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Naiara Berusca tiene veinte años y si le cuentan cuál iba a ser su rutina hace un año, no se lo cree. La semana pasada empezó la mañana empuñando una pala para hacer cemento y a mediodía estaba aprendiendo a ejecutar una rampa de acceso con dos bordillos. Se lo explicaba José García, que lleva en la albañilería desde 1983 y cuando estalló la burbuja inmobiliaria y arrastró a la construcción reorientó su trabajo hacia la formación. Él aprendió de su padre, pero Naiara no tiene referencias más allá de su novio, que es otro de los alumnos de la Escuelas de Capacitación Laboral (Escala) que se está celebrando en La Albuera desde el pasado 16 de diciembre. En total son doce desempleados y la mitad son chicas de entre 20 y 46 años. Han cumplido tres meses recibiendo clases teóricas y ya manejan la plomada o la llana, herramientas que no habían tocado en su vida. Ni ellas ni ellos.
Naiara, la más joven, abandonó los estudios en cuarto de la ESO, ha trabajado en una empresa de fruta y cuidando niños. Cuando la llamaron para este taller dirigido a personas desempleadas no lo dudó porque se cobra por asistir y se queja de que la vida está muy cara. Pero han pasado tres meses y dice que se ve de albañil.
«Por ahora lo que más me ha sorprendido es cómo se hacen las mezclas, el cemento, el hormigón, el mortero bastardo, el mortero armado... Hay empresas que contratan a mujeres, pero es difícil meter el pie. Yo pienso que si nos dan la oportunidad podemos romper ese techo de cristal», declara durante un descanso de la tarea.
Árbitras y conductoras de autobús salen en la conversación para ilustrar cómo hace apenas un par de décadas esas profesiones se asociaban al hombre. La albañilería, admite Isabel Balconero, que a sus 46 años, es la alumna de más edad, también es un oficio masculinizado, pero ella ve una evolución. «Por fuerza se ha considerado masculino pero hoy día con las herramientas y maquinaria que existen más la prevención de riesgos laborales se puede llegar a abrir un camino a los dos géneros», razona Isabel, bióloga de formación, madre e hija cuidadora de padres con enfermedades degenerativas a la que nada la para. «Cuando se planteó esta escuela, que no es la primera en la comarca, pensé que hay que abrirse todas las puertas posibles».
Elena Bravo es la directora gestora del proyecto y es realista. «Primero tienen que tener actitud y a veces falla porque algunas personas están aquí solo por una necesidad económica. Pero les enseñamos igual a hacer el curriculum o simulaciones de entrevistas y tienen asegurado un contrato de seis meses. Si muestras actitud y te adaptas a la filosofía de esa empresa igual te quedas», señala.
En talleres de jardinería, electricidad y por supuesto en instituciones han visto inserciones laborales. Pero Ana García, la tutora de acompañamiento, sabe que es complicado que tanto Naiara, Isabel, Fernanda, Sheila, Gema o Ana, que son las alumnas de este taller de albañilería, se integren en una cuadrilla. No obstante, cree que los primeros pasos para conseguir una igualdad total hay que darlos y por eso insisten en este tipo de talleres. «Es un techo de cristal que está por romper. Pero es que hay más barreras, algunas mujeres no han trabajado antes y en su entorno no quieren que ellas trabajen en este tipo de oficio. Pero nunca se sabe, hay gente que cambia el chip y de repente se montan empresas solo formadas por mujeres. En la construcción, por ejemplo, para trabajos más finos quieren, por ejemplo para alicatar, las prefieren a ellas. Y en una empresa de pintura decorativa al final la alumna se quedó y luego pidieron otra chica».
Según Elena Bravo, en estos doce meses se les forma para que obtengan un certificado de profesionalidad y hay un compromiso de contratación. Esto significa que tres meses después del inicio con formación teórica, ahora combinarán las prácticas con trabajos en el pueblo, o sea un entorno real con operaciones de acabado y pavimentación en lugares donde determine el Ayuntamiento de La Albuera, tarea por la que cobrarán el 75 por ciento del salario mínimo interprofesional. Y cuando terminen todos tendrían seis meses de contrato en una empresa de construcción. Quien valga para ser albañil se quedará y ya es sabido que hay demanda de estos perfiles profesionales en la actualidad.
«Yo quiero trabajar de albañil –afirma Isabel– y cuando termine el curso me gustaría que las empresas de La Albuera apostaran por las mujeres. No solo hay mujeres fuertes en el grupo sino que en una obra hay que saber replantear, tomar medidas, coordinar un equipo. Y cuando seamos peones oficiales (en el siguiente módulo) hay que coordinar al carpintero, fontanero, electricista... No tienes que quedarte en peón. Si no quieres cargar sacos hay más posibilidades en la construcción».
José García, el profesor, que lleva cuarenta años en la albañilería ha visto mujeres en su profesión, aunque no más de diez, confiesa. Entre sus alumnas dice que a algunas se les da bien, pero sabe de muchas que estudian una oposición para dedicarse a otra cosa. En su opinión, «está seguro de que este techo de cristal se va a romper algún día, pero tienen que poner ellas las ganas».
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