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El de lavandera no es es el traje más colorista del mundo, pero cientos de niños sacrificaron este viernes vestirse de súper héroes, pirata ... o policías (que quizás les hubiera gustado más) para ponerse los atavíos de lavandera y aguador, todo en tonos grises, negros y blancos. Junto a los más jóvenes los más mayores de la ciudad completaron un arco generacional que honra una tradición del principios del siglo XX recuperada por la Universidad Popular en 1989. Así, 1.500 personas, de 23 colegios y otras instituciones reavivaron una fiesta que quiere ser de interés turístico regional y que recibió a técnicos de la Junta para ver su funcionamiento y comprobar si merece tal título. Había ganas de celebración, ya que el año pasado llovió y la cita se llevó a cabo en el salón de Plenos así que, esquivando a las previsiones, esta vez pudo desarrollarse todo en seco y bajo un cielo azul que después se cerró con nubes.
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Desde pasadas las 10 de la mañana los grupos se fueron reuniendo en el parque Gloria Fuertes en donde el burro y el pelele esperaban para llevar a cabo el desfile hasta la Plaza Mayor. Para respetar la ley de bienestar animal el burro no fue cargando con el pelele, que iba aparte, sino que caminaba solo. No llegó a la Plaza Mayor ni estuvo presente en la quema del muñeco de trapos.
Hacia las 12 de la mañana, con una plaza ya repleta, se leyó el manifiesto de las lavanderas, en el que se recordó cómo esta fiesta significaba en su celebración original «el fin de los meses más fríos y duros del año» y cómo esas mujeres que trabajaban para las casas pudientes festejaban, «con sus canciones y sus dulces el principio de un tiempo más benigno para su labor». La encargada de leer este manifiesto fue Carmen García Martínez, una emigrante retornada a Cáceres y que ha podido volver a su ciudad natal tras jubilarse. Forma parte de la Universidad Popular. Ella remarcó la necesidad de «dar el relevo generacional» a la fiesta de las Lavanderas para «no dejar morir nuestras tradiciones tan arraigadas a la vida cotidiana de Cáceres y que contribuye a su historia y, ahora, a su folclore». Antes de leer el manifiesto recordaba como la fiesta también busca rescatar la voz de las mujeres. «Fueron las primeras que salieron a trabajar fuera de casa, reivindicamos cómo ellas salieron a ganar dinero para su casa, tenían dinero para ellas y mayor independencia». Aunque se han logrado muchas cosas, indicaba ayer Carmen, «hay mucho que reivindicar».
El alcalde de Cáceres, Rafael Mateos, recordó el trabajo que la Universidad Popular de Cáceres lleva a cabo visitando colegios y otros centros sociales para seguir transmitiendo la tradición. Y también quiso agradecer el trabajo de las madres a la hora de confeccionar los trajes e inculcar la tradición. «Qué alegría, qué satisfacción y qué orgullo poder ver en la Plaza Mayor de Cáceres a tantos niños y niñas disfrutando de la tradición». El pelele ardió bajo intensas medidas de seguridad y un intenso olor a gasolina y llamas se extendió por la Plaza y la fiesta sumó un nuevo eslabón en su particular historia.
El sabor de los coquillos (240 kilos se entregaron, dando prioridad a los niños), las jotas y bailes típicos redondearon esta fiesta, una apertura muy local a un Carnaval que va a estar pasado por agua y se va a ver obligado a cambiar su planificación original.
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