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La mañana antes del día de su despedida como presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara se puso a escribir, y el ... lunes pasado, en el acto oficial de su relevo celebrado en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, leyó esas líneas, algo inusual en él, más dado a subir al atril sin papeles. Fueron sus últimas palabras como presidente de la Junta. «¡Viva Extremadura! ¡Viva España!», dijo antes de regresar a su sitio y así dejar atrás doce años como el político con más poder de la región.
A partir de ahora, será diputado autonómico y senador, un paso inesperado a tenor de su reiterado principio de hacer solo política en Extremadura, para lo cual rechazó dos veces ser ministro (se lo ofrecieron Rodríguez Zapatero y Sánchez). «Lo de senador no tiene sentido, se está equivocando», opina alguien que ha compartido con él muchas horas en los últimos años. Varios de los que mejor le conocen, compañeros y también rivales, analizan las luces y sombras de quien dirigió el Gobierno regional durante tres legislaturas (de 2007 a 2011 y desde 2015 hasta ahora).
«La característica que más le define es su extraordinaria calidad humana, es alguien de una pasta especial», afirma un compañero de fatigas, el mismo que le reprocha haber caído en los últimos tiempos «en un cierto aislamiento, o ensimismamiento».
Esa especie de encierro en sí mismo se percibió en la campaña para las elecciones municipales y autonómicas del pasado 28 de mayo, donde se vio a un candidato con menos energía que en las anteriores citas con las urnas. No perdió su carácter afable, pero sí se le vio con un aire meditabundo. «Está así desde aproximadamente la mitad de la legislatura», afirma un compañero de partido. «Es desde la pandemia, que le dejó muy tocado», completa otro. «En los peores días de la covid –añade–, cada mañana le daban las cifras de muertes y hospitalizados, y lo pasaba fatal. Todos los días daba pésames. Raro era el día que no le tocaba llamar a la familia de alguien a quien conocía. Y luego está la muerte de su amigo Vidigal, que para él fue un palo grande».
Eduardo Sánchez Vidigal y Vara nacieron la misma semana en Olivenza, el pueblo por el que les gustaba pasear juntos los sábados y domingos. En esas caminatas habían hecho planes para tiempos mejores. «En la pandemia, Guillermo llamaba casi cada semana a muchos alcaldes, tanto del PSOE como del PP, y no solo para interesarse por lo que necesitaban para sus municipios, sino también para preguntarles por ellos y sus familias», cuenta alguien que nunca le votaría. «Vara es una buena persona –define este contrincante político–. Es cercano, humilde, empático y en ningún momento se le subió el cargo en la cabeza. Ha seguido saludando cada mañana al barrendero con el que se cruzaba, al quiosquero cuando iba a por la prensa, al panadero...».
«Como persona es un diez», zanja otro socialista que sin embargo, le baja la nota cuando pone la lupa sobre el político en vez de a la persona. «No ha elegido bien a sus equipos –opina–. En sus tres gobiernos ha habido consejeros mediocres, sin talento ni trayectoria ni conocimientos para desempeñar esa tarea. Ahí se ha guiado más por afinidades que por talento o méritos. Ha premiado la fidelidad al partido por encima de la capacidad. Le obsesiona el relevo generacional, que el partido tenga banquillo, y eso le ha llevado a equivocarse».
«Últimamente se ha comportado como uno de esos jefes mediocres que no se toman bien que alguien de su equipo le diga que se está equivocando», completa otro veterano político extremeño, que contrarresta esta crítica con una alabanza. «Ha gobernado Extremadura como un alcalde de pueblo que conoce a todos sus vecinos –dice–, y esto es muy bueno y muy difícil de conseguir».
Efectivamente, Vara conoce a muchos extremeños. Les llama por su nombre cuando va a sus pueblos y se cruza con ellos. Y ellos le llaman a él Guillermo. Como casi todos. Y difícilmente ha habido y habrá un presidente de la Junta con el que sea tan fácil hablar por teléfono. «Parte de su táctica –analiza un exdiputado del PP– es la cordialidad, sabe nadar entre dos aguas, moverse en el gris, huye de los extremos, pero en su posición a veces es obligado pronunciarse, tomar partido, pegar un puñetazo en la mesa, y eso a él le cuesta».
«En el tema del tren, por ejemplo, su gestión ha sido un despropósito», lamenta un dirigente socialista, que apunta también otro motivo de crítica interna. «Dentro del partido –asegura– hay bastante gente que opina que Guillermo se ha equivocado evitando la crítica a (Pedro) Sánchez. Él, por su forma de ser, se ampara en que no quiere sacar un provecho político a costa de un compañero, pero este planteamiento es una de las claves de nuestro batacazo electoral».
«Guillermo no debió ser el candidato en las últimas autonómicas, debió haberse ido mucho antes», cree una militante socialista que conoce bien los entresijos del partido, y que considera también que «se ha preocupado tanto de los grandes proyectos, de la revolución industrial que va a vivir la región con los proyectos de energías verdes, que se olvidó de lo que parece más pequeño pero no lo es. Me refiero –concreta– a que el autónomo cobre su subvención pronto, a que el dependiente no tenga que esperar para recibir su ayuda, o a que no haya listas de espera. Conseguir esto pasa por acaba con inercias instaladas hace mucho en la Junta, y esto él no lo ha hecho».
Esto contrasta con un hecho que nadie en el partido le discute: el éxito al afrontar la difícil tarea de suceder a Juan Carlos Rodríguez Ibarra. «Él era un médico forense ajeno a la política al que encargan nada menos que suceder al hombre que ha gobernado la región durante 24 años seguidos y que lo es todo en el PSOE extremeño –contextualiza un socialista veterano–. Guillermo aceptó ser director general de Salud Público pero poco después se vio embarcado en algo mucho más grande y complejo. Él no era un cachorro del partido y fue designado a dedo por Ibarra, y todo esto despertó algunas reticencias que se quedaron de puertas hacia adentro. Y él, sin embargo, gestionó ese momento tan difícil de manera impecable, gracias entre otras virtudes a su enorme capacidad para aprender».
«En la política hay gente maniobrera y calculadora, dada a las conspiraciones y las deslealtades, y él es todo lo contrario a todo eso. La otra cara de la moneda es que tiene una cierta tendencia a pensar que él solo lo puede solucionar todo, y le cuesta trabajar en equipo, pese a su formación, que va mucho más allá de la propia de un médico». «Guillermo –concluye– tiene un toque humanista muy interesante».
Esa capacidad para ver más allá, para anticiparse, llevó al ya expresidente a afirmar hace tres años que la pandemia había sido algo tan impactante y difícil que acabaría «llevándose por delante a toda una generación de políticos». Y esa reflexión ha terminado por ser algo así como una profecía. Una profecía autocumplida.
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