CÉSAR COCA
Domingo, 24 de marzo 2013, 12:33
Yo le doy una enorme importancia a la suerte en la vida». Lo dice Manuel Jiménez de Parga (Granada, 1929), que acabó el Bachillerato con matrícula de honor en todas las asignaturas y fue premio extraordinario en el Examen de Estado (la Selectividad de la época); ganó la oposición al cuerpo Jurídico-Militar sin apenas haberla preparado y más tarde las del Instituto de Estudios Políticos y Jurídicos; era catedrático en la Universidad de Barcelona con solo 28 años y fue Doctor Honoris Causa por la de Burdeos a los 32. Con suerte o sin ella, no hay en España muchos currículos como el de este abogado que fue ministro durante unos meses y luego presidente del Tribunal Constitucional, que recibió una paliza a manos de una 'partida de la porra' en los años en que defendía a estudiantes y demócratas en general en el Tribunal de Orden Público y que no se rendía ante los cantos de sirena de Manuel Fraga. Hoy, a punto de cumplir 84 años (el próximo 9 de abril), contempla la vida con serenidad y profundo sentido crítico. Por eso, no le gusta lo que sucede en la política española, del Rey al más pequeño de los partidos. Lo dice sin cortarse ni un momento en esta larga entrevista mantenida en su despacho en el centro de Madrid.
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- Usted nació y estudió en Granada. A juzgar por su currículo, tuvo que ser un alumno de excepción. ¿Cómo lo recuerda?
- Estudié en los Maristas, en un colegio que estaba en lo que antes había sido una fábrica de chocolate. No había calefacción y en invierno nos salían sabañones. Saqué muy buenas notas porque trabajé a fondo, pero también tuve suerte. Es muy importante tenerla.
- Nada más acabar la carrera se vino a Madrid. ¿Por qué?
- Los negocios de mi padre no iban bien, así que me trasladé a Madrid a ver qué posibilidades de trabajo había. Nada más llegar fui a una oficina en la que informaban de las oposiciones convocadas y una chica me explicó que había una para el cuerpo Jurídico-Militar el 15 de septiembre. Faltaban dos meses y además yo tenía que incorporarme a las milicias universitarias a comienzos de octubre. Mi padre me dijo que no podría sacarla, compitiendo con gente que llevaba años e iba a academias... Pero me presenté y en el primer tema, que era a sorteo, salió algo de Filosofía del Derecho, sobre lo que había trabajado. Eso me favoreció. La suerte de la que le hablaba. Luego, del segundo tema salí como pude, pero fui uno de los seis que obtuvieron la plaza.
- Recién acabada la carrera y con trabajo fijo. Y pronto se fue a Barcelona con una cátedra.
- Sí, pero primero tuve que volver a Granada y presentarme al ejercicio de licenciatura, apenas unas horas después. Obtuve premio extraordinario. Luego saqué otras oposiciones. Creo que fue un récord. Ya en Barcelona, el catedrático de mi departamento se fue de embajador y me encargaron la cátedra. Me casé, nos fuimos de viaje de novios a Palma, pero tuve que regresar antes de tiempo porque me llamó el decano.
- ¿Qué sucedía?
- Los alumnos se habían rebelado contra mi sustituto y querían que volviera cuanto antes.
- No todos le querían tanto como el decano. Creo que el gobernador civil no le apreciaba.
- Era el general Acedo y como yo pertenecía al cuerpo Jurídico-Militar, como le he contado, él pensaba que tenía que estar a su cargo. Pero le dije que no, como antes había rechazado un puesto a Fraga. Además, Acedo enseguida vio que yo era contrario al régimen de Franco, así que, como también era delegado de Telefónica, me llamó un día para decirme que, mientras él mandara allí, yo no tendría teléfono. Un problema serio porque acababa de abrir un bufete.
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- ¿Cómo resolvió el tema?
- Usando el teléfono de un vecino... De todos modos, no fue el único gobernador que me dio la lata. Otros me censuraron, me pusieron sanciones... El primero que no lo hizo fue Martín Villa, cuya esposa había sido alumna mía y me quería mucho.
Ministro incómodo
Sentado frente a la ventana desde la que en ese momento se contempla un aguacero que cae sobre la capital de España, Jiménez de Parga recuerda, con la frialdad narrativa de un notario, que una noche, a mediados de los sesenta, fue agredido por un grupo de extrema derecha. «Estaba en Sabadell y acababa de dar una conferencia. Iba con mi mujer y unos amigos hacia el coche cuando, como en las películas, salieron de una calle varias personas con bates de béisbol y me abrieron la cabeza». Al día siguiente, llegó a la Facultad con doce puntos de sutura y una aparatosa venda, y fue aclamado por los alumnos. «Luego, quienes con seguridad habían mandado a los de la porra me llamaron para ofrecerme protección oficial. Ya ve...»
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- Intervino varias veces en el Tribunal de Orden Público como abogado defensor. ¿Recuerda algún caso de forma especial?
