El bar de Benquerencia, famoso porque los domingos pides una caña y te ponen un huevo frito y unas patatas asadas, es también hogar del pensionista y panadería y tienda de conveniencia y punto de recogida de paquetes, por eso hay uno de Amazon en ... una esquina de la barra, junto a la puerta. No es para Juani Delgado, 59 años, «la última persona que nació en este pueblo», según cuenta ella entre que sirve un café, despacha unas barras de pan y limpia las mesas de la terraza. Ese envío del gigante mundial de las compras es para un vecino, un joven que no hace mucho dejó Madrid y se instaló en esta plácida esquina extremeña. El repartidor debió llamar a su puerta, y como no estaba en casa, pues lo dejó donde Juani. Es lo normal aquí, donde «el bar tiene una parte de labor social», define quien lo regenta desde hace tres décadas. «El día que cierre, se acabó el pueblo», certifica cayado en mano Benito Sánchez, 65 años, recién jubilado tras una vida como pastor. «Es el principal aliciente que tenemos –amplía el hombre–. Es el alma del pueblo. Si no hay bar, no hay nada, no viene nadie». Queda claro: en la Extremadura que se vacía, el bar no es solo el bar.
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En Benquerencia, de hecho, está a punto de ocurrir algo que va a remover los cimientos del pueblo. Una de las noticias locales más trascendentes en mucho tiempo: Juani y Luis van a dejar el bar.
–¿Por qué?
–Llevo treinta años en él, dando 15, 17 horas al día... Todos los días del año. Es muy duro. En todo este tiempo no he podido ir de vacaciones a la playa con mis hijos. Muchas veces ellos me lo han echado en cara. Con razón. Y ahora tengo dos nietas. Una de dos meses y otra de nueve.
–¿En treinta años no ha ido a la playa con sus hijos?
–No.
–¿Y por qué nunca cerró unos días y se fue?
–Porque si cierro el bar, ¿adónde va la gente de aquí?
Hubo un tiempo feliz en el que este pueblo (ochenta vecinos según el Instituto Nacional de Estadística, si acaso sesenta a decir de los que se acuestan y se levantan en él cada día) tuvo dos bares. «Pero hace 35 años o más que el otro cerró», afirma una clienta de la terraza. De pie, otro vecino amplía: «El bar es el local social del pueblo, porque aquí no hay otra cosa. Es el sitio en el que nos juntamos todos, en el que celebramos cualquier cosa que haya que celebrar». «Y encima lleva también el comercio, que si no lo tuviera, a ver dónde teníamos que ir...», completa la primera vecina. ¿Y si lo cierran? «Pues venimos con una cizalla y lo abrimos», bromea un tercero.
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Aunque Juani y Luis lo vayan a dejar, el bar de Benquerencia seguirá abierto. El local es del Ayuntamiento, que por lo que cuentan, ya ha encontrado a quien tome el relevo. Si se mantienen las condiciones actuales, el nuevo licitador no tendrá que abonar al Consistorio más que las facturas del agua y la luz. No como en Valdemorales (202 vecinos, a quince kilómetros), donde se pagan treinta euros al mes.
Salen del bolsillo de David Paquete, 38 años, antiguo camarero y metre de un hotel de cuatro estrellas en Almendralejo. «Me llamó un conocido para ofrecerme el bar, que por entonces estaba cerrado, me pareció una oportunidad para tener mi propio negocio y me vine aquí hace ya casi tres meses», cuenta el joven después de servirle un vermut rojo a un vecino y de atender a dos mujeres en la tienda que ha habilitado en el propio bar. «Al principio iba y venía a diario a Cáceres, que es de donde yo soy, pero era incómodo, así que hace un mes me instalé en el pueblo», cuenta tras la barra el empresario, camarero y tendero.
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Hoy hay un poco más de jaleo del habitual, porque es el último día de las fiestas de la Virgen del Rosario y para celebrarlo, David ha organizado una comida. Caldereta de cerdo y paella. Por dos euros. «Un precio simbólico», comenta el joven, que cierra su negocio los lunes. Lo que ocurre ese día da una pista sobre la dimensión social que alcanza el bar en algunos pueblos.
«Cuando David cierra, lo que hacemos es juntarnos las que queremos en la puerta del bar a la hora de la cena, con nuestras sillas, a tomar al fresco y comernos un bocadillo», cuenta María Luisa Mayoral, o si se prefiere, 'Luisi la morena'. Heredó el apodo de su padre, que era de piel oscura. Durante «15 ó 20 años», cuenta la mujer, regentaron el Bar Moreno Real Madrid, que tenía una terraza que hoy es el patio enorme de su casa y está lleno de plantas.
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«Yo voy mucho al bar: a desayunar, a cenar...», cuenta María Luisa Mayoral, que hace un rato estaba limpiando la entrada a su casa, a tres pasos de un vecino que echa la mañana al sol y que riñe al desconocido del cuaderno y las preguntas por sentarse demasiado cerca. Incluso cuando el extraño se aleja, le pide que «se retire» un poco más. «Hasta me has rozado con el brazo», se queja el hombre, que a la pregunta de cómo se llama responde que no se llama, y que en cuanto considera que ya es hora, se levanta y se marcha al bar, al que otros vecinos llaman el teleclub.
