![Muchos cacereños expiraron en los brazos de Sor Clara.](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202211/05/media/cortadas/15_20221105093002-RUQYSE9YP2P4Rot030vFyjK-624x385@Hoy.jpg)
![Muchos cacereños expiraron en los brazos de Sor Clara.](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202211/05/media/cortadas/15_20221105093002-RUQYSE9YP2P4Rot030vFyjK-624x385@Hoy.jpg)
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A Caridad se le ha caído uno de sus ídolos del pedestal. Fue el otro día, cuando el difunto Sanjosé nos visitó en la Redacción para ver si habíamos hecho bien los deberes con la desaparecida Plazuela del Aire.
–Vale –nos dijo a Guinea ... y a mí, que era a quienes nos había puesto a prueba–. Habéis descubierto que la Plazuela estaba en el Adarve del Cristo, junto a la calle de la Gloria, y que se perdió sobre 1910; pero...
–Ya empezamos con los peros –murmuré.
–No habéis consultado un libro que es como la Biblia para saber casi todo sobre la muralla de Cáceres.
–¿Cuál? –preguntó Guinea.
–El libro 'La des-construcción de la muralla de Cáceres' de Enrique Cerrillo, catedrático de Arqueología de la Universidad de Extremadura. Si lo hubierais consultado veríais que la Plazuela se llamaba así porque al lado estaba la Torre del Aire, y que quien hizo las gestiones en el Ayuntamiento para que los cacereños perdieran la plazuela fue Joaquín Castel.
–¡¿Quién?! –exclamó Caridad– ¿Mi Castel? No te creo. Joaquín Castel fue una de las personas que más hicieron por el progreso de Cáceres. Fue promotor de la Cámara de Comercio e Industria de Cáceres, de la Caja de Ahorros, se preocupó por la llegada del agua y la electricidad a la ciudad, participó en la fundación de La Revista de Extremadura, su tertulia en la farmacia Castel era el germen de nuevas ideas para mejorar la ciudad. Una pena que se muriera en 1913 con 59 años...
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–Mira –le empezó a explicar el difunto tomando asiento en una de nuestras sillas giratorias–. Él vino a Cáceres de un pueblo de Huesca, con 22 años, porque aquí estaba su tío cura José Gabás, que era el administrador de uno de los hombres más ricos de Cáceres, del III Marqués de Ovando. El Marqués era un alto dirigente carlista y cuando subió al trono su enemiga Isabel II se exilió a Italia, en donde con unos 70 años se casó con una tal Benedetta de 35. El marqués se murió en 1864, y en su testamento dejó casi toda su fortuna a los Misioneros de la Preciosísima Sangre, pero tendrían que esperar a que muriera su mujer. Joaquín Castel sucedió a su tío como administrador, y le llevó los bienes cacereños a la marquesa hasta que murió en 1898, pasando a ser administrador de la orden religiosa italiana...
–Me estás poniendo la cabeza como un bombo –se quejó Guinea.
–No. Si ya terminó. Una de esas propiedades era la Torre del Aire, que fue cedida para que se instalaran en ella las Siervas de María. Lo hicieron en 1901. A las monjas les hacía falta espacio. Levantaron un edificio adosado a la torre y en 1910 Castel, que había sido concejal, movió sus hilos en el Ayuntamiento para que las monjas tuvieran la Plazuela para ampliar su convento, quitándoselo a los cacereños.
–¡No sería así! –Dijo Caridad.
–Mira. Ni nadie es totalmente bueno, ni nadie es totalmente malo.
Nos entró curiosidad por saber qué hacían las Siervas de María en Cáceres. Nos enteramos de que era una congregación religiosa fundada en España a mediados del siglo XIX, con la misión de acompañar a los enfermos en sus casas por las noches. Ellas comían a las doce de la mañana. Se acostaban a la una de la tarde. Dormían siete horas. Se arreglaban, rezaban y se iban a estar con los enfermos desde las nueve de la noche hasta las siete de la mañana. La mayoría tenían conocimientos de enfermería. No cobraban por sus servicios y tenían los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Vimos que en los años 70 eran 17 las monjas de esta orden en Cáceres, en los años 90 eran 7, y en el 2005 ya desaparecieron de Cáceres, cuando en Badajoz había 9. Poco después vendieron lo que hace un siglo habían conseguido gratis: la Torre y la Plazuela del Aire. El dinero obtenido se supone que lo habrán destinado para ayudar a enfermos necesitados en España y en otras partes del mundo (están en bastantes países).
Buscando en documentación del Diario HOY, Guinea dio con una joya: un reportaje firmado por el buen periodista cacereño Enrique Romero, publicado el 16 de abril de 1976.
–Mirad –dijo mostrando la página del reportaje con fotos de Múñez de una monja mayor vestida de negro–. Romero entrevista a Sor Clara Ruesga, de 83 años. Nacida en Santander. Resulta que vino a Cáceres recién terminada la Guerra Civil, en donde le mataron a un hermano y un sobrino, los dos curas. Pues bueno, aquí cuenta que en 40 años fueron muchos los cacereños a los que atendió, muchos los que expiraron en sus brazos. Dice la monja que una vez cuidó a un protestante, que le estaba agradecido y le dijo que le pidiera lo que quisiera. Debió de pensar que le iba a pedir dinero, pero la monja le dijo: «Lo que quiero es tu alma»...
–¡Me cago en la leche! –saltó Caridad de su asiento con la cara blanca– Si me dice a mí eso, me muero del susto.
–Pues... –dijo Sanjosé pensativo–. Me estás dando una idea. Estoy por llamarla.
–¡Ni se te ocurra! ¡Eh! ¡Ni se te ocurra! –Le pidió Caridad temblando de miedo.
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