- El que recuerdo con más emoción fue la defensa de mi hermano Carlos, un sacerdote de vocación tardía que dejó a un lado una brillante carrera jurídica. Decían que había acogido en su parroquia de Vallecas a gente de CC OO. Mi mujer también era abogada y fuimos ambos con toga, y el resto de la familia estaba allí presente. Aquello era un paripé y al acabar mi mujer dijo al presidente del Tribunal que, como católica practicante, no podía permitir que una pantomima semejante se celebrara ante un crucifijo. Así que lo agarró y salió corriendo de la sala. El ujier la persiguió por los pasillos. 'Señora, devuelva ese crucifijo', gritaba.
- En cuanto murió Franco, entró en política. ¿Cómo fue?
- En Barcelona había entonces muchos movimientos. Entre los socialistas estaba Raventós, que era profesor de la Facultad pero estaba sancionado, así que íbamos a verlo muchas veces a su casa. Un día nos dijo que, como no éramos catalanes, no podíamos ir en su lista. A mí me sorprendió porque no se lo habíamos pedido y porque yo llevaba veinte años allí, luchando por la democracia.
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- Quien primero se lo propuso fue Tierno Galván, pero usted se fue con Suárez. ¿Por qué?
- Tierno era amigo y envió a una persona próxima a sondearnos. Pero allí había mucho movimiento, como le decía. En la Facultad estaban Jordi Solé Tura, que era uno de mis colaboradores, Isidre Molas y Josep Maria Vallès... El gobernador me dijo que si, en vez de formar la candidatura de UCD con viejos franquistas lo hacían con gente nueva -yo entre ellos- tendrían muy buenos resultados, según encuestas que habían hecho. En esas, Suárez fue a un acto en Barcelona. Yo no lo conocía de nada, pero asistí y él me saludó con un abrazo. Esa foto salió en todos los periódicos e inmediatamente, para la opinión pública, pasé a ser el hombre de Suárez en Barcelona.
- Salió elegido y Suárez lo nombró ministro. ¿Cómo se sentía sentado en el Consejo con personas que lo habían perseguido no tantos años atrás?
- En ese Consejo solo había un demócrata de toda la vida: Íñigo Cavero. Además, había tres o cuatro desconocidos y el resto eran franquistas reconvertidos. Para mí resultaba muy incómodo, pero Suárez, aunque también era de los reconvertidos, se mostraba siempre tan amistoso, tan encantador, que superaba todo eso. Junto a él estaba Fernando Abril, muy inteligente. Pero le aseguro que no me fue grato estar con gente con la que no podía hablar del pasado.
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- Estuvo poco tiempo de ministro de Trabajo...
- No llegó ni a un año. Me tuve que traer a mi secretaria de Barcelona porque en el Ministerio había cinco y ninguna sabía ni taquigrafía... Un día vinieron a verme Marcelino Camacho y Nicolás Redondo y no les dejaron entrar. Yo les abrí la puerta y Camacho, al reconocerme, me dio un abrazo. Me conocía porque compartía celda con mi hermano en Carabanchel. La foto se publicó y a algunos ministros les sentó muy mal.
El veto del PP
El tiempo ha curado las heridas que le dejó el paso por la política. Los buenos recuerdos se imponen, como cuando Gutiérrez Mellado -«era una excelente persona»- intentó sin éxito devolverle su puesto en la carrera Jurídico-Militar, al que debió renunciar por una incompatibilidad a la que le forzaron dado su «deficiente espíritu militar». Sin embargo, hay un nombre que aparece una y otra vez, vinculado a episodios negativos: es Manuel Fraga. «Me odiaba porque me propuso un cargo y le dije que no». Fue él quien le obligó a firmar sus artículos con seudónimo y quien estuvo detrás de varias sanciones. «Intentó destrozarme en todos los sentidos, aunque tuvimos poco trato directo». Tampoco tuvo apenas contacto con políticos que más tarde pidieron con tono agrio su dimisión, como Xabier Arzalluz.
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- Tras su salida del Gobierno, volvió a la política otra vez con Suárez y el CDS, pero no salió. Ahí acabó su carrera.
- Cuando dejé el Gobierno, Suárez me propuso ir a la embajada que yo quisiera. Incluso me ofreció la de China, que hubiese sido una experiencia impagable. Pero habríamos tenido que dejar aquí a los hijos y renuncié por no romper la familia. Luego, Suárez me pidió que lo ayudara con el CDS y me puso en la lista por Alicante, provincia con la que no tenía ninguna relación. Me dijeron que mi elección era segura, pero no salí. Así que decidí dejar la política y volver al despacho y la cátedra. Para entonces, ya estaba en Madrid.
- Felipe González le propuso para Defensor del Pueblo y le vetó el PP. ¿Por demasiado izquierdista?
- Esa negociación fue curiosa. Me apoyaban el PSOE y el PC, gracias a Solé Tura, que se movió mucho. La sorpresa llegó cuando el PP, con Aznar al frente, se opuso. Luego, González, a quien conocía de antiguo, me propuso para el Constitucional.
