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Julio Arrieta
Jueves, 12 de diciembre 2024
Haga la prueba. Coja su teléfono móvil y busque sus fotos de grupo más recientes, en una comida, un cumpleaños o cualquier reunión familiar. También ... los retratos que ha sacado en solitario a alguno de sus hijos, padre, madre, cualquier otro familiar o a una amistad. Seguro que quienes posan en casi todas estas imágenes están sonriendo. Si hace la misma búsqueda en los álbumes de fotos familiares de décadas pasadas, el resultado será el mismo. Pero si sigue retrocediendo en el tiempo y encuentra fotografías familiares o retratos personales de finales del siglo XIX y principios del XX descubrirá que nadie sonríe en ellas. Incluso aunque las imágenes correspondan a celebraciones. Hasta en las fotos de banquetes, la gente parece estar en un sepelio. ¿Por qué?
La explicación es tecnológica. En principio, porque el asunto tiene más miga de la que parece y, según algunos historiadores del arte, también tiene un fondo cultural. Empecemos por la tecnología. Si observamos el que es considerado como primer autorretrato fotográfico o selfi realizado en Estados Unidos, el que se sacó en 1839 el pionero de la fotografía en aquel país, Robert Cornelius (1809-1893), veremos que parece mirar de reojo a la cámara, con pinta de estar pensando «no sé yo si esto va a funcionar...». No sonríe a pesar de que se trata de un retrato informal, de hecho, un experimento cuyo resultado se suponía que no iba a ver más que él –hoy lo ven miles de personas cada día en Wikipedia, es rebotado continuamente en redes sociales y está reproducido en cientos de publicaciones–. La razón de la cara de póquer que presenta es que la imagen tardó varios minutos en hacerse y Cornelius sabía que un cambio de gesto podía dar como resultado una imagen borrosa.
En los primeros tiempos de la fotografía se necesitaban hasta horas para que el material fotosensible de las placas recibiera la exposición necesaria para obtener una toma. Para cuando se empezó a extender el retrato fotográfico como una alternativa asequible al retrato pictórico, quienes posaban frente a la cámara tenían que permanecer inmóviles durante varios minutos para que sus imágenes no salieran movidas.
Y resulta que mantener la sonrisa durante mucho tiempo no es tan sencillo como parece. No nos damos cuenta cuando sonreímos espontáneamente, pero realizar este gesto requiere cierto esfuerzo para mantener la boca en la posición adecuada. Haga la prueba. Plántese delante de un espejo y mírese sonriendo y sin cambiar el gesto durante dos o tres minutos. ¿A que no es tan fácil? Puede llegar a ser molesto y para algunas personas incluso doloroso.
Siempre hay excepciones
Cornelius dedicó buena parte de su trabajo a perfeccionar técnicas para reducir significativamente el tiempo de exposición necesario para los retratos. ¡Logró que se pudiera posar solo un minuto! Parece que no lo suficiente, porque en sus retratos, realizados entre 1839 y 1842, (casi) nadie sonríe.
¿Pero de verdad nadie reía ante la cámara? El caso es que sí había excepciones. De hecho, hay coleccionistas que se dedican a buscar fotografías antiguas en las que la gente sale con gesto feliz y hasta partiéndose de risa. Niños, parejas, individuos en una foto de grupo, que no pudieron contenerse... La mayor parte de estas imágenes están movidas, claro, y solían ser desechadas. Son placas que se han conservado de milagro o por exceso de celo archivista de sus autores, porque normalmente eran destruidas. Pero también eran descartadas incluso cuando salían bien.
Y aquí entramos en la parte cultural. «Sonreír también tiene un gran número de significados culturales e históricos, pocos de los cuales coinciden con nuestra percepción moderna de que es una señal física de calidez, disfrute o felicidad», escribe el experto en diseño y arte Nicholas Jeeves en un artículo que dedicó a este tema en 'Public Domain Review'. «En el siglo XVII, en Europa era un hecho bien establecido que las únicas personas que sonreían ampliamente, en la vida y en el arte, eran los pobres, los lascivos, los borrachos, y los inocentes».De ahí que en los retratos pictóricos de las grandes personalidades los reyes, reinas, cardenales y militares heroicos no haya sonrisas. Cuando el retrato fotográfico sustituyó al cuadro pintado, esta seriedad protocolaria pasó de la pintura a la fotografía. En 1866, el 'Sacramento Daily Union' recibió una carta de un lector según el cual «una fotografía es un documento importantísimo, y no hay nada más condenatorio para pasar a la posteridad que una sonrisa tonta y estúpida captada y fijada para siempre». El remitente era Mark Twain, cuyas obras tantas risas despiertan pero que se cuidaba muchísimo de no posar sonriendo ante la cámara.
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