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Antonio J. Armero
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Quizás tenga algo que ver que en una de las paredes del local hay una pantalla, ahora enrollada. Seguramente ahí se han proyectado películas, conforme a esa vertiente cultural que no es extraña en los bares de la Extremadura más despoblada, donde lo mismo se sirve una caña que se vende un bote de garbanzos o se dan unas clases de gimnasia de mantenimiento. Habitualmente, estos negocios ocupan locales municipales y cambian de camareros cada poco, como de hecho ocurre en Valdemorales. «En los últimos cinco o seis años, lo habrán tenido diez o doce personas», detalla David Paquete.
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«Todo depende de cómo le vaya al que lo coge», comenta el jubilado que no quiere salir en el periódico. «En verano –añade– suele estar abierto, pero luego llega el invierno y ya hay menos negocio». ¿Y cuándo está abierto van mucho al bar? «No salimos de él», se ríe el vecino anónimo. «Yo ahora mismo me voy para allá», anuncia, y a los dos minutos se levanta y enfila el camino hacia el bar, que en una demostración de sensatez está justo frente al escenario montado para las fiestas (el pasado martes actuó Emilio Serrano con su homenaje a Antonio Molina). Detrás hay una parcela en la que pastan ovejas, y al lado está la báscula de pesaje, que aquí tiene bastante trasiego porque es zona y temporada de higos.
juani delgado. rEGENTA EL BAR DE BENQUERENCIA
Van y vienen los tractores con sus remolques por las calles de Valdemorales, que tiene ahora cinco empadronados más que hace un lustro, lo que viene a ser una proeza. Además, dispone de colegio –o sea, hay niños– y de farmacia, para envidia de otros municipios con más población. Más aún: acaban de construir una residencia de ancianos que aún no se ha estrenado.
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En Benquerencia, sin embargo, la farmacia solo abre dos días a la semana, y no hay escuela. El municipio ha fiado su futuro al turismo, al integrarse en 'Less than hundred', que se presenta como «una red internacional de lugares especiales con menos de cien habitantes». Al grupo pertenece también Cachorrilla, otra de las ocho localidades de la región que no llegan al centenar de vecinos.
MARÍA LUISA MAYORAL, VECINA DE BENQUERENCIA
«Aquí hay turismo, de hecho yo tengo más clientes de fuera que del pueblo», analiza Juani Delgado, que al lado del bar tiene unas casas rurales, todo a dos pasos del Ayuntamiento. «El bar se llena los fines de semana –cuenta–. Vienen los de las bicis, los de los de las motos, los senderistas, los de los quads... Hasta de Don Benito vienen excursiones. El sábado pasado pararon aquí veinte personas que venían a caballo desde de La Cumbre (junto a Trujillo)».
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Interrumpe la conversación un vecino que quiere pagar el café que ha tomado en la terraza y llevarse el pan y unas cebollas. «El bar sí que tiene movimiento, pero la tienda prácticamente no nos genera beneficios», apunta Juani, que todas las semanas viaja a la capital de la provincia a por mercancía para su pequeño comercio. «Tengo una lista con todo lo que me piden. Hoy por ejemplo, una vecina me ha dicho que quiere pan 'bimbo' integral, y ya lo he apuntado. Mañana vamos a Cáceres, hacemos la compra temprano y a la hora de abrir el bar, ya estamos aquí». Eso ocurre cada mañana sobre las diez. Todos los días. Juani Delgado sube la persiana de su negocio y entonces empieza la vida en Benquerencia.
5.045 Es el número de establecimientos de bebidas que hay abiertos en Extremadura, según el dato del Instituto Nacional de Estadística referido al 1 de enero del año pasado.
La mayoría no tiene asalariados Cuatro de cada diez de estas unidades locales activas (así las denomina el INE) no tiene asalariados. Y casi otro cuarenta por ciento tiene de una a dos, según esta misma fuente oficial.
9,2% Es el peso de la hostelería (bares pero también restaurantes y otros negocios similares) sobre el conjunto de las empresas que tiene la comunidad autónoma, según el último Anuario Estadístico de Extremadura, referido al año 2019.
El tercero con más peso en la economía Rebasan ese porcentaje del 9,2% la construcción, que supera el 15%, y el comercio (al 17% llega el enfocado a mayoristas y al 12% el que es al por menor).
43 Es el número de habitantes de Benquerencia que tienen más de sesenta años, sobre un total de ochenta empadronados, según el INE. No hay ningún censado por debajo de los 15 años, y dos que están en la franja de los 15 a los 19. No obstante, varios de los que residen en el pueblo coinciden en que la cifra de quienes viven cada día en él debe rondar los sesenta.
20 menores de veinte años están empadronados en Valdemorales, cuyo censo incluye también a sesenta personas mayores de sesenta años, sobre una población total de 202 habitantes, según un informe del Instituto de Estadística de Extremadura sobre padrones municipales de la región.
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