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CRISTIAN MORENO CANALO
Jueves, 8 de diciembre 2016, 09:12
Noche especial la vivida ayer en las calles de Torrejoncillo. Como cada 7 de diciembre, se celebró su fiesta por antonomasia, la Encamisá. Durante el día era una jornada para disfrutar porque el trabajo ya estaba hecho: el coquillo enmielado, las jachas listas para ser quemadas, los troncos de leña de encinas agolpados junto a los círculos marcados para hacer las hogueras y los caballos herrados.
Este año la Mayordomía recaía en la Asociación de Paladines de la Encamisá, quien allá por noviembre sorteó quién sería el encargado de portar el estandarte de María Inmaculada. Dicho honor recayó en David Barbero, quien cedió la responsabilidad a José Vicente Martín López. No era la primera vez que un miembro de la familia Martín López portaba dicho estandarte. En 1946, el abuelo materno de Vicente, Juan López, fue mayordomo por promesa tras encomendarse a la Virgen en el frente en la Guerra Civil. También lo fue su abuelo paterno Vicente Martín, el año 1957.
Caía la tarde en Torrejoncillo y con ella afloraba ese cosquilleo en el estómago que siente un torrejoncillano cuando presiente que el reloj de la iglesia está cerca de marcar las 10. Los jinetes empezaban a acarrear sus caballos. Ayer les tocó lucir sus mejores galas. Las hogueras se encendieron para templar una noche donde el frío no acechó en exceso.
Sobre las 9.30 horas de la noche comenzaban a pasar los primeros jinetes a recoger sus faroles por la Sede de los Paladines. Allí les esperaban José Vicente, junto a Pedro y Vicente, quienes serían los encargados de acompañar al portaestandarte al frente de la procesión. Una vez colocadas las sábanas blancas con la imagen de María Inmaculada a sus espaldas, partieron hacia la Plaza Mayor. El momento álgido de la fiesta se acercaba.
En esos momentos la Plaza Mayor ya era un hervidero de gente. En las gradas de la Iglesia ya no cabía nadie más y a los pies de ésta un grupo de escopeteros que sin tregua lanzaban sus salvas al cielo. Los caballos empezaban a desfilar hacia el centro de la plaza intentando hacerse hueco entre la muchedumbre. Con el repique de campanas, las puertas de la Iglesia de San Andrés se abrieron y por ellas aparecía el estandarte de María con destino a las manos de José Vicente. Por fin este llegó hasta su posición, quien tras ofrecerlo al pueblo lo pasó a sus acompañantes para que hicieran lo propio.
Comenzaba una procesión que recorrería algunas de las calles más representativas de la localidad. En ellas las puertas de las casas abiertas para recibir a propios y extraños, donde el coquillo y el vino de pitarra no podía faltar. Tras varias horas de recorrido el estandarte llegaba de nuevo hasta la Plaza Mayor. Y en estos momentos se producía otro de los momentos esperados de la fiesta, la entrada del estandarte en la Iglesia de San Andrés. Una marea humana lo acompañaba tras vítores y lágrimas. Se ofreció un convite en la Sede de Paladines de la Encamisá, donde se obsequió a todos los asistentes con un coquillo y un vino de la tierra. Allí mismo los jinetes hicieron entrega de los faroles que habían portado durante la procesión. Finalizaba así la fiesta más celebrada en la localidad.
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