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Seguramente hasta el jueves pasado nunca había tenido tanto valor subir los 57 escalones que tiene la escalera de caracol que lleva al campanario de ... la iglesia de San Blas, en Salvatierra de los Barros. En el pueblo no faltan campaneros, aunque ahora son menos como pasa en el resto de Extremadura. Antonio Borrego Indias, de 44 años, y Juanjo Flores Cordero, de 21, forman parte de ese grupo que personas que tienen entre sus manos una tarea tan sencilla como valiosa, la de tocar las campanas. Lo acaba de decir la Unesco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
El toque manual de campanas en España (desde Extremadura se ha hecho mucha fuerza para que sea así) es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Palabra de la Unesco. Una de las costumbres más ancestrales pero cada vez más expuestas a su desaparición acaba de recibir un impulso en un territorio como el extremeño en el que, a pesar de su decadencia desde 1970, todavía hay personas que manejan el sabio arte de tañir campanas.
Un modo habitual de comunicarse en las zonas rurales, no solo ligado a los actos religiosos, también una forma de arte por su musicalidad y que a partir de ahora goza de un reconocimiento que, más allá de la distinción en sí, obliga a las administraciones españolas a iniciar planes para salvaguardar la transmisión de esta práctica.
No hay un listado cerrado de campaneros en Extremadura. Ni dónde están. Se conoce, con certeza, que los hay en Alange, Cuacos de Yuste, Fregenal de la Sierra, Montehermoso, Navalvillar de Ibor, Valle de la Serena, Jerez de los Caballeros y en Salvatierra de los Barros, por ejemplo. Aquí, para más señas, tienen instaurado un concurso de campanas desde el año 2006 en el que hay premios para los niños menores de 12 años que toquen mejor. Sí, para menores de 12 años. Y los hay en Salvatierra que se suben por la escalera de caracol y dan rienda suelta a su destreza con el auxilio, eso sí, imprescindible, de una persona mayor.
En este último municipio de la Sierra Suroeste, nueve campaneros se suman esta mañana, en el mediodía, a un repique a partir de las doce para festejar el reconocimiento de la Unesco. Antonio Borrego Indias, de 44 años y Juanjo Flores Cordero, de 21, son dos de ellos.
Están felices por una distinción para una tarea que ellos hacen con sumo gusto desde hace años. En el caso de Antonio, desde los siete, cuando el entonces sacristán, Manuel Bermejo, le metió el gusanillo en el cuerpo para subirse al campanario y tocar. En una edición del concurso de campanas que tiene el nombre del sacristán Borrego Indias fue el ganador.
«Es algo muy bonito. Ojalá no se pierda», comenta mientras toma posición junto a la campana grande de la iglesia de San Blas. A su lado, Juanjo asiente. «Es precioso cuando en la noche del Cristo (13 de septiembre,) tocamos las campanas con el sentimiento que lo hacemos. En Salvatierra somos unos cuantos campaneros pero la verdad es que van quedando menos», refiere.
El cura del pueblo, Manuel de Jesús Cintas, no puede estar más de acuerdo. «Es una maravilla lo que tenemos aquí. Es una tradición que nunca debiera perdiese. Aquí estuvimos casi un año sin una de las dos campanas porque se rompió la chica y lo echamos mucho de menos», sentencia.
La mecanización y la automatización de los toques de campana se ha impuesto de forma galopante en las últimas décadas. «Se trata de una cuestión de comodidad, básicamente», sostiene Gabriel Rivera, integrante de la Asociación de Campaneros de Extremadura, colectivo que ha recibido con júbilo el reconocimiento de la Unesco.
«Cuándo suenan las campanas en los pueblos hay vida. Si no suenan parece que están muertos», resume Gabriel Rivera, para añadir que no hay dos pueblos «en los que se toque igual». Rivera adelanta emocionado que esta mañana subirá al campanario de la catedral de Plasencia para tañir las campanas. «No suenan manualmente desde hace 30 años», enfatiza.
La asociación Amigos de Salvatierra organiza junto a la Hermandad del Santísimo Cristo de las Misericordias un concurso de campanas cada 13 de septiembre desde hace dieciséis años. «Solo dejó de celebrarse el año que se rompió uno de las dos campanas y los dos últimos de la pandemia pero para el próximo septiembre volverá», explica a HOY Candelario Vázquez, uno de los integrantes de la asociación salvaterreña. 'Amigos de Salvatierra' ha sido una de las entidades que en España se sumaron al expediente iniciado por el Ministerio de Cultura para pedirle a la Unesco que el toque manual de campanas fuese catalogado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Explica Vázquez las campanas nos indicaban las partes del tiempo en que se dividía el día, si había fallecido un hombre o una mujer o si había fuego, entre otros mensajes. En Salvatierra para anunciar que ha muerto un hombre suenan doce campanadas y nueve si es una mujer la difunta.
Las campanas tocaban para el Ángelus (siguen sonando a mediodía en el municipio); el Ave María (al amanecer) o de Vísperas (se tocaba para avisar a los hombres que estaban en el campo que era el momento de comer).
La hora variaba dependiendo del periodo del año: desde el 3 de mayo hasta el 14 de septiembre se tocaba a las tres de la tarde y desde el 15 de septiembre a 2 de mayo, a las dos. «Era un gran medio de comunicación. Dice el refrán 'de la Cruz de mayo hasta la Cruz de septiembre, repicar las campanas hasta que se quiebren'», finaliza el cura Cintas.
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