En la puerta de su despacho, en el Arzobispado de Mérida-Badajoz, hay un rótulo con su nombre al que antecede el tratamiento de ilustrísimo señor. Uno siente que es una de esas veces en que un rótulo así no es una impostura. Porque Paco Maya (Paco, ¿quién lo conoce por Francisco?) es ilustre, es decir, insigne y célebre. Adjetivos que se ha ganado a pulso entre creyentes y descreídos haciendo de la entrega a los demás su manera de vivir. Paco Maya (Segura de León, 1953), es noticia porque el arzobispo Celso Morga lo ha nombrado vicario general de la archidiócesis. Un hombre que es nada más -y nada menos-, que cura, no busquen otra cosa. Cura de los de barrio. De los de los pobres. De los que mejoran la comunidad desde el tajo. Pareciera que el papa Francisco estaba pensando en él cuando dijo que lo que necesita la Iglesia son pastores «que huelan a oveja». Maya dice en esta entrevista que ese 'olor a oveja' es lo que ha pretendido con su sacerdocio, y uno tiene la sensación de que lo ha conseguido, de que se adelantó a esa aspiración pontifical 43 años, porque lleva 'oliendo a oveja' desde que se ordenó en 1977. En la parroquia de San Juan Macías y en la de Cuestas de Orinaza. Y ahora en la de Virgen de Guadalupe. Y en varias etapas (desde 1986) como delegado diocesano de Cáritas, cerca de los que sufren. Paco Maya sabe, como pocos, de las coronas de espinas de Badajoz (la última, la del albergue montado en el polideportivo de Las Palmeras para los sintecho durante el confinamiento). Y ahora, desde la nueva responsabilidad que le toca y que ya tuvo con Antonio Montero en 2003, hace en esta entrevista un análisis crudo y sin concesiones de la Iglesia, y alberga la esperanza de dotar a la archidiócesis de un impulso misionero.
-El arzobispo Celso Morga le ha nombrado vicario general de la archidiócesis. Usted desempeñó esta misma vicaría en 2003, nombrado por el entonces arzobispo Antonio Montero. Es un cargo que requiere un amplio conocimiento de la archidiócesis. ¿Ha cambiado mucho la Iglesia en esta demarcación desde 2003 hasta hoy?
-Ha cambiado como lo ha hecho la situación social y cultural. También ha habido un cambio eclesial y ha cambiado la perspectiva de los sacerdotes, cuya edad media ronda los 60 años. Tenemos una diócesis envejecida. Pero el cambio fundamental es que ha crecido el descreimiento. Eso de 'me da igual que Dios exista o no'. Hay una gran indiferencia ante el hecho religioso.
-¿La indiferencia religiosa ha crecido tanto como para que se note en apenas 17 años?
-Sí. Ha habido un fuerte descenso de católicos practicantes, que es un factor que refleja esa indiferencia. En unas zonas de la diócesis podemos estar en torno al 8% y en otras en torno al 15% de católicos practicantes, pero no más. Y, además, son personas de edad. La juventud católica no está en ningún ámbito asociativo, lo cual es fruto de la realidad cultural.
-¡Pues empezamos bien la entrevista! En mi cuestionario, la pregunta sobre si está o no en crisis la Iglesia estaba de las últimas, pero en su primera respuesta ya me está diciendo que sí está en crisis, y que además es profunda.
-Es verdad, pero no es solo un problema eclesial. Es social y cultural. Que no haya jóvenes dentro de la Iglesia es porque no hay jóvenes en el mundo asociativo, en el de la implicación. No hace mucho tiempo, la juventud era muy comprometida socialmente, había que pararla. Ahora no hay nada de eso. Ahora impera el 'me da igual, carpe diem y ya está'. Esta realidad influye en el hecho religioso. Si uno no se plantea con qué valores voy a vivir, cómo voy a dar el siguiente paso de implicarme en la Iglesia.
