han cambiado pero los afectados siguen recordando cada detalle

NATALIA REIGADAS nreigadas@hoy.es

Domingo, 4 de noviembre 2012, 02:39

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Los arroyos Rivillas y Calamón son parques con juegos infantiles, nuevos puentes y pasarelas de madera. Al mirar estas zonas verdes que evocan paz parece que se borra la noche del 5 al 6 de noviembre de 1997 cuando una riada arrasó la zona y dejó 25 muertos. Los supervivientes y los testigos de esta tragedia, sin embargo, lo recuerdan todo. Las olas que golpeaban sus viviendas, el color de sus zapatillas de estar en casa cuando huían, los gritos de sus vecinos, encontrar los cadáveres, recuperar fotos entre los restos de su hogar y cada segundo de una noche que 15 años después sigue siendo imborrable.

El tiempo sí ha servido para que la zona se transforme por completo. La riada provocó que se eliminasen las construcciones más cercanas a los arroyos para que la tragedia nunca se repitiese. Las que no resultaron arrasadas por la subida del río fueron compradas por la Confederación Hidrográfica del Guadiana o por el Ayuntamiento. Los primeros invirtieron 61 millones en la rehabilitación, a los que se suman más de siete de las arcas municipales. Actualmente solo restan un centenar de casas en pie y siguen las adquisiciones para acabar con todo rastro de la riada.

Pero para los que estuvieron allí olvidarlo es imposible, aunque todo fue muy rápido. Comenzó a las once de la noche. Llovía mucho y el nivel del agua de un riachuelo que estaba seco la mayor parte del año comenzó a subir. Primero se produjo una ola sobre Valverde de Leganés que dejó tres muertos y pasada la una de la mañana se desbordaron el Rivillas y el Calamón en Badajoz. El aumento de la corriente taponó los puentes sobre los arroyos y al reventar, las olas superaron la altura de los edificios.

La fuerza del agua arrastró coches, camiones e irrumpió en las casas de Pardaleras, San Roque y especialmente el Cerro de Reyes que, al estar en la confluencia de ambos arroyos, se llevó la peor parte. Murieron 22 personas, la mayoría en sus casas al refugiarse sin saber que el nivel del agua subiría tanto. Muchas no pensaron que era grave y algunas incluso estaban dormidas. Cuatro de las víctimas mortales fueron arrastradas por la corriente, tres se encontraron días después y una cuarta nunca pudo ser rescatada.

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Todo este terror se produjo debido a un triste récord. Fue el día que más llovió en Badajoz desde que existen registros oficiales, es decir, al menos en 137 años. Cayeron 119,1 litros de agua por metro cuadrado, más de doble de lo que llueve de media en un mes como noviembre. Para entender la magnitud de estas precipitaciones sirve una comparación: durante un día de grandes tormentas, es decir, el día del año que más llueve, Badajoz alcanza los 40 litros. El 6 de noviembre del 97 esa cifra casi se triplicó en unas horas.

Más allá de las cifras, la riada ha quedado en la ciudad como una palabra que evoca una noche que todos recuerdan, especialmente los que fueron protagonistas voluntarios e involuntarios. HOY ha hablado con cinco de ellos 15 años después. Se trata de dos supervivientes, un trabajador de Cruz Roja que rescató a varios vecinos, un bombero que recuperó cadáveres y una psicóloga que atendió a las familias.

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Isabel Pérez, superviviente

«Hubiésemos muerto todos allí»

Isabel Pérez Gil, a sus 76 años, es un ejemplo de lo que supuso esa noche para los supervivientes. Sentada en su casa de Pardaleras, donde fue realojada como otras 1.200 familias que se quedaron sin vivienda, mira por la ventana, señala la lluvia y dice: «Los días así te lo revuelven todo, vuelves a verlo».

Tras la riada un psicólogo le recomendó hacer punto de cruz para superar el trauma y ahora decenas de cuadros cosidos decoran sus paredes. Su otra secuela, el miedo al agua. No puede bañarse en la playa, tal y como explica su nieto Antonio. Isabel lo observa y dice con pena: «Perdimos las fotos de los nietos de pequeños y de los hijos. No tenemos ni una foto». Lo importante, a pesar de todo, es que todos los miembros de su familia se salvaron, aunque fue por poco.

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«Estaba en un velatorio porque había muerto una vecina y a la una decidí marcharme. Llegué a casa, mi marido y mis dos hijas dormían, me acosté y no me había dormido cuando escuché gritar a mi vecina», recuerda Isabel Pérez que sabe que, si no se hubiese despertado, «hubiésemos muerto todos».

«Fui a la puerta y ya entraba agua en casa, vi una ola negra que venía hacia mí, cogí a mi perro y salí corriendo. Fuera del barrio me di cuenta que, del susto, había olvidado a mi marido y mis hijas. No sé qué me pasó». Tras unos momentos muy angustiosos, en los que trató de volver a su casa pero no se lo permitieron, comprobó que entre los supervivientes estaba su familia. La habían escuchado gritar y la habían seguido.

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J. Antonio Jiménez, bombero

«Llamaban diciendo que el agua les atrapaba en casa»

La angustia de Isabel también la vivió José Antonio Jiménez 'Epi' entre sus compañeros desde hace 26 años del Servicio Municipal de Bomberos, pero al otro lado de una línea telefónica. «Nos llamaba la gente diciendo que entraba el agua en su casa y les decíamos que no se preocupasen, que se subiesen a una terraza o una mesa porque al principio no supimos lo grave que era». «De hecho yo estaba en casa, sin turno, y me llamaron para que fuera. Le dije a mi mujer, que estaba con mi hija de cuatro meses, que no me llevaba comida porque volvería enseguida. Estuve tres días fuera trabajando».

