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Talavante mira al tendido mientras da un pase con la muleta al primero de su lote de ayer. :: EFE
Se despide Padilla, se retira Talavante

Se despide Padilla, se retira Talavante

La fiesta del adiós del torero de Jerez se convierte en un ¡Viva Cartagena! que deja el toreo en segundo plano

BARQUERITO

ZARAGOZA.

Lunes, 15 de octubre 2018, 08:23

La despedida de Padilla se atuvo al guion previsto. Ni siquiera la descarga de la tromba ciclónica anunciada contuvo a la gente, que llegó a la plaza con tiempo para escapar del diluvio. La plaza, llena. Cuando asomó Padilla por la puerta de cuadrillas, una primera ovación de clamor. Otra todavía mayor antes de soltarse el primero de los toros de Cuvillo, que fueron el gran regalo del ganadero a la fiesta y tal vez al propio Padilla. Para que no fallara ni uno.

Justamente el primero, acochinado, acusó después de banderillas querencia marcada de tablas, pero bastaron dos o tres toques por delante para sacarlo a los medios y dejarlo ir y venir, y hacerlo con bondadoso son. Ni un par de amagos de raje fueron baldón. Al cabo, ese primer toro resultó el de mejor nota en el caballo. Padilla renunció a banderillear, brindó al público -nuevos clamores- y no llegó a acoplarse. Muletazos rehilados en molinillo, molinetes surtidos, un desarme, la gente pidiendo ¡mú-si-ca! a gritos y una estocada contraria soltando Padilla engaño. Cinco descabellos, un aviso. Pareció calmarse el ambiente.

El desfile de cuvillos fue digno de admiración. No se habrá jugado en toda la temporada una corrida de tanta nobleza sin mácula, de tanta fijeza y tan buen son. Hubo distingos, porque ni por traza ni por condición fue corrida de seis gotas de agua. El tercero fue el más bravo, el de más temperamento de fondo o latente. El sexto, que rondó los 600 kilos, tomó engaño con compás muy particular. Todo por abajo y a punto, hasta que muy a última hora dio en abrirse. De modo que, después del castigo en los sorteos de Talavante en la reciente feria de Otoño de Madrid, la fortuna tuvo con él cierta delicadeza.

De Talavante fueron, en correspondencia, las dos faenas mayores de esta corrida de cierre del Pilar. No habría sido preciso ni meter la mano en el sombrero del mayoral. Con rifar los toros, bastaba. Salvo que hubiera que hacerse el estrecho al medir tallas, caras y pesos.

El primero de Manzanares, segundo de corrida, el más chiquito de todos, fue el más serio por delante. El quinto, de familia distinta a todos, resultó el más justo de artillería. El cuarto de sorteo, el último que mataba Padilla en plazas españolas -le espera una tupida temporada en plazas mexicanas de los estados-, fue de unta pan y moja.

Padilla lo recibió con larga cambiada de rodillas, firmó un discutible quite por faroles y se animó en faena donde alternó el repertorio convencional y sin asiento con el toreo rehilado y efectista. Un irregular tercio de banderillas -pares traseros, poca seguridad- había enfriado ligeramente el fragor, pero la faena, interminable, se resolvió en rodillazos y desplantes y las ovaciones fluyeron en cascada mientras se blandían en tendidos y gradas banderas piratas y se daban vivas y más vivas a todo. ¡Viva Cartagena! Ese fue el acento del espectáculo, su sombra grotesca, parodia de las genuinas tarde grandes de toros.

FICHA DEL FESTEJO

  • Toros Seis toros de Núñez del Cuvillo.

  • Toreros Juan José Padilla, que se despedía de plazas españolas, silencio tras aviso y dos orejas tras dos avisos. José María Manzanares, oreja y oreja tras aviso. Alejandro Talavante, oreja y saludos tras aviso.

  • Subalternos Herido Suso González arrollado en tablas por el segundo en arreón tras la estocada.

  • Plaza Zaragoza. 10ª del Pilar. No hay billetes, 10.000 almas. La tormenta tropical cayó poco antes de la hora de los toros y cesó a mitad de festejo, que se dio con la capucha desplegada. Dos horas y cincuenta y cinco minutos de función. Al término de la corrida Padilla dirigió unas palabras de agradecimiento a la empresa de Zaragoza, el toreo todo, aficionados y amigos, y en particular a los médicos que lo han atendido. A través de las redes sociales Talavante anunció su retirada por tiempo indefinido.

No hubo ni una palma ni un reclamo para el mayoral de Cuvillo. Padilla cobró una estocada tendida, se negó a descabellar y sonaron dos avisos porque el toro se negó también a echarse. El mismo presidente que con rigor ha resistido los clamores de la segunda oreja en dos o tres faenas muy sonadas fue en esta ocasión víctima de la presión y cedió.

Manzanares estuvo bastante más entonado, asentado y templado de lo que ha sido norma de su temporada tan discreta en logros. Con el lote de cuvillos no cabía esconderse ni tirar líneas. Ligero por exceso de velocidad con el segundo, se acompasó con el quinto. Hubo bellos cambios de mano en las dos bazas. Y en la dos, apuntes en serio con el capote.

Talavante, que anunció a las nueve de la noche por redes sociales su retirada «indefinida», hizo una cosa dificilísima: superar el peso de Padilla y robarle protagonismo de manera sobresaliente y con el simple recurso de torear, y de hacerlo con ajuste, imaginación, entrega y dominio en dos faenas de distinto color, pero parecido talento. Suavidad para no violentar los toros, ritmo constante, aunque los paseos de escenario roquero fueran no pocos, exquisito temple con la mano izquierda, logrados remates a pies juntos. Se pegó un festín.

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