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Juan Miguel Villar Mir, en su despacho, en la planta 17 de la Torre Espacio. :: E. SAN BERNARDO
SOCIEDAD

Dios, familia y trabajo

Su constructora, OHL, es una de las empresas que más ha crecido desde que comenzó la crisis. Jamás se enfada y con 81 años trabaja 12 horas diarias. Le acaba de comprar a su amigo Emilio Botín la sede histórica del Santander en Madrid para convertirlo en hotel y tiendas

DANIEL VIDAL

Lunes, 14 de enero 2013, 01:10

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AJuan Miguel Villar Mir (Madrid, 1931) siempre le gustó coger el toro por los cuernos. Y no es una frase hecha para definir su actitud ante los retos más peliagudos que le ha planteado la vida: aquella travesía en velero en la que el empresario, con 66 años, quedó a la deriva en medio del Atlántico. O cuando su Jaguar Mark II le dejó vendido, sin frenos, y él siguió bajando el puerto de montaña. Lo de coger el toro por los cuernos es literal. En su etapa en Algeciras, siendo delegado de la constructora Dragados para la costa de Andalucía, Villar Mir disfrutaba del golf, de sus primeros pinitos en navegación a bordo de un 'snipe' y de tientas y capeas organizadas por adinerados ganaderos de la zona. Vestido con botos y chaquetilla, Juan Miguel se especializó en un arte menos vistoso que el de la muleta, pero no menos arriesgado: el de recibir al novillo en el centro de la plaza, sujetarlo por los cuernos y tumbarlo en la arena -con su correspondiente costalazo- para que el resto de la cuadrilla pudiera inmovilizar al animal, que luego debía ser marcado con el hierro incandescente de la casa.

Suya es la frase «todo puede hacerse si se le dedica el tiempo necesario». Así que, a sus 81 años, es lógico que Villar Mir haya hecho (casi) de todo, además de ponerse delante de un becerro. Número uno de su clase, se sacó dos carreras (Ingeniería de Caminos y Derecho) y dos cátedras, tiene casas en Madrid (Puerta de Hierro), Sotogrande (Cádiz) y Palma de Mallorca, fue vicepresidente del primer Gobierno de la Monarquía, es íntimo del Rey, intentó presidir el Real Madrid dos veces -la última, en 2006, denunció un 'pucherazo' de Ramón Calderón en el voto por correo y se autoproclamó vencedor-, acumula una fortuna que ronda los mil millones de euros y ha levantado un imperio que ve pasar la crisis de largo. La 'niña bonita' del conglomerado de sociedades del Grupo Villar Mir, la constructora OHL, emplea a más de 25.000 personas y generó en 2011 un beneficio neto de 233 millones de euros, un 14% más que en 2010. No, no se ha perdido. Seguimos hablando de una constructora que el empresario madrileño compró en 1987 por una peseta (más deudas) cuando Obrascón, el germen de OHL, estaba a punto de irse a pique. Su compañía es una de las que más ha crecido desde que comenzó la crisis -junto a Inditex y Mercadona- y no ha perdido comba ni con el 'crack' del ladrillo. El propio Villar vaticinaba ¡en 2002! el ocaso del mercado inmobiliario nacional y se llevó parte de la actividad de OHL al exterior. La firma es hoy una de las responsables de construir la línea de alta velocidad entre Medina y La Meca, en Arabia Saudí. Renovarse o morir.

«Soy el antipelotazo»

Pero no solo de la construcción vive Villar Mir. Negocios inmobiliarios (que también capean el temporal), empresas de ferroaleaciones, energía eléctrica, fertilizantes, concesiones, servicios... Incluso bodegas y espectáculos taurinos o musicales. Cualquier sector es bueno, sobre todo si implica dificultades. Fertiberia, Altos Hornos de Vizcaya y hasta 30 empresas con una situación de quiebra también han resucitado de la mano de este 'rey Midas'. «Un atrevimiento que siempre ha generado incomodidades entre algunos empresarios», según explica Miguel Ángel Ximénez de Embún, autor del libro 'Juan Miguel Villar Mir: rigor y audacia en los negocios'. Pero aunque muchos le vean como un «cazador de gangas», él se defiende: «he comprado mucho y no he vendido nada. Soy el antipelotazo». Y además, con 81 años, sigue trabajando entre 12 y 14 horas diarias. «Se levanta siempre antes de las 8 y a las 9 ya está en su despacho», resumen fuentes de su equipo. Cuando un periodista le pidió una sentencia para poner el colofón a una entrevista, Villar Mir contestó: «Dios, familia... y trabajo».

