
Cinco estancias mágicas restringidas al público
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Cinco estancias mágicas restringidas al público
Viernes, 15 de Noviembre 2024, 12:09h
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En la zona privada de los Borbones, en la parte palaciega, se encuentra el despacho de Carlos IV y Fernando VII. Esta «suite de maderas de Indias» —como la llama José Luis Sancho, de Patrimonio Nacional—, situada en la Torre de las Damas, solo se ilumina con luz natural y tiene el acceso restringido. Se entra con calzas para no dañar la marquetería de maderas finas como urunday, palo de rosa, cedro, ébano o terebinto, entre otras. Paredes y techos del complejo (también tiene oratorio) están entelados en seda y el escritorio es plegable.
Detrás del altar mayor hay una dependencia muy peculiar. Es muy estrecha; si se extienden los brazos, se tocan las dos paredes: de un lado, está el sagrario, desde el que se puede observar la basílica (a la izquierda); del otro, hay una ventana que da al Patio de los Mascarones. En este espacio oculto y angosto, Pellegrino Tibaldi pintó cuatro frescos alusivos a la eucaristía, cuatro serafines y un arcoíris (considerado un puente entre el espíritu y la materia) en su bóveda de cañón. Fue su primera obra en El Escorial. Le dijeron que esas pinturas eran solo para Dios.
Este es el escaño del monarca Felipe II en el coro de la basílica. El panel lateral es una puerta secreta. Así podía entrar y salir sin molestar a los monjes jerónimos, que se pasaban en el coro, cantando y rezando, ocho horas al día; doce en las festividades. «Le gustaba porque era lo bastante amplio para tener junto a sí a su hijo el infante don Felipe», explica Rosemarie Mulcahy en el libro A la mayor gloria del rey. Alguna vez se quedó dormido, lo reconoce en una carta a sus hijas Isabel Clara y Catalina Micaela: «Se me hicieron los dos más largos sermones que he oído en mi vida, aunque dormí parte de ellos», confiesa.
Este patio sirve para dar luz a las estancias de los agustinos. Esta espectacular lucerna está en la parte conventual y sigue en uso. «Es un espacio magnífico. Es original del monasterio y a la vez muy moderno. Empieza en planta cuadrada y termina en octogonal; son cinco pisos, 42 metros de altura. La clave es la perfecta simetría», explica Estíbaliz Chamorro, arquitecta responsable del mantenimiento de los Reales Sitios.
Dos códices de las Cantigas de Santa María, cuatro obras manuscritas de santa Teresa de Jesús, diarios de Carlos V o un ejemplar del siglo XI con los cuatro evangelios en letras de oro son algunos de los tesoros de la Sala de Manuscritos, guardiana también de textos en árabe, hebreo, latín, chino... y ubicada en la antigua ropería del convento, con un microclima perfecto para su conservación.
Desde los 128 escaños del coro, al fondo de la basílica, se ve bien el altar mayor. El coro es un espacio solemne, adornado con una colorida Gloria que Luca Cambiaso pintó al fresco en su techo. Fue su último trabajo. Murió allí, en 1585, en el tajo. Junto al coro se conservan los inmensos cantorales que usaron los jerónimos. «Es la mejor colección del mundo», según José Luis del Valle, prior y director de la biblioteca del monasterio. Se colocaban en el facistol de cuatro metros de altura que sigue allí, bajo una imponente lámpara de cristal de roca donada por Carlos II. El coro es lugar de oración ahora de los agustinos.
El fontanero londinense Jennings puso su firma bien grande en el artefacto que sirve para tirar de la cadena. Está camuflado junto al cojín de seda, en el que se sentaban a defecar Carlos IV y Fernando VII en un entorno de lo más refinado, rodeados de ricas maderas, con armaritos para guardar perfumes y otros enseres propios de un cuarto de baño. Allí los asistía un mozo de toallas en tan íntima actividad. Este suntuoso retrete está pegado al despacho de esos reyes.