
ANTONIO ARMERO ENVIADO ESPECIAL
Viernes, 21 de febrero 2014, 16:39
Cada vez que llueve en el sur de Líbano, un grupo de extremeños sabe lo que toca: coger los camiones cisterna e ir al valle del Metula, a retirar el 'agua impura' de las piscinas de Kafr Kila, a unos pocos kilómetros de Marjayoun, donde está la base militar española Miguel de Cervantes. Los libaneses no toleran ese agua porque cae ladera abajo procedente de Israel, o sea, el enemigo. Los militares españoles van con dos camiones cisterna, recogen el agua y la tiran a un canal por el que vuelve a Israel. Así de fina es la línea que marca la convivencia pacífica en el lugar en el que viven ahora 430 extremeños, que se pasan el año en el cuartel de Bótoa preparándose para misiones como la que desarrollan desde el pasado 20 de noviembre en el sur de Líbano, la zona más militarizada del planeta, el único lugar en el que la ONU tiene una misión con un militar al frente, un espacio físico entre hileras montañosas y habitado por gente más acostumbrada a la guerra que a la 'paz latente' en la que llevan ocho años.
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'Aquí se está muy tranquilo', coinciden militares de todos los rangos destinados en Marjayoun, en una base enorme con los Altos del Golán nevados como horizonte. Y lo dicen el mismo día que dos bombas matan a cinco personas en Beirut, la capital del país, a unos 120 kilómetros o dos horas y media en BMR (un blindado con ruedas como las de un camión) desde Marjayoun. Y la noche antes, la normalidad la rompió un dron (un avión no tripulado) israelí que cayó al suelo junto a la frontera entre Líbano e Israel, dos naciones tan enfrentadas que cuando sus responsables militares se sientan en la misma habitación -algo que se ha conseguido tras años de labor de mediación de Naciones Unidas-, ni se miran ni se hablan. Se dirigen a los militares neutrales y estos trasladan el mensaje a quienes tienen al lado, pese a que están todos en la misma sala.
Son las particularidades que en gran modo justifican la presencia de la Brigada Mecanizada Extremadura XI en este punto de Oriente Próximo, a 3.770 kilómetros de Badajoz, de donde son la mayoría de los que tachan días en el calendario esperando a que llegue mediados de mayo para volver a casa (será entre el 15 y el 24).
Es la cuarta vez que el contingente extremeño capitaliza el protagonismo militar de Naciones Unidas en el sur de Líbano, un país con cuatro millones de habitantes -el 25 por ciento son refugiados sirios- y otros 15 millones en la diáspora, gente que huyó y que manda dinero suficiente como para explicar por qué Puerto Banús (Marbella) es un club de amiguetes de bolsillo generoso comparado con el puerto deportivo de Beirut.
Ajenos a lo que se mueve en la capital, la misión de los militares extremeños es que no salte la chispa, que puede prender un pastor que no controla a sus cabras, un cazador que persigue liebres sin mirar por dónde pisa o un quinceañero con ganas de echarse unas risas. Cualquiera de ellos, a propósito o sin querer, puede traspasar la 'blue line', el concepto clave, la madre de casi todo lo que explica la presencia militar en esta zona. La línea azul es un trazado teórico, delimitado sobre el terreno por barriles azules colocados en vertical, sobre bases de hormigón, de manera que no haya que hacer ningún esfuerzo para verlos. Es un límite que lleva años trazándose y que aún no está del todo definido, entre otras cosas porque cada metro de línea azul requiere que libaneses e israelíes se pongan de acuerdo, lo que puede llevar meses de negociaciones. A día de hoy son 63 kilómetros de 'blue line', y a la brigada con sede en Bótoa le toca controlar una parte de esa franja supuestamente libre de armamento. A un lado de la línea azul está Israel, es decir, uno de los ejércitos más potentes del mundo y con un servicio secreto (el Mosad) envidiado en medio mundo. Al otro están Naciones Unidas y el ejército libanés. Más Hezbolá, un partido político representado en el Parlamento libanés y también una organización terrorista, según la catalogación de los organismos internacionales, armada hasta los dientes y especialmente asentada y respetada en el sur de Líbano. Sus paisanos no olvidan que han sido los únicos capaces de ganarles una guerra a los israelíes, y aquí, no hay una hazaña mayor. En un país con 18 confesiones diferentes (suníes, chiítas y cristianos maronitas son las más extendidas), sólo hay una cosa en la que casi todos están de acuerdo: el odio a Israel.