Su última aventura empresarial no surgirá de una peseta. Por la adquisición del complejo Canalejas, siete edificios emblemáticos en pleno centro de Madrid, propiedad del Banco Santander, Villar Mir le pagará a su amigo Emilio Botín 198 millones (de euros). El objetivo es reconvertir la zona en un gran espacio comercial con restaurantes, tiendas y hasta un hotel. Otro desafío a la altura de Juan Miguel Villar Mir que, según un hombre de su confianza, «ya no intentará más» presidir el Real Madrid. «Pese a todo, nunca le faltan metas y nunca dejará de ponérselas», apuntan las mismas fuentes. Y al parecer, tampoco de cumplirlas. No ha dejado de hacerlo.

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El pequeño Juan Miguel era un buen hijo. De padre militar y madre con un talento especial para la música y en particular para el piano -que luego aparcó para dedicarse a la familia-, el menor de tres hermanos nunca dio un disgusto en casa. Discreto y aplicado en los estudios, solo en Literatura bajaba del sobresaliente. Su timidez no le impedía partirse el pecho por sus amigos del colegio del Pilar, en el barrio de Salamanca. En la Reválida 'sopló' varias respuestas a un colega. El profesor le vio, le cambió de sitio y Juan Miguel aprovechó el castigo para ayudar a un segundo compañero. Un tipo altruista que, años más tarde, cuando su soñada Torre Espacio (la más alta de España) perfiló el nuevo 'skyline' de Madrid y sus empleados empezaron a ocupar algunas de las 57 plantas, recorrió todos los despachos, uno a uno, para comprobar si todo estaba a gusto del asalariado.

«Es muy deferente con todos los que trabajan para él», define una persona de su equipo. Lo confirma Ximénez de Embún, que además de biógrafo es amigo personal de Villar Mir: «Ante una situación en la que se necesita una ayuda especial, Juan Miguel no duda en echar el resto». Lo demostró con la última visita del Papa a España. El empresario sacó partido de la altura de su torre y de las luces de las oficinas para dibujar una gigantesca cruz. No hay constancia de si a Benedicto XVI le causó más sensación el colosal y brillante grafiti católico o la capilla que la torre tiene habilitada en la planta 33 (la edad de Cristo cuando fue crucificado). Juan Miguel Villar es un hombre de profundas convicciones religiosas, pero quienes le tratan niegan, en contra de los rumores, que pertenezca al Opus Dei. «De eso nada».

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Su fe, heredada de su madre, le ha servido para superar envites como la pérdida de su padre, su compañero habitual en el estadio de Chamartín para ver los partidos de su amado Real Madrid tras tomarse un chato en Casa Pedro. También tuvo que sacar fuerzas de flaqueza cuando arreciaron las críticas durante su etapa de vicepresidente y ministro de Hacienda con Carlos Arias Navarro. Con unas reformas encaminadas a reducir la tremenda inflación y el déficit de entonces, y un discurso que exigía reducciones de salarios y en el que llegó a decir que el país vivía «por encima de sus posibilidades», la calle le cantaba aquello de: «¡Villar Mir, te tienes que ir!». El ministro, un hombre «independiente», resistió contra viento y marea y fueron los obligados cambios de la Transición los que le acabaron llevando del Gobierno a la actividad privada.

El yate de 60 metros

Pero no importa la intensidad del palo. Este marqués (el Rey le concedió en 2011 el marquesado de Villar Mir) nunca se descompone. «Enfadarse no sirve para nada», reconocía en una entrevista. «Aunque tampoco es campechano y resultaría ridículo si pretendiera serlo», revela Ximénez de Embún. «Tiene un gran sosiego emocional. Jamás le he visto alterado».

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Quizá su secreto es salir a navegar, una de sus grandes aficiones. Desde aquel coqueto 'snipe', Villar Mir se ha comprado varios barcos. El último, el 'Blue Eyes', es un yate de 60 metros de eslora que le ha costado alrededor de 60 millones. A millón el metro. Tiene jacuzzi, gimnasio, una biblioteca y, por supuesto, una amplia sala de televisión en la que ver los partidos de fútbol. Y si el patrón logra reunir a toda su familia a bordo, la felicidad es plena. Aunque siente adoración por sus tres hijos, Juan, Álvaro y Silvia (quien hace de marchante en casa de los Villar Mir, donde cuelga un 'zurbarán' y un 'rubens'), su verdadero 'ojito derecho' -con permiso de su nieta primogénita, su «tesoro chiquitín»- es su mujer: «mi mejor decisión». A Sylvia de Fuentes empezó a agasajarla con detallazos en 1963. Entonces fue un Seat 600 que Sylvia recibió con una ilusión que Villar Mir «nunca ha vuelto a obtener de su esposa con obsequios y situaciones similares», relata Ximénez. Ni siquiera con el deslumbrante Rolls Royce que le regaló 36 años después, en un aniversario de boda. Hay cosas que el dinero no puede comprar.

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