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Es martes, día del mercado semanal en Plasencia, son las doce y media de la tarde y un taxi para en el aparcamiento del hotel ... Hospedium Doña Mafalda de Castilla, de cuatro estrellas y a cuatro kilómetros de la ciudad. El grupo que se baja del coche no carga maletas sino bolsas. Porque ninguno es un turista. Son todos temporeros de la cereza. Trabajan en la fábrica de la Agrupación de cooperativas Valle del Jerte y ese alojamiento es su casa mientras estén en esta esquina del norte extremeño de donde salen las famosas picotas.
Hospedarles en un hotel es la solución que ha encontrado la Agrupación a la falta de opciones de alojamiento para todos los trabajadores que necesita en mayo, junio y julio, la época en que la industria multiplica su actividad porque es cuando se recolecta. Once cooperativas del Valle del Jerte, cuatro de La Vera y dos de Las Hurdes llevan sus frutos a esas instalaciones de la Agrupación, donde los lavan, analizan, calibran y guardan hasta que salen a los mercados nacionales e internacionales.
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Que es época de cerezas en el Valle del Jerte se nota nada más poner una rueda en la carretera N-110, la que va de Plasencia a Ávila cruzando el valle de las cerezas y que ahora vive un trasiego de camiones desconocido durante el resto del año. Al pie de esta vía está el hotel. En el kilómetro 399,9, aunque nadie en Plasencia daría esa dirección. Para todos en la ciudad, ese es el hotel del kilómetro 4, porque es la distancia que le separa de la ciudad. Un poco más abajo está el club social La Vinosilla, y unos metros más arriba, el cruce que lleva a la urbanización K4 y al embalse Jerte-Plasencia, cuyo margen izquierdo es una zona de esparcimiento cada vez más concurrida. A cualquiera de estos sitios se puede llegar también desde el centro ubano a pie o dando pedales, por el paseo fluvial con carril bici.
«Nosotros tenemos coche, así que lo tenemos más fácil para ir a Plasencia, que por cierto, me ha sorprendido, pensé que era más pequeña». Lo cuenta Gabriel Durán, 22 años, mientras prepara la comida con su amigo Fernando Ramírez (26). Los dos viven en Olivenza, y se han venido al Jerte a trabajar. Están alojados en el hotel, no saben por cuánto tiempo, puede que antes de lo previsto y deseado, porque las lluvias de la semana pasada han echado a perder buena parte de la cosecha. No hay cerezas en el campo para tanto temporero, y probablemente, algunos contratos que debían expirar el 30 de julio lo van a hacer un mes antes.
«Estamos bien en el hotel», coinciden los dos amigos. Lo cuentan en un edificio anexo al alojamiento, un espacio que hace años fue una cafetería y ha reabierto estos días como sala para que los temporeros se preparen sus comidas y cenas. Hay cuatro microondas y cuatro hornillos, aunque algunos de los que estos viven allí se han comprado sus propios pequeños electrodomésticos para cocinar, más veloces que los del hotel. «En él hemos llegado a alojar a casi cien trabajadores», detalla Mónica Tierno, directora general de la Agrupación de cooperativas Valle del Jerte. «Desde la pandemia –explica–, ha crecido bastante nuestro volumen de trabajo en almacén, y en consecuencia, también las necesidades de personal. No nos llega con el que hay en la zona, necesitamos más, y nos encontramos con el problema de la falta de alojamientos para todos. Hay poca vivienda en alquiler, ni siquiera en Plasencia, y la que hay es cara, y no es fácil alquilarla para temporadas cortas como es la de la recolección. En esta situación, el año pasado, pagamos la estancia de unas treinta personas en el albergue turístico de Plasencia, y una veintena fueron a un alojamiento rural en Oliva de Plasencia. Este año, queríamos crecer en personal, contactamos con varios alojamientos y al final contratamos las habitaciones en el Hospedium Doña Mafalda».
Su director, Jesús Dávila, explica que les pareció una buena opción en una época del año en que la demanda turística es baja. «Y la experiencia –resume– ha sido interesante, ha resultado edificante conocer a gente de culturas distintas a la nuestra».
Porque en su establecimiento hay españoles, marroquíes, rumanos, hispanoamericanos... Todos están en régimen de alojamiento y desayuno, y les cambian la ropa de cama y les limpian la habitación una vez a la semana. Además, la agrupación les pone un autobús para trasladarles hasta la fábrica, que está antes de llegar a Navaconcejo, a unos veinte minutos en coche. Y también un autobús que les lleva a Plasencia dos días a la semana, siempre que haya demanda suficiente (al menos 25 pasajeros, según algunos alojados). Un cartel en el mostrador de recepción informa de que ese servicio sale el lunes a las 17 horas y vuelve a las 20.30, y el martes parte a las 10 horas y regresa a las 13.
«Para lavarnos la ropa, vamos a Plasencia, que hay varias lavanderías», cuenta Dolores, guineana residente en Madrid que tiene también su comida tomando forma en el hornillo portátil. Ella, como el resto, paga 7 euros diarios por alojarse en el hotel. Se los descontarán del salario, que es de 60 euros por la jornada de ocho horas, más 7,75 euros cada hora extra, y 10 euros la hora extra en domingo.
«Estamos agradecidos al hotel por valorar nuestro necesidad y permitirnos solventar el problema, pero es una solución temporal –explica Mónica Tierno–. La falta de alojamiento es un problema importante que hay que solucionar con alojamientos específicos para temporeros». Ella cita el remedio que han aplicado en otros sitios de España: pequeños apartamentos prefabricados, de hormigón, equipados con cocina y lavadora, para alojar a entre seis y ocho trabajadores.
«Hay mucha gente dispuesta a venir a trabajar, y nosotros necesitamos de mayo a julio esa mano de obra, pero se encuentran con que no hay alojamiento para ellos», expone la directora general