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Casco y chaleco
Y en el centro de este cuadro tan complejo aparecen los militares extremeños. Jóvenes del barrio pacense de San Roque, de La Vera, de Cáceres, Mérida o Plasencia, que viven con el casco azul y el chaleco antifragmentos siempre listo en la taquilla de su habitación.
Es parte de la rutina diaria en la base Miguel de Cervantes, la más grande de cuantas tiene España en el extranjero, con 200.000 metros cuadrados habitados y 500.000 de seguridad, y un perímetro de 3,3 kilómetros junto al que discurre un sendero por el que siempre hay alguien corriendo. Su capacidad es de 1.300 personas, pero a consecuencia de los recortes, ahora hay 720. De sus frondosas alambradas hacia dentro hay de todo: cuatro pistas de pádel, pabellón polideportivo, campo de fútbol de tierra, de voley playa, dos pista polideportivas, gasolinera, planta potabilizadora, lavandería, patio central, dos cantinas, una tienda, gimnasio, depuradoras, lavadero de vehículos, polvorín, refugios, locutorios telefónicos, cocina, comedor, salón de actos, depósito de agua potable. Es un entramado laberíntico de calles bien asfaltadas en el que habitualmente hay un ambiente de lo más tranquilo.
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«La mayoría de los incidentes que se producen, y así queda reflejado en los partes, tienen que ver con cosas como que un pastor traspase la 'blue line' detrás de una cabra o unas vacas, o que en verano, un chaval cruce el río Litani, y pase de estar en la orilla libanesa a estar en la israelí», explica el teniente coronel José Joaquín Milans del Bosch, jefe de la PIO (Oficina de Comunicación Pública) de la Cervantes. «Aquí no hay fines de semana, no hay horarios», resume Francisco José Dacoba, general jefe de la Brigada Mecanizada Extremadura XI. «La situación en Líbano en los últimos seis meses -explica la máxima autoridad del contingente regional- ha cambiado radicalmente. Los actores que había siguen estando, pero han cambiado su actitud hacia nosotros. Ahora (con el aumento de las episodios de hostilidad en Siria, donde se mueve una piedra y salpica a Líbano), Hezbolá es la más interesada en que nosotros estemos aquí, tienen directrices claras de ayudarnos». Eso no quita para que un grupo de chavales salude a pedrada limpia a un BMR ocupado por militares extremeños, o que le pinchen las seis ruedas cuando atraviesa una calle estrecha, aunque este tipo de sucesos son menos habituales que los saludos con el brazo al paso de los blindados. También se mueven por el lugar los yihadistas (terroristas) de Al-Qaeda, ahora más presentes que antes porque han proliferado los campos de refugiados sirios. Pese a ello, y a la amenaza de secuestro a personal de Naciones Unidas detectada a finales de año en la zona, la alerta en Marjayoun está en nivel medio (en una escala que incluye bajo, alto y máximo). Esto significa que fuera de la base, todo el personal debe tener el chaleco y el casco a mano pero no necesariamente puesto.
Según dónde y a qué vayan, se lo pondrán o no los militares extremeños que salgan hoy de la base. Es viernes, lo que en la Miguel de Cervantes no significa casi nada. Si acaso, que se superará la media de 194 actividades diarias (entre patrullas, escoltas o visitas a pueblos, entre otras tareas dentro de un catálogo amplísimo). En el sur de Líbano, los militares llegados desde Bótoa tienen más trabajo los fines de semana, porque la estadística ha demostrado que viernes, sábados y domingos son los días más propicios para el lanzamiento de cohetes de Líbano a Israel o al revés. Entre un país y otro, a siete horas de avión de casa, pasan sus días 430 militares, la mayoría entre veinteañeros o treintañeros que ponen el acento pacífico y extremeño a uno de los puntos más calientes del planeta, un lugar en el que cuando llueve, los paraguas son lo de menos.
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