-Lo siento muy desesperanzado. ¿Qué es lo que le ha pasado a la juventud en estos últimos años?
-No estoy desesperanzado, pero quiero plantear una postura de realismo porque sin ella no es posible la esperanza. La esperanza sin realismo es ilusoria y para generar una esperanza que transforme la realidad es preciso hacer un análisis de la situación. Es verdad que en la juventud se está dando una sensibilización, por ejemplo hacia el hecho ecológico, pero no sé si esa sensibilización acaba en un compromiso práctico o se queda meramente en el discurso.
-Usted ha sido siempre un cura de parroquia. Ha sido párroco de San Juan Macías y de las Cuestas de Orinaza, donde la vida era siempre muy dura. ¿En estos momentos, en su parroquia de la Virgen de Guadalupe, en Valdepasillas, un barrio de gente más joven y de clase media, nota más atonía en los feligreses, menos implicación?
-Es una realidad distinta y con un contexto diferente. Cuando estaba en las Cuestas de Orinaza la preocupación era la marginación, la pobreza, la exclusión. Aquello implicaba un compromiso religioso, eclesial y también político. Lo que queríamos era realojar a la gente y que el barrio desapareciera. Había una comunidad viva. No era grande, pero sí con suficiente fuerza transformadora. Ahora, en Virgen de Guadalupe también hay una comunidad viva y muy comprometida con proyectos solidarios y de todo tipo con ámbito en Badajoz o en el Tercer Mundo. Y también es verdad que la comunidad es de gente joven. La parroquia de Virgen de Guadalupe no es representativa de la generalidad. El Papa está incidiendo en la necesidad de una renovación para no seguir haciendo lo que estábamos haciendo. El Papa dice: «No basta decir así se ha hecho siempre» porque eso puede valer para lo que antes hacíamos, pero no para los nuevos retos.
-¿Cuáles son esos nuevos retos?
-Huir de la Iglesia atrincherada. Tenemos que ser una Iglesia que salga. Tenemos que dialogar. Pablo VI decía: «Más que diálogo, la Iglesia necesita coloquio, que cuando dialogue se ponga en el lugar del otro». Esos son retos de la Iglesia. Y sobre todo ante la realidad de sufrimiento en que estamos. La pandemia ha descubierto una realidad económica brutal en muchas familias. Ante ello, tenemos que ser una Iglesia de misericordia, solidaria y de acompañamiento de las familias. Este reto puede coger al clero cansado.
-¿Cansado porque falta la savia de los sacerdotes jóvenes?
-Por eso y porque esta situación lleva a un cansancio personal y psicológico muy grande.
-Hablaba antes de que la Iglesia tiene que dejar de estar atrincherada. ¿Está atrincherada en la archidiócesis?
-No diría que esté totalmente atrincherada, pero sí es una Iglesia que necesita un impulso misionero fuerte. Quizás, por todo lo que hemos vivido, se ha apoderado de nosotros cierto conformismo. Las situaciones hacen que nos desconcierte lo que está sucediendo. Que una persona que ha estado formada con una mentalidad de Iglesia, es comprensible que ahora que cambia toda la realidad responda diciendo: 'a mi edad no se me puede pedir un planteamiento nuevo, un cambio de praxis pastoral'. Eso es lo que está costando. Tenemos como reto generar una nueva pasión evangélica, eclesial, social
-Todo esto sería mucho más fácil con savia nueva. Antes hablaba desencantadamente de la juventud, pero la juventud no debe ser la única culpable de no sentirse atraída por la Iglesia.
