ÁLVARO RUBIO
Sábado, 4 de mayo 2013, 20:52
No se le quiebra la voz. Tampoco le falta el aliento cuando canta. Y mucho menos desaparece de su cara la sonrisa cada vez que le dedica una canción a la Virgen de Bótoa. De hecho, cuando toca esa sonaja que ya tiene más de un siglo hasta rejuvenece. Muy pocos acertarían la edad que tiene. Josefa Martínez Bejarano está a punto de cumplir 100 años y lleva más de 25 siendo una de las lavanderas que acompañan a la copatrona de Badajoz en su romería. Ella es la veterana de un grupo formado por 14 mujeres que representan toda una época.
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Las lavanderas de la Virgen de Bótoa se ganaban la vida lavando en los pilones la ropa de las familias más pudientes de la ciudad. Acompañaban a la Virgen y se ocupaban de sus prendas. Además, hacían plegarias de lluvia para poder ejercer su profesión en el río Gévora y para que el agua regara los campos extremeños. «Eran unas mujeres piadosas y hacían un trabajo muy importante y meritorio que en ese momento tenía una gran trascendencia», asegura Carmen Carapeto, camarera de la Virgen de Bótoa, que se encarga desde hace seis años del arreglo del Paso para la jornada de la romería.
Con la llegada de la lavadora esa práctica quedó en desuso y las arrastró a cambiar de profesión. Sin embargo, la esencia se mantiene viva y las peticiones de las lavanderas se han convertido en toda una tradición.
Se integran en hermandad en la segunda mitad del siglo XIX y van delante de la Virgen durante la procesión; animan el recorrido con sus panderetas, castañuelas y sonajas; envuelven el ambiente con un sonido característico mientras caminan con un olor que les acompaña en todo momento, el del romero y la encina, ese que le dice a los pacenses que la romería de Bótoa ya está aquí.
Hasta que ese momento llegue, ellas ensayan en el número 10 de la calle Canarias, en San Fernando. Allí es donde se juntan para que el 5 de mayo no se escape ni una sola nota. Lo hacen un día al mes durante todo el año y cuando se acerca marzo los ensayos se intensifican. Ponen a punto sus voces dos horas todos los viernes.
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Josefa no suele faltar a esos encuentros. Le gusta reunirse con compañeras que tienen la misma fe que ella. Es su particular modo de recordar la profesión que ha desempañado durante toda su vida. «Lavábamos en los pilones y cantábamos para entretenernos. Ahora han cambiado muchas cosas, pero lo que sigue vivo es el cariño y la devoción por la Virgen», comenta esta veterana lavandera.
Tradición musical
Muchos de los temas que cantan las lavanderas son elaborados por ellas mismas con la ayuda del profesor del conservatorio Bonifacio Gil, Guillermo Muñoz Cabanillas. Él les guía, pero ellas ponen las ideas, en definitiva, son las que plasman sobre el papel lo que quieren transmitir, esa devoción y fe que les une a su Virgen.
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'La reina del campo', 'Lavandera soy de raza' y 'No saldrá la procesión' son algunas de las letras de su amplio repertorio. El año pasado estrenaron el himno, una canción dedicada a la romería, un homenaje a los peregrinos y a la procesión, pero sobre todo a la Virgen.
Cuando llega el fin de semana de la procesión ven el resultado de todos los ensayos. El sábado irán al rosario vestidas con bata negra, mandil azul marino y pañuelo blanco. El domingo cantarán en la misa de las 9.30 de la mañana y en esta ocasión la bata y el mandil serán azul. Seguidamente, durante toda la procesión estas mujeres se sentirán arropadas por el pueblo pacense, el mismo que les agradece que no se pierda una costumbre que se transmite de madres a hijas.
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Muchas de las que hoy continúan con esta tradición han sido hijas y nietas de lavanderas. Es el caso de Martina Díaz Barrio. «Mi madre era lavandera y le planchaba los trajes a la Virgen», comenta emocionada. Ella espera que no se pierda esta actividad.
Para que eso no suceda, harán todo lo posible. Así lo reconoce María Estrella García Gordillo, hermana mayor desde hace 12 años, que ha visto como hace décadas llegaron a ser 32. Ante la pérdida de algunas componentes y las dificultades para encontrar un relevo generacional, hace un llamamiento. «Para nosotros esto es lo más bonito que hay y queremos compartirlo con todas las mujeres que sientan la fe como nosotras. Lo pasamos muy bien y hay gente de todas las edades».
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La más joven del grupo es Raquel María Mejías Núñez. Tiene 19 años y una experiencia personal le unió a este colectivo. Raquel, que acude siempre que puede a los ensayos, se hizo lavandera junto a su madre. Ésta sentía la necesidad de agradecerle lo que ella considera que fue un milagro. Cuando nació su pequeña se encomendó a la Virgen para que sobreviviera. Así sucedió. Desde entonces, lleva a la copatrona de Badajoz tatuada en su brazo y, siempre, presente en su corazón.
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