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- Donde usted terminó como presidente y calificado por muchos como conservador. ¿Cómo explica eso?
- A mí, que me dijeran que era conservador cuando antes me había vetado el PP me pareció una prueba de independencia.
- ¿Le explicó luego Aznar las razones para ese veto?
- Sí; él y, sobre todo, su mujer -que es mucho más expresiva- se disculparon diciendo que era un sector del partido quien se había opuesto. Mientras fui presidente del Constitucional y Aznar del Gobierno, coincidimos en muchos actos y la relación fue buena.
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- Usted era miembro del Constitucional cuando uno de sus anteriores presidentes, Francisco Tomás y Valiente, fue asesinado por ETA. ¿Sintió miedo?
- No. Nunca lo he sentido; ni en la época más difícil del franquismo ni en la del Constitucional. Quizá haya sido siempre un poco irresponsable. Recuerdo bien el día del asesinato, cuando nos llegó la noticia. Fue terrible.
- Mientras presidió el TC, las críticas de los nacionalistas fueron continuas. ¿Cómo las encajó?
- No es agradable que te critiquen, pero tenía suficientes apoyos en el Tribunal, así que no sufrí demasiado. Me incomodaban, nada más.
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- ¿Está muy politizado el Constitucional?
- Mi experiencia es que no. No sé lo que ocurre ahora, pero las discrepancias por asuntos técnicos son normales y eran normales. Creo que se ha intentado politizar desde fuera. Yo tengo magníficos recuerdos y hay unos letrados extraordinarios que hacen una tarea muy importante.
Aviso al Rey
La confianza de Jiménez de Parga en el Constitucional no se traslada al ámbito de la política. Su tono reviste una especial seriedad cuando habla de la crisis que atraviesa el sistema de partidos por una corrupción que ha salpicado a todas o casi todas las fuerzas y ha alcanzado también a personas muy próximas al Rey. La serenidad de la conversación se transforma entonces en vehemencia: es el hombre de Estado que cree necesaria una profunda reforma para salvar el sistema.
- Los partidos son como empresas, con sus empleados. El jefe dice lo que hay que hacer y lo hacen. Así no puede funcionar una democracia parlamentaria.
- Usted también es muy crítico con el Rey. ¿Tan deteriorada ve la imagen del monarca?
- Es que el Rey tiene que reinar. Yo ya defendía la monarquía parlamentaria en 1966: lo escribí en un libro cuando nadie se atrevía a ello. Pero otra cosa es que acepte la postura de pasividad que ha adoptado el Rey. Eso es lo grave. No debe gobernar pero debe reinar, y eso es advertir, sugerir, aconsejar, promover...
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- ¿Cree que debería abdicar?
- Si no está en condiciones de ejercer su labor, por las razones que sea, debería dejar paso a su hijo. Los españoles estaremos agradecidos por sus servicios, pero no estaremos pasivos esperando el advenimiento.
- ¿Tiene la monarquía un futuro complicado?
- Depende de si el Rey reina o no. Si sigue sin reinar, el futuro es complicado porque para qué lo queremos. Y luego, además, tiene que ser ejemplar en su vida personal y familiar, y por las noticias que están saliendo no lo parece. Con el Rey sucede algo parecido a lo que pasa con Rajoy, que permanece impasible ante todo lo que pasa. No puede seguir así, de ninguna manera. Si no va a gobernar, que deje también el paso a otro.
- ¿Y la unidad de España? ¿La ve en peligro?
- Muchos enfoques que se hacen sobre la misma corresponden al pasado. La unidad de España al estilo tradicional se desfigura por el propio hecho europeo. Sorprende que exista gente que aún no se ha enterado de que el concepto de soberanía es distinto. El mundo actual desborda a la nación española. ¡Pero si ya no tenemos ni moneda propia! ¿Qué soberanía es esta en la que estamos pendientes cada día de si Merkel se levanta contenta o enfadada?
- ¿Por qué parece haber, al menos en algunas zonas, un número creciente de españoles que quieren dejar de serlo?
- Quieren dejar de ser lo que antes era ser español; dejar de estar en una organización que ya está superada. Quieren incorporarse al nuevo orden globalizado. Así hay que verlo.
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- ¿A qué tiene miedo Manuel Jiménez de Parga?
- A mi edad, el miedo más frecuente es a la muerte. Pero yo no lo tengo. Veo el final de mi vida con tranquilidad. Estoy en una tranquila senectud. Contemplo que la mayor parte de mis compañeros han muerto y eso me hace sentir un superviviente. También me moriré yo y no pasará nada. Al día siguiente, el mundo seguirá girando con normalidad.
- ¿Qué le pide a la vida?
- Tranquilidad, tener una comunidad de afectos con mis hijos y mis nietos; que sigan bien, dejar un buen recuerdo como padre y abuelo. Eso es lo que pido sobre todo: dejar un buen recuerdo.
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