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El legado de la cal resiste en Nuevo Cáceres
CÁCERES

El legado de la cal resiste en Nuevo Cáceres

Dejó de funcionar en 1996 y se encuentra protegido por un vallado, pero carece de carteles informativos Aunque pasa inadvertido para la mayoría, el último horno de cal sigue en pie junto a la estación de bus

MARÍA JOSÉ TORREJÓN

Domingo, 11 de agosto 2013, 14:23

Aunque el negocio de la cal fue la mayor industria de Cáceres desde la Edad Media hasta la mitad del siglo XX, en la ciudad apenas quedan vestigios de este legado. La calle Caleros, una de las más típicas del casco viejo, rinde homenaje a los profesionales del gremio. Y en las inmediaciones de Nuevo Cáceres, junto a la estación de autobuses, se pueden contemplar los restos del último horno de cal que permaneció en funcionamiento en la ciudad. Perteneció a la familia Cordero y echó el cierre en el año 1996. Sin embargo, pasa inadvertido para la mayoría. La construcción está protegida por una valla, pero carece de un cartel informativo. Por eso, hay quien demanda al Ayuntamiento que ponga en valor este enclave, un auténtico testimonio del pasado cacereño. Es el caso del investigador local Alonso Corrales Gaitán, quien considera que se podría sacar más partido, desde el punto de vista turístico, a este rincón. Y, además, podría ayudar las nuevas generaciones de cacereños a conocer una parte de la historia de su ciudad.

El suelo de Cáceres siempre ha sido rico en cal. Sobre todo, la zona sur, conocida como 'El Calerizo'. «De este lugar se sacaba la piedra caliza para la obtención de cal mediante el proceso de calcinación en hornos. La producción de cal del Calerizo era tanto de cal blanca como de cal morena», explican Fernando Jiménez Berrocal y Francisco García Moya en el libro 'Caleros', editado por la Universidad Popular en el año 2003.

Según estos autores, 'El Calerizo' cacereño tiene una extensión de 800 hectáreas, limitadas por un perímetro de 24 kilómetros que se extiende desde la falda de la Montaña hasta Aldea Moret. En toda esta zona se localizaban las canteras -los lugares donde se encontraba la materia prima de la industria de la cal- y los hornos, donde esas calizas naturales sufrían el proceso de transformación.

«La cal tenía que estar en el horno cociendo tres días y dos noches enteras y había que quedarse a dormir al lado del horno para meterle leña. El trabajo era muy duro, ya que la cal estaba caliente y se quemaban las manos y se cocían los pies porque entonces no se usaban guantes y las zapatillas que se llevaban eran esas de tela con la goma colorada, pero nadie se quejaba porque eran gente muy dura», contó a HOY Claudio García Montaña, un antiguo trabajador de los hornos de cal, en una entrevista publicada el 2 de febrero de 2003.

La cal cacereña tenía fama de ser la mejor de España, sobre todo la morena, que era la empleada en construcción antes de que apareciese el cemento. El declive de esta industria comenzó, precisamente, cuando se generalizó el uso de este material. Atrás quedaban sus años de máximo esplendor, que coincidieron con la llegada del ferrocarril a la ciudad, a mediados del siglo XIX. Se estima que durante esta época había en Cáceres cientos de hornos y que en ellos trabajaba una población cercana a las 3.000 personas.

Además de emplearse para blanquear edificios y de utilizarse como argamasa, la cal ha tenido otras aplicaciones. Ha sido utilizada, por ejemplo, en la industria textil, en la azucarera, en la fabricación de vidrio o como decapante, entre otros usos. «Edificios singulares de Cáceres como la Audiencia Territorial de Extremadura, el Hospital Provincial o la Plaza de Toros utilizaron la cal cacereña como principal conglomerado», se detalla en el libro 'Caleros'. La factura en materiales constructivos de la Era de los Mártires ascendió a 27.494 pesetas. Y 17.928 fueron para sufragar los gastos de cal. «Era el material de construcción más caro», explican los autores de la publicación, que apuntan que la edificación del Hospital San Pedro de Alcántara, inaugurado en 1956, fue probablemente el último edificio civil construido con cal cacereña.

Vapores curativos

Muchos cacereños recuerdan los viejos hornos de cal porque se consideraba que el humo que desprendían era bueno para los bronquios y para curar la tosferina. Hasta el situado en las inmediaciones de Nuevo Cáceres iba Alonso Corrales de la mano de su padre para inspirar aire. «Cuando era niño llegué a conocer una veintena de hornos en las inmediaciones de la ciudad. Pero fueron desapareciendo poco a poco. La familia que regentaba el horno situado junto a la Estación de Autobuses llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento de la época, que se comprometió a mantenerlo como una especie de exposición permanente de esta tradición de la ciudad», recuerda el investigador, quien propone que el recinto se mantenga abierto con un horario para las visitas.

La urbanización del polígono de Nuevo Cáceres hizo temer a comienzos de los noventa por la desaparición del último horno que se mantuvo con vida en la ciudad. Finalmente, la parcela en la que se encuentra, situada junto a un parque infantil, no ha sufrido grandes modificaciones. La construcción de granito desafía al paso del tiempo mientras atesora en su interior un pedazo de la industria cacereña más tradicional. A escasos metros de aquí está proyectado el centro comercial 'La Calera'. El nombre elegido para la gran superficie no es caprichoso. Es un guiño a la historia local.

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