-Por supuesto. No podemos culpar a los jóvenes de que no tengamos savia nueva. El mundo de la juventud no es ni mejor ni peor que otros. Es el que es. Y es al que nosotros tenemos la obligación de saber llegar. ¿Qué ocurre? Que los jóvenes, y también gran parte de la población, tienen una determinada imagen de la Iglesia: una Iglesia autoritaria, caduca. Y encima todos los episodios de abusos con menores, que han repercutido indudablemente en la imagen de la Iglesia. Todo eso ha ido creando una corriente de opinión que se puede resumir en: 'Con determinadas personas de la Iglesia, sí, pero con la Iglesia, no'. Es la imagen de la institución la que está obstaculizando que lleguemos a los jóvenes. Por eso el papa Francisco está queriendo incidir en el cambio institucional y estructural de la Iglesia para que podamos transmitir la imagen del Evangelio que llega a la gente.
-¿Cree que el Papa lo está consiguiendo? ¿Cree que la respuesta que está dando en el asunto de los abusos acerca la Iglesia a los jóvenes?
-A mí me parece que está siendo muy valiente. Ha puesto ese problema sobre la mesa y se ha comprometido a no ceder. Al tiempo ha pedido perdón por lo que se ha hecho mal. Está siendo transparente. Lo que ocurre es que queda mucho reto por delante para llegar a la Iglesia que pretende Francisco.
-La Iglesia que pretende Francisco es aquella en la que los pastores «huelan a oveja». ¿Usted se ve como un pastor que 'huele a oveja'?
-He querido siempre 'oler a oveja', aunque no sé si lo he conseguido. En mi labor pastoral siempre he partido de la necesidad de estar cerca de las personas que sienten dolor, del tipo que sea. Estar cerca de la gente. Ser Paco Maya. No quiero ser otra cosa ni quiero que se me vea como otra cosa. Jesús decía en el Evangelio: «No llaméis a nadie maestro o señor, porque solo hay uno». Huyo de los títulos.
-Usted es en la actualidad delegado diocesano de Cáritas, lo ha sido en varias etapas desde 1986. Conoce, como pocos, la pobreza y la exclusión de Badajoz. Antonio Montero la definió en el año de la riada como 'la corona de espinas' de la ciudad. ¿Ha cambiado esa corona? ¿Tiene hoy más o menos espinas que entonces?
-La corona de espinas permanece. Se ha aliviado un poco la pobreza severa que había entonces, pero los problemas de las barriadas siguen. No se han solventado las causas generadoras de esa pobreza. Durante todo el año pasado nos hemos estado reuniendo con los sacerdotes de los barrios marginales, viendo qué podíamos hacer nosotros como Iglesia, junto a otras instituciones, para paliar la situación. ¡Lo que escuchaba era lo mismo que había escuchado 30 años antes! La conclusión es que el círculo vicioso de la pobreza se está transmitiendo en Badajoz de generación en generación. Lo triste es que la pobreza severa se puede erradicar si hubiera coordinación y determinación de todas las instituciones. Me lo ha demostrado el confinamiento. Nosotros hemos estado en el albergue de los sintecho en el polideportivo de Las Palmeras. En medio de la dureza de aquello ha habido una cosa que me ha alegrado muchísimo: ha habido una coordinación eficaz de todas las instituciones (la asistencia sanitaria, la Delegación del Gobierno, la policía...) , y eso nos ha permitido sacar a todo el mundo de la calle, que era el objetivo. Solo con el esfuerzo de Cáritas no lo hubiéramos conseguido. Esta experiencia me ha demostrado que cuando todos trabajamos al unísono conseguimos lo que nos proponemos. Coordinémonos, por tanto, para erradicar la pobreza severa, porque cuando se quiere, se puede.
-Usted asegura que si se quiere se puede erradicar la pobreza severa. Eso significa que si no se erradica es porque no se quiere.
-O porque no nos tomamos en serio que este es un problema fundamental. ¿Y por qué no se percibe como un problema fundamental? Porque los pobres severos no tienen fuerza política. No tienen voz. Nuestra misión como Iglesia no es hablar por ellos, porque sería quitarles el protagonismo que les corresponde, pero sí prestarles el micrófono. En esto hay que empeñarse. El Papa dice: «Tenemos que pensar menos en el interior de la Iglesia y más en lo que pasa en el exterior de ella».
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