Tras una noche intensa en la que estuvo en comunicaciones, comenzó lo peor tanto para él «como para muchos bomberos que trabajaron sin parar». El día 6 comenzó la búsqueda de cadáveres casa por casa. 'Epi' recuerda especialmente a una familia que vivía junto al puente de la autopista. «Encontramos a los cuatro al fondo de la casa. Se habían ido resguardando cada vez más lejos y al final les bloqueó. También me acuerdo de una madre y una hija que encontramos fallecidas en su casa. Estaban haciendo las maletas. Mucha gente no se dio cuenta de lo peligroso que era».

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El día 7, con cuatro desaparecidos, los bomberos comenzaron otra tarea, localizarlos. José Antonio Jiménez rememora a un conductor que fue arrastrado con su coche y lo encontraron flotando en el azud, a una niña pequeña que apareció en el Puente de la Universidad y a un señor mayor localizado casi en la frontera. Su mujer fue la anciana que nunca hallaron. «Intentamos volver a buscarla en Navidad, seguimos el cauce hasta Villanueva del Fresno, pero nada. Es nuestro trabajo, pero hay cosas que no se olvidan».

Mª Carmen Pino, psicóloga

«La situación te sobrepasaba»

María del Carmen Pino sabe perfectamente que no se olvida. Es psicóloga y en 1997, con 28 años y recién casada, se fue a Cruz Roja a ofrecerse a ayudar. «Iba para limpiar barro y tenían demasiados voluntarios, pero buscaban psicólogos y me ofrecí. Una mujer que estaba especializada y venía de la tragedia del camping de Biescas el año anterior nos dio una charla y me mandaron a La Granadilla, donde llegaban los cadáveres».

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Esta pacense aclara que, ante todo, hicieron de apoyo. «Las familias estaban en cada sala del pabellón y les ayudábamos en lo que podíamos, pero en temas psicológicos la situación nos sobrepasaba. Era tan duro que entendías el que daba una patada a la puerta o gritaba. Solo podías estar allí, escucharlos y poco más».

Mª Carmen Pino confiesa que se derrumbó al ver todos los féretros en la pista deportiva. Días después comenzaron a atender a los supervivientes en el Perpetuo Socorro y poco a poco intentaron ayudarles a afrontar las secuelas que les quedan.

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Antonia Mijas, superviviente

«Se paga. Se destrozó la vida a muchas familias»

Antonia Mijas Benítez, de 54 años, está convencida de que muchas secuelas siguen afectando a los que lo vivieron. «Se paga. Se destrozó la vida a muchas familias. Se cambian las casas, se limpia, pero los sentimientos no se cuentan y por eso salen las enfermedades», añade esta pacense, que señala la foto de su hermana Flori que ayudó mucho a los vecinos tras la riada, pero falleció de cáncer posteriormente.

Para su familia fue una noche traumática. Vivían en la zona sus padres, ella y dos de sus hermanas, cada una en un piso, pero todos juntos en un bloque construido junto al Rivillas, en la carretera de Sevilla. Llovía mucho y Antonia se acostó algo angustiada. «A la una me desperté y al mirar por la ventana vi como si el puente se cayese, le pasaba el agua por encima. Desperté a todos y nos pusimos a vestir a los niños, pero al querer salir de casa ya no podíamos».

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El agua atrapó a toda la familia que aguantó en los pisos altos toda la noche, ya que los bomberos no fueron capaces de llegar hasta su balcón para sacarlos. «El agua arrastraba lavadoras y muebles y pegaban contra nuestra casa que temblaba. Pasamos miedo». Hoy en día, a pesar de todo, echa de menos su barrio. «Eran unos vecinos maravillosos. En Navidad poníamos mesas y toldos en la calle y estábamos todos juntos. Cuando pasó solo nos quedaba un año para pagar nuestra casa y entonces tuvimos que empezar de cero y perder nuestro barrio».

Jesús López, Cruz Roja

«Trabajamos al menos 28 días sin parar»

Una de las personas que se ocupó de rescatar a los vecinos que no podían salir de sus casas, como Antonia, fue Jesús López Santana, trabajador de la Cruz Roja. Primero estuvo en Valverde de Leganés y luego vino a Badajoz. «Íbamos en lancha, pero a remo porque la corriente era muy fuerte y había cables eléctricos en el agua. Pasábamos de tejado en tejado sacando gente atrapada. Recuerdo mucho que en una casa había dos, recogimos a uno y al volver a por el otro había desaparecido la casa».

Junto a estos recuerdos dramáticos, López Santana rememora que Cruz Roja, donde entonces estaba la coordinación de emergencias porque no existía el 112, tuvo que usar una radio desde la Delegación del Gobierno para pedir ayuda a Madrid porque la ciudad se quedó sin teléfono y sin luz.

Tras esa noche interminable siguió el trabajo sin parar durante 28 días en los que tuvieron que repartir ropa, comida y todo tipo de ayuda a las víctimas repartidas en el campamento del Perpetuo Socorro y otras zonas. Lo único positivo, recuerda Jesús, «es que hubo una explosión de ganas de ayudar. Había una marea de voluntarios».

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