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barquerito
Sábado, 30 de abril 2022, 22:46
La primera mitad de la corrida de Victorino, de muy armónicas hechuras, bella de ver, tuvo particular fijeza y llamativa nobleza también. Ni sombra de ... fiereza, salvo en el caso de un tercero de impetuosa salida. Los tres primeros tardearon lo indecible en varas. El vano empeño de Antonio Ferrera por ponerlos en suerte en distancia sideral acentuó ese borrón. Los tercios de varas de primero y tercero, cargados de tiempos muertos, fueron interminables y hubo protestas por la demora, más propia de un tentadero que de una corrida.
Los dos primeros toros cabecearon e hicieron sonar estribos. El tercero, que había tomado capa con fresco brío, tardó un siglo en arrancarse al caballo. Fue el mejor de los tres, solo que se fue apagando. Los dos primeros se habían aplomado a las primeras de cambio. El signo de la cosa cambió después. A pesar de alguna claudicación esporádica, el tercero se empleó en la muleta mientras duró, que no fue mucho. Tuvo una mano izquierda clara y generosa, pero fue de solo una docena de viajes buenos.
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Para entonces ya se había hecho visible el contraste de estilos tan contrapuestos de los dos matadores, anunciados en mano a mano sobrevenido por la baja forzosa de Emilio de Justo. Ferrera, la prosopopeya, la teatralidad, la exageración deliberada, la búsqueda de complicidad con la gente, su capote de seda azul. Perera, la sobriedad espartana, ni un gesto de más, adusta presencia. La suerte se había repartido de desigual manera. Para Ferrera un primer toro trompicadito, sin golpe de riñón, algo mortecino y ese tercero propicio pero contenido.
El toro de Perera, un muermo en toda regla, esperó en banderillas y a los cinco viajes estaba parado, desganado y rendido. Perera pinchó cuatro veces; Ferrera, dos antes de una estocada atravesada y cuatro golpes de verduguillo. Fuera de las rayas, Ferrera atacó de larguísimo con la espada y se fue a buscar la muerte del tercero caminando y blandiendo la punta del estoque por delante. No es novedad en su repertorio. La estocada fue casi letal. Había en los tendidos de sol sensible presencia de aficionados llegados desde Extremadura -dos toreros del país y una ganadería, la de Victorino, afincada en la provincia de Cáceres- y de ahí partió una petición de oreja desatendida.
La segunda mitad de corrida fue mucho mejor que la primera. Tres toros muy distintos de condición y hechuras. Terciadito, corto de manos, un cuarto de bondad franciscana que fue y vino sin rechistar, pajunamente; un quinto de preciosa lámina, el de más trapío de los seis, que rompió sin hacerse esperar. De codicia soberbia en la salida: hasta once lances seguidos de Ferrera a la verónica y su media de remate en el saludo que el toro cobró con son rampante y refinada entrega. Once lances y habría aguantado así de vivo diez más. Bravo en el caballo y Ferrera se lució al quitar por largas, una primera afarolada y dos más de amplísimo revuelo que el toro tomó con la misma alegría que antes de sangrar. Blanco y en botella: el toro de la corrida.
Ferrera estuvo tan pendiente del toro como de la gente, para quien iba destinada una dosis bien surtida de espectáculo: las pausas, el toreo de muleta sin ayuda, las salidas desafiantes, el dormirse el brazo que no toreaba o abrirse más de la cuenta. Faena sostenida porque Ferrera se sintió dueño del toro, lo manejó incluso con artes malabares, cobró muletazos lentísimos antes de la igualada y se cambió de mano cuando se le antojó. El ajuste no fue siempre el mismo. Además de bondad, el toro tuvo casta cara y no vio más que muleta. Al final apareció lo que se llama la embestida mexicana. No el paso de caracol, pero sí la dulzura aparente de las medusas. Otra vez se empeñó Ferrera en atacar con la espada desde muy lejos, pinchó primero y salió con la taleguilla desgarrada de la reunión de la estocada. Una oreja y no dos, como reclamaron sin éxito los paisanos.
Largo y armado por delante, el sexto, de distinguido porte, muy elegante digamos, fue el toro con más picante. Perera, que había andado dispuesto y frío con el bondadoso cuarto, firmó un notable quite por chicuelinas de mano baja -replicó Ferrera por delantales- y brindó al público. Dejando venir al toro de largo sin previa prueba, cobró dos tandas ligadas en redondo de serio empaque. Al cambiarse de mano, solo en el tercer muletazo de la primera tanda con la zurda, el toro, celoso, se le acostó y revolvió, le hizo caer, lo levantó del suelo con un violento pitonazo en la espalda y lo tuvo encunado en el aire. Pareció sangrar por un puntazo en la espalda. Rehecho, volvió al toro y por la misma mano. Estaba pálido y muy dolorido. Montó la espada y mató por arriba.
Sevilla. 6ª de abono. Primaveral. 11.000 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función. Perera, prendido y volteado por el sexto, pasó a la enfermería después de matar el toro. Pronóstico, pendiente.
Seis toros de Victorino Martín.
Mano a mano. Antonio Ferrera, silencio tras aviso, vuelta y una oreja tras aviso. Miguel Ángel Perera, silencio, silencio y ovación. Sobresaliente, Fernández Pineda.
Puyazos certeros de Óscar Bernal y José María Sánchez a cuarto y quinto. Brillantes pares de José Chacón, Fernando Sánchez y Curro Javier.
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