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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 15 de mayo 2021, 13:18
Como todo joven buen narrador que se precie, Juan Manuel Ramírez Paredes, que ya nos llamó la atención en su momento con una sugerente colección ... de relatos titulada 'Cuentos sin retorno', acomete ahora el doble mortal sin red de asaltar la novela larga; las ya manoseadas «palabras mayores» a las que todo escritor de fuste tiene que enfrentarse más pronto que tarde (a veces, tal vez, demasiado pronto). El llamativo comentario que el siempre excelente Alonso Guerrero coloca en la contraportada de esta interesante 'La facultad inútil' evidencia una lectura reconcentrada, filosófica y sabia que sabe adentrarse perfectamente en los entresijos de esta entrega; una novela que valientemente abraza un género últimamente muy de moda, como es el de la distopía (según la R.A.E.: «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana»). Sin salir del ámbito de nuestras letras, me acuerdo ahora de títulos como 'El sol negro', de Juan Manuel Pérez Rayego y, por supuesto, del encomiable trabajo de Cisco Bellabestia en muchos de los títulos que edita en su inconmensurable 'Aristas Martínez'. Sin considerarme ni mucho menos tan dotado de la capacidad de percepción de Guerrero –ni, a qué negarlo, mínimamente especialista en lo que se refiere a la ciencia ficción, distópica o no–, me limito a apuntar, antes de nada, que estamos ante un texto que se lee fácilmente, entretiene y alienta las esperanzas de consolidación de un nuevo nombre en el panorama literario de la región y ojalá que fuera de ella también.
JUAN MANUEL RAMÍREZ PAREDES
Editorial: Caligrama, 2020.
170 páginas.
Precio: 15,95 euros
Pero, claro, nos enfrentamos a una primera novela y, sobre todo, a los principales peligros que esta situación conlleva: la irrefrenable tendencia a querer contarlo todo y el imparable afán del autor por dejar bien claro el mensaje que quiere transmitirnos: en este caso –pese a las apariencias– su desmedido amor por la literatura. Parece que, bien adoctrinado, Ramírez Paredes sortea aceptablemente el primer riesgo: no puede acusarse a 'La facultad inútil' de dispersión en su singladura (aunque al autor le resulte imposible renunciar a valoraciones sobre asuntos –por ejemplo, el análisis de la despoblación y decadencia de nuestra región a lo largo de los últimos años–... actuales) en una acción ubicada en un futuro tal vez demasiado lejano. Tampoco, por supuesto, a la exhibición orgullosa de las fuentes culturales que con soltura maneja: aparte de la omnipresente huella de 'Farenheit 451', aquí hay mucho cine de ciencia-ficción bien deglutido –'Blade runner', claro, 'El quinto elemento', '12 monos', 'El último hombre sobre la Tierra', 'Surrogates' ('Los sustitutos'; la influencia más clara- pero también referencias a otros clásicos como 'Taxi driver' o 'Casablanca'. Ahora, una cosa: esas inútiles notas a pie de página –producto de ese latoso afán por ser entendido debieran desaparecer–.
Pero si que hay que poner algo en el «debe» (entre tópicos comunes como el inevitable protagonista que quiere ser escritor, por ejemplo, y con la seguridad de que futuras entregas ya no adolecerán de esta rémora) es su defecto más achacable: con toda razón, y con toda justicia, nuestro autor trata de ser original y lleva a un futuro distópico una situación que le permita sostener su tesis... actual. Y ahí es donde falla el asunto porque el descuadre se hace demasiado evidente: estamos ante una sociedad que ha avanzado tantísimo que la preferencia por la literatura como único elemento posible para enfrentarse a un mundo completamente digitalizado (pese a un final ambiguo que no quiero estropear) no termina de creerse en una sociedad que ha avanzado tanto que dudo muy seriamente de que no hubiera desterrado por completo esta opción en el tiempo transcurrido. Esa es, insisto, la principal lacra: lanzado, como está, el autor a la defensa de sus puntos de vista, a ratos olvida que la acción parece ubicarse en un futuro (si hasta se nombra a Sabina, ¡por Dios!) donde problemas latentes en nuestra actualidad, de necesaria corrección si es que estamos todavía a tiempo (el cambio climático: en la novela Extremadura es una región con playas), la excesiva preferencia por lo digital frente a lo analógico, el imparable avance ante lo políticamente correcto que termina por arrumbar los vicios de siempre a la Luna porque en la Tierra se prohíben) en esta nueva sociedad que nos presenta ya se habrían corregido (tal vez para nuestra desdicha, de forma distinta a como deseásemos). Del mismo modo que, puestos a ser coherentes, se nos hace muy cuesta arriba creer que el narrador (del que deducimos su juventud) no se haya sentido, después de tantos años de evolución como han transcurrido, ni siquiera interesado –no ya dominado, que sería lo lógico– por las nuevas tecnologías (por mucho que quiera honrarse la figura del padre catalizador de la cultura «de siempre»).
Con todo, la novela merece más de un voto de confianza, sobre todo porque nos consta y sentimos el esfuerzo del autor por proponer un retrato dinámico y pletórico de fe en los que se construye. Ramírez Paredes será otro nombre que tener en cuenta en nuestro ámbito, seguro lo digo.
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