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Iratxe Bernal
Jueves, 20 de marzo 2025, 00:20
«Lo siento mucho. No volverá a ocurrir». Seguro que todos sabemos a quién adjudicar estas palabras, pero, que levanten la mano a quienes les ... sonó real (perdón por el chiste). Porque pedir perdón ha de ser mucho más que lanzar un par de frases huecas. Lo hemos visto de nuevo en los casos del expresidente de la Real Federación Española de Fútbol Luis Rubiales o de la actriz Karla Sofía Gascón, quienes acuciados por la opinión pública se aventuraron a lanzar sendos comunicados que en realidad sólo sirvieron para echar más leña al fuego. ¿Por qué sus disculpas nos sonaron tan forzadas? ¿Sabemos qué decir –y qué no– para pedir bien perdón?
«Disculparse con sinceridad exige un esfuerzo por entender qué ha pasado, por qué ha pasado y cómo se ha sentido la otra persona... y no nos han enseñado a hacerlo», explica el psicólogo clínico Juan Muñoz, autor de 'Discutir es sano (si sabes cómo)', pensando en esas veces que de críos nos peleamos con un hermano o un compañero de clase y el adulto de turno vino a poner paz exigiéndonos que pidiéramos perdón. «No se nos dijo que teníamos que intentar entender cuál es el daño que hemos hecho o cuáles son sus repercusiones. Y si no hay ese esfuerzo por ponernos en el lugar del otro no puede haber arrepentimiento ni, por tanto, disculpa; sólo puede haber una 'performance' de disculpa'. Es lo que hemos visto con algunos famosos, que se han dado más prisa en responder que en entender lo ocurrido», censura.
Una buena disculpa debe, por tanto, empezar por una reflexión y, dentro de ésta, lo primero que tenemos que preguntarnos es si de verdad queremos pedir perdón. «Esto es importantísimo. Hay que decidir si vamos a asumir el esfuerzo y la responsabilidad que implica. Si nos disculpamos sólo porque nos dicen que eso es lo que debemos hacer, no sólo sonará falso; además no haremos nada por evitar que esa conducta se repita, y eso debilita los cimientos de cualquier relación», señala Muñoz.
Y, ojo, porque no disculparse no quiere decir necesariamente que seamos arrogantes o malas personas. «A veces lo hacemos desde una asimetría de poder. Ocurre mucho en el ámbito laboral. Yo me equivoco porque tengo tal carga de trabajo que no puedo hacer las cosas bien y mi jefe me abronca. Automáticamente, tendemos a disculparnos aún sabiendo que ese trabajo no ha salido mal porque seamos malos profesionales y que la responsable real es la persona ante la que nos estamos disculpando», señala.
«Si he decidido que de verdad quiero disculparme, a partir de ahí debo tener presente todo el rato a la otra persona. Tengo que entender el daño que le he causado y ponerle nombre. Saber que esa persona puede haberse sentido frustrada, triste, ninguneada, traicionada... No vale, por ejemplo, utilizar expresiones del tipo de 'lo siento si te has sentido mal'. No se piden disculpas con un condicional», aconseja el experto, quien también nos invita a huir de todas esas coletillas que invalidan al otro o nos victimizan a nosotros. Ya sabes, los «tampoco ha sido para tanto», «tú me lo hiciste primero», «todo te lo tomas muy a pecho», «es que eres muy sensible»... Tampoco debemos intentar hacer 'luz de gas' negando lo evidente o tergiversando lo dicho para establecer que es el otro el que nos ha entendido mal.
«Además de realizar ese ejercicio de empatía, debemos establecer un plan de acción para reparar ese daño o, al menos, para no repetirlo», añade el psicólogo, quien también reconoce que hay ocasiones en las que no resulta fácil ninguna de las dos cosas. «Si es así, si no se te ocurre cómo ayudar a que se sienta mejor, pregunta a la otra persona qué necesita que hagas para perdonarte», insiste. Vamos, que al menos se vea nuestro interés.
«Del mismo modo que antes de disculparnos me preguntaría si de verdad lo queremos hacer, aquí primero me preguntaría por qué hay que perdonar siempre. Es verdad que en nuestra cultura el perdón es muy importante, que es una base de la religión y nos permite seguir conviviendo con personas que han tenido comportamientos que nos han ofendido. Pero no es obligatorio. Se puede vivir tranquilamente sin perdonar. El rencor, que sería lo contrario al perdón, nos permite almacenar información sobre cosas que nos han hecho mucho daño y nos lo va a recordar de vez en cuando para que aprendamos a defenfernos. Si lo administramos mal, puede amargarnos la vida, pero si lo hacemos bien puede ser el punto de inflexión para buscar soluciones. La primera sería poner límites a esa persona que no se disculpa. Y si no se puede, porque es nuestro jefe, por ejemplo, el rencor debe servirnos para buscar la forma de no encontrarnos en esa posición dentro de uno, dos o tres años», subraya Muñoz.
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