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Jueves, 12 de noviembre 2015, 00:18
La portada de HOY del domingo 19 de diciembre de 1965 recogía una información con el titular «Dos raros artefactos caídos en el término de Montemolín». En el subtítulo ya se aclaraba que parecía «tratarse de depósitos de combustible de un cuerpo estratosférico», que pesaban tres kilos cada uno y que cayeron «en estado de ignición».
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Horacio Mota, corresponsal de HOY en Montemolín de la época, reflejaba que en la mañana del 16 de diciembre tuvo noticia de la caída de un artefacto en la finca Gallicanta, propiedad de la condesa de Rojas, que fue recogido por el guarda del cortijo y que fue guardado en el interior del mismo.
Tras personarse en la zona, el corresponsal contactó con el pastor Rufino Campanario, quien le informó de que sabía que había caído otro artefacto en la finca de doña Fernanda Jurado, a unos tres kilómetros de allí.
El primero de los artefactos había caído ocho días antes, tras oír unas explosiones. Según explicó Rufino al corresponsal de HOY, al "salir del chozo vieron un objeto ardiendo que caía formando un ruido como el de un tren entrando en la estación".
Unos días después, el 28 de diciembre, Sousa Montalbo, corresponsal de HOY en Fuente de Cantos informa de que en su localidad «también cayeron bolas metálicas» en la finca conocida como Las Matas, propiedad de Casto Domínguez, y que por sus características y peso parecían «formar parte de alguna nave espacial».
El artículo publicado en las páginas de HOY describía el objeto "como una esfera con circunferencia ochenta centímetros y peso de cinco kilos, hueca y con dos salientes, como si hubieran sido soportes, y en su superficie presenta dos profundas señales, haciendo suponer por su forma, que estando incandescente, ha chocado con algún cuerpo extraño".
Un secreto del franquismo
Además de las recuperadas en Fuente de Cantos y Montemolín (Badajoz), también en la localidad sevillana de Lora del Río aparecieron dieciséis objetos caídos del cielo durante 1965, incluidas cuatro esferas metálicas huecas, tres de 38 centímetros y la cuarta de 25. «El artefacto, que al caer sobre al suelo abrió un cráter de unos 50 centímetros de diámetro, era una esfera candente de unos 40 centímetros, al parecer de acero», contaba la prensa de la época respecto al último. Días después, los periódicos informaban de que la autoridad militar había concluido que se trataba de los restos «de uno de los cuerpos que circundan la Tierra» y que creía que eran depósitos de combustible. Poco más trascendió porque la investigación fue declarada secreta, y así permaneció durante más de cuatro décadas. No fue hasta 2011 que Vicente-Juan Ballester Olmos, investigador del fenómeno ovni, consiguió la desclasificación del informe militar, que establece que lo que cayó en Sevilla y Badajoz en 1965 fueron piezas del cohete lanzador de la fallida sonda soviética Luna 8.
«Basura espacial cae a diario, pero la gran mayoría se desintegra durante la reentrada en la atmósfera», indica Emmet Fletcher, portavoz de la Agencia Espacial Europea (ESA) y experto en basura espacial. Se calcula que en la actualidad hay en órbita terrestre unos 500.000 objetos más grandes que una canica, que se mueven a una velocidad de 6,8 kilómetros por segundo. Unos 20.000 son más grandes que un balón de fútbol y pueden poner en peligro una misión tripulada o un satélite artificial. En 1996 el satélite militar francés Cerise resultó gravemente dañado por el impacto de un trozo de basura espacial, y el 10 de febrero de 2009 un satélite ruso ya en desuso destruyó otro del sistema Iridium estadounidense. El riesgo en la superficie terrestre es mínimo. En toda la carrera espacial ningún ser humano ha resultado herido por la caída de un fragmento de basura espacial.
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