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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 15 de octubre 2022, 11:47
Tal vez a Graham Swift (Londres, 1949) le ocurre lo que les pasa a otros grandes jugadores que militan en equipos importantes cuando el renombre ... de alguno de sus compañeros oculta una labor callada pero tan encomiable, y a veces tan necesaria, como la de cualquier otro integrante. Swift tal vez sea el menos conocido de esa hornada fabulosa de la narrativa inglesa, que se gesta en torno a los años ochenta y que fue conocida con ese sobrenombre de «Dream Team», en la que están incluidos nombres como los del injustamente famoso por causas no literarias Salman Rushdie, el Nobel Kazuo Ishiguro (en quien me gusta pensar –pese a no ser mi favorito– que la Academia sueca reconoció el valor de esta generación) el provocador Martín Amis o los superdotados (y predilectos míos, a qué negarlo) Julian Barnes y Ian McEwan.
Graham Swift es, entonces, un autor de labor menos aireada, pero siempre regocijante. No me voy a vanagloriar de lo que no conozco, pero de las tres novelas suyas (con esta) que he leído puedo asegurar que me parecieron absolutamente embriagadoras. Tanto 'Últimos tragos' como la deliciosa 'El verano de las madres' y esta no menos encantadora 'Bueno, aquí estamos', que traemos hoy a estas páginas, parten de una anécdota mínima a la que sucesivas capas, oscilando siempre entre el presente y saltos hacia el pasado, terminan por otorgarle su configuración definitiva. En la que nos ocupa enseguida conocemos un triángulo amoroso que casi no tiene tiempo de constituirse, formado por veinteañeros que tratan de abrirse camino en el mundillo de la farándula. No quiero que la sinopsis que ofrezca del relato desvele (tal vez nunca mejor dicho) algo que no se deba, pues todo propende hacia el truco final, magníficamente construido, que remata la novela. Pero tampoco puedo dejar de situar a los integrantes de ese triángulo al que aludí y, sobre todo, señalar antes que nada que la acción se sitúa en tres franjas temporales que se van mágicamente superponiendo para que el lector suavemente se vaya deslizando hacia el desenlace de la narración.
GRAHAM SWIFT
Editorial: Anagrama. Barcelona, 2022. 184 páginas. Precio;18,90 euros
Aunque el vértice principal parece ser el personaje de Jack Robbins, el maestro de ceremonias que ameniza con sus canciones, bailes y chistes malos un espectáculo de variedades que triunfa en el verano de Brighton de finales de los cincuenta, cuando la costera ciudad inglesa se puso más o menos de moda como lugar de vacaciones (y antes de que la llegada de la televisión terminara con este tipo de diversiones), lo cierto es que la trama termina centrándose en la atractiva pareja que constituye el punto álgido del espectáculo: Ronnie Deane, mago de capa y chistera, amigo, por lo demás, del presentador; y la atractiva Evie White, la ayudante del artista. Desde ese verano de 1959 donde se detonará la acción, iremos saltando sucesivamente (y sin orden de continuidad) hasta los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial y a la actualidad de 2009, cuando la acción concluye y ya solo queda viva Evie. En aquel infausto año de 1939 Ronnie –hijo de una fregona de origen español y de un marino mercante casi siempre ausente–, que ha pasado su infancia en un barrio obrero de Londres, se convertirá en uno de los cientos de niños llevados a lugares menos susceptibles de ser bombardeados cuando los nazis comienzan sus terribles ataques sobre Inglaterra. Termina en una casa en Oxfordshire llamada Evergrene donde un matrimonio amable cuidará de él y le proporcionará un entorno donde será feliz, que nunca olvidará y donde –y esto es lo trascendental– aprenderá el secreto de la magia. Cuando la guerra concluye ha de volver a la sordidez de su vida anterior al desplazamiento y allí choca con su madre, amargada y resentida. Y por fin Evie, hasta entonces una simple corista de sonrisa atractiva y buenas piernas, pero poco dotada para cantar. Durante el período de ensayos y trabajo Evie y el mago terminan enamorándose y esperan casarse después del verano, cuando acabe la temporada. Pero algo inesperado sucederá, algo que, en puridad, tiene que ver con las raíces y filiaciones de cada uno, y la novela experimenta un giro sorprendente que el autor tiene buen cuidado de reservarnos hasta el final, alimentando con gusto y buen hacer la espera hasta que se produce.
Ni que decir tiene que tal conclusión (originada mucho antes de cuando terminan en realidad las páginas del libro), dará al traste con el plan previsto y provocará un cambio sustancial en la vida de los principales protagonistas. Estamos entonces ante un magnífico truco de magia que, en el fondo, no se nos escamotea y del que disfrutamos enormemente. Swift saca partido a esa función inherente a la ficción que consiste en sacar a la luz esas vidas sin relieve y darles voz y hacernos llegar así historias que de otro modo no habrían sido contadas. Ni más ni menos que eso; pero ya es mucho.
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