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¿Qué ha pasado hoy, 22 de febrero, en Extremadura?

Error y acierto

Salvo que los resultados no reflejen hoy lo que anuncian las encuestas, reconozco que me equivoqué cuando, el 3 de enero, sugerí que, en territorios como Extremadura, Castilla-La Mancha o Andalucía, Podemos perdería apoyos si se celebraba una nueva convocatoria electoral

Ángel Ortiz

Domingo, 26 de junio 2016, 17:34

A lo largo del último medio año, he dedicado trece columnas a la actualidad política nacional. Salvo que los resultados no reflejen hoy lo que anuncian las encuestas, reconozco que me equivoqué cuando, el 3 de enero, sugerí que, en territorios como Extremadura, Castilla-La Mancha o Andalucía, Podemos perdería apoyos si se celebraba una nueva convocatoria electoral. Y todo por la cuestión independentista, por el impulso de este ajoarriero de confluencias al referéndum por la autodeterminación en Cataluña. Pensé que ese perfil de Pablo Iglesias, estratégicamente disimulado durante los meses anteriores, o por lo menos no tan evidenciado, abriría los ojos de muchos de sus votantes más meridionales. En la España rural, la más subsidiada, más dispersa, con más paro y menos renta razonaba para mis adentros, el argumento separatista de quien se cree más solo porque tiene más y quiere dejar al resto colgado de sus debilidades o pobrezas no podía colar. Pues bien, hasta la candidata por Badajoz, Amparo Botejara, aceleraría la consulta. Rapidito. No sé si consciente de que, detrás de ella, y descubierto ese flanco, irían las de País Vasco, Baleares, Galicia... (¿Servirá de algo la lección del brexit?) Los partidos de siempre lo están haciendo tan mal que un ataque directo y frontal contra los intereses genéticos de una comunidad como Extremadura queda en un segundo plano. Los cien mil extremeños que se situaron del lado de Podemos y Unidad Popular el 20 de diciembre serán hoy, como poco, los mismos que voten a Unidos Podemos. Al menos eso aventuran los sondeos, insisto. Será así porque esas personas seguramente no creen tener ya mucho que perder. Porque se sienten parte de algo ilusionante. Por mala baba. Porque sí. O porque les preocupa más a qué país emigrar que si se mantienen o no intactas las fronteras del suyo. Acudir a las urnas es también un modo de jerarquizar inquietudes. La peor es la desesperanza, contra la que ninguna sigla tradicional ha sabido luchar. Conviene recordar que todas esas razones, hasta votar a cara o cruz, o no votar, son legítimas.

Sin embargo, creo que acerté cuando el 7 de febrero publiqué: «La política española (protagonizada por líderes que no ven tras las siglas de otros partidos a sus votantes, sino solo a sus aparatos) se ha acuartelado detrás de tantas alambradas que será muy difícil alcanzar acuerdos sólidos y perdurables sobre todo lo esencial que hay que reformar. Dará igual que se repitan elecciones. Será un desastre por activa y por pasiva. El 20 de diciembre España decidió que todos perdieran, pero no quién de los dos con más sufragios debía morir políticamente. Uno, Rajoy o Sánchez, tiene que caer. Cuando eso ocurra, cuando uno de los dos dé un paso atrás y ceda; o sea, cuando uno muera, se hará algo de luz». Sigo pensando lo mismo. Porque son los mismos, ante los mismos votantes, en similares circunstancias y con los mismos mensajes, vetos y propuestas. Lo más probable es que pase lo mismo. Incluso ya se opina sobre la posibilidad de unas terceras elecciones. O la de acudir a un independiente. Virgencita...

España es un país inmunodeprimido desde múltiples puntos de vista. Cualquier bacteria de las más corrientes nos manda una semana a la cama. O a la UCI. Y eso no lo solucionan unas elecciones, dos ni tres. Ni una nueva hornada de políticos jóvenes con ideas viejas. O aparece un líder de la envergadura de González, Churchill, Roosevelt, Suárez o Thatcher, cosa harto improbable, o será preciso un sacrificio enorme por parte de quienes dicen representar la sensatez, la moderación, la seguridad y las reformas tranquilas. Ese sacrificio va a producirse de todas las maneras. Así lo están reclamando los españoles desde hace ya... Ocurrirá por las buenas, siempre que los partidos constitucionalistas se pongan de acuerdo y consensúen cómo hacen de verdad este país más respirable, a costa de toneladas de autocrítica y amputaciones masivas y ejemplares. Pero a lo peor ocurre por las no tan buenas, si prevalecen los bloqueos, el desgobierno y esos mismos partidos continúan, con sus personalismos, miserias y letargos, alimentando la base electoral del populismo. Hasta que alcance la mayoría suficiente.

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