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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 5 de noviembre 2022, 15:46
Como yo no soy un profesional cuento con la benevolencia de ustedes a la hora de que me perdonen, más que nada, errores, dudas y ... vacilaciones; por eso a veces me lanzo a la aventura sin red. Hoy es una de esas ocasiones en las que me apetece ponerme exaltado y vocinglero y anunciar que parece que corren rumbos nuevos en la novela española. Vale, quizá sea exagerado decir esto, pero de verdad que cuando me topo con algo que me hace levantar un poco la cabeza y decir «hombre, esto parece nuevo» me pongo muy contento y enseguida quiero compartirlo. Y esto es un poquito lo que me ha pasado con esta encantadora historia de Xita Rubert (Barcelona, 1996) tan breve, tan concisa; anécdotas mínimas contadas por la vacilante voz de la protagonista que narra en primera persona: una adolescente de dieciocho años cumplidos que vive con su padre (sus progenitores se separaron tiempo ha) unas aventuras insólitas, muy bien descritas, situadas en un ámbito que empieza a descubrir y del que saca cumplidas reflexiones: «El éxtasis de lo mundano existe para hacernos olvidar la muerte». Ella se recrea precisamente en ese mundo que está muy por encima de las posibilidades de la mayoría, y con el que se entusiasma a la hora de contarlo. Y nosotros disfrutamos mucho con ello
En realidad, la anécdota es mínima: Virginia, la narradora única, una chica a punto de salir de la adolescencia, viaja desde Madrid a una ciudad del norte de España, que no se nombra específicamente nunca, para asistir a la entrega de un importante premio académico (acuden los Reyes de España) que cierta institución nacional otorga a Andrew Kopp, un importante erudito, que acude a recogerlo con su mujer, Sonya, tan altanera como inquietante, y su hijo autista, o simplemente retrasado, o vaya usted a saber, Bertrand (aunque sus padres siempre se refieran a él como a un artista). Kopp ha exigido la presencia de su antiguo amigo Juan, un conocido filósofo, que viajará acompañado de su hija, nuestra narradora protagonista. Ambos intelectuales se conocen porque han sido profesores en la universidad y ahora, ya sesentones, gozan de buena posición social y mantienen aún un inusitado, tal vez ya desfasado, sentido de la rebeldía. La historia, contada a breves brochazos, se centra en determinados acontecimientos (muy específicos) que tienen lugar durante aquellos días, con especial atención a la relación tan torcida y extraña que va estableciéndose entre la narradora y el insólito Bertrand, quien se revela como un extraño artista, escultor, según sabemos, pero muy dotado, a lo que parece, para todo tipo de extrañas «performances». Serán precisamente sus descabalados comportamientos los que vayan aplicando la argamasa que da continuidad a la peripecia y los que obligan a nuestra protagonista a situarse en una incómoda posición frente a él y a sus procederes anómalos
Bien es cierto que tanto la historia como, sobre todo, la manera de contarla, están envueltas en una ambigüedad que en ocasiones terminan por desnortarnos. Así, Virginia parece estar contándole la historia a un tú que no responde: a veces parece que se trata de Sonya, pero otras no. Como ocurre siempre con el relato en primera persona, tampoco debemos fiarnos mucho de quien narra, pero es verdad que todo lo que se nos dice parte de lo que Virginia percibe: sus dependencias emocionales frente a un padre distante, aunque complaciente y cariñoso, el mundo de apariencias y falsedades que parece descubrir en la relación que mantiene con los Kopp, basado en esa especie de enfermiza obsesión por parecer siempre artistas geniales y ocurrentes y alejados de la vulgaridad... Además, si consideráramos el texto como una suerte de novela «de aprendizaje» se agradece que la voz narrativa nos ahorre la excesiva introspección y los habituales delirios propios de este tipo de narraciones y ceda el pulso a todas estas experiencias, imágenes o sueños (tan humorísticos como sentimentales en el buen sentido) que terminan por cuajar en esta novelita que se nos ofrece sin que perdamos nunca esa sensación de no saber muy bien dónde nos encontramos y de enfrentarnos a cuestiones que no se resuelven: ¿al final Juan padece una enfermedad degenerativa?, ¿cuánto tiempo ha pasado desde los acontecimientos que aquí se narran?, etc. Pero ya les digo que quizá es precisamente en esa indefinición donde está el cogollo de su interés. A mí se me antoja refrescante y poco usual, de ahí mi llamada de atención por si a ustedes también termina por interesarles.
Xita Rubert
Editorial: Anagrama, Barcelona, 2022
152 Páginas
17,80 euros
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