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Valium, Orfidal, Lexatin, Trankimazin... Son los nombres comerciales de las benzodiacepinas más conocidas. Las toman personas con ansiedad, epilepsia o espasmos musculares, insomnio... Y a ... muchos les cuesta dejarlas. «Tienen potencial de abuso porque pueden generar dependencia», advierte Rafael A. Castro, miembro del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG). ¿Y de dónde viene su potencial adictivo? De su rápido efecto y su eficacia. «Actúan sobre el sistema nervioso central al potenciar el efecto del neurotransmisor GABA, que reduce la actividad neuronal y genera una sensación de calma y relajación». Así, la persona que las toma nota «una reducción de la ansiedad y el estrés, una mayor facilidad para quedarse dormido y una reducción de la tensión muscular y de los espasmos. Además, estos fármacos previenen y detienen las convulsiones».
2-4 semanas
es el tiempo máximo que deben tomarse cuando se recetan para la ansiedad y el insomnio
7-10 días
en el caso de síndrome de abstinencia alcohólica. Para la epilepsia, «uso prolongado pero monitoreado»
Tan grande es el alivio que proporciona el diazepam (Valium) a las personas que lo toman para calmar la ansiedad, los espasmos musculares, las convulsiones o el síndrome de abstinencia alcohólica y el lorazepam (Orfidal) a quienes sufren de insomnio, por poner los ejemplos más comunes, que no es difícil que el paciente pase de un uso esporádico y controlado a uno crónico. Que siga tomándolas después de que el médico le haya dicho que las deje. «En general, se recomienda un tratamiento corto porque si se usan más tiempo del debido el cuerpo se acostumbra y necesita dosis mayores para notar el mismo efecto del inicio». A esto se le llama 'efecto tolerancia' y es lo mismo que le sucede al alcohólico que cada vez necesita beber más o más a menudo o al ludópata que empieza probando en una máquina y acaba jugando a todas horas. «Con el paso del tiempo, el cerebro se adapta a la presencia del fármaco y depende de él para funcionar normalmente. Además, la sensación de calma y relajación puede hacer que la persona sienta que no puede estar sin la medicación, y si la deja abruptamente aparece el síndrome de abstinencia, lo que refuerza la idea de que necesita seguir tomándola».
Dolencias para las que se recetan
Trastornos de ansiedad: ansiedad generalizada, trastorno de pánico, fobias, estrés postraumático.
Insomnio: debe tratarse siempre en estos casos de un tratamiento a corto plazo y si otras opciones previas no funcionan.
Epilepsia y convulsiones .
Espasmos y trastornos musculares: contracturas musculares dolorosas, músculos tensos y rígidos en enfermedades como esclerosis múltiple o lesión medular.
Anestesia .
Trastornos psiquiátricos y abstinencia: prevención de convulsiones y agitación en el caso de síndrome de abstinencia alcohólica y para la agitación psicomotora en esquizofrenia u otros trastornos.
De ahí la importancia de respetar la prescripción médica y no tomarlas ni un día más –«hay quien las toma meses o años»–. Las señales que avisan de un posible 'enganche' «son sutiles al principio, pero pueden volverse más evidentes con el tiempo».
«La dosis habitual ya no surte el mismo efecto y se necesita más cantidad para lograr la misma sensación de calma o sueño».
«La persona siente una ansiedad intensa o malestar si se salta una dosis o si no tiene acceso al medicamento».
«Alguien está 'enganchado' cuando tiene la sensación de que no se puede afrontar el día, dormir o manejar el estrés sin la pastilla». Tanto, que «emprende una búsqueda compulsiva yendo a distintos médicos para conseguir más recetas, mintiendo sobre los síntomas o incluso comprando el fármaco sin receta».
«Ansiedad intensa o ataques de pánico, insomnio severo, irritabilidad y cambios de humor, temblores, dolores musculares o cefaleas e incluso convulsiones».
«La persona toma dosis más altas o combinado con alcohol y otras drogas para potenciar el efecto relajante o eufórico».
Los efectos del consumo crónico de benzodiacepinas, esto es, seguir tomándolas cuando el médico ya nos ha dicho que las dejemos, son muchos y graves: «Adicción y síndrome de abstinencia si se reduce o se suspende la dosis, pérdida de memoria a corto plazo, problemas de concentración y atención y riesgo de demencia en uso prolongado, ansiedad de rebote (la ansiedad puede ser peor que antes), depresión y apatía, aumento del riesgo de suicidio, alteraciones del sueño (al principio ayudan a dormir, pero a largo plazo, no), riesgo de caídas y fracturas, mareos, aturdimiento y falta de coordinación, depresión respiratoria (más peligroso si se combina con alcohol u opioides), hipotensión y riesgo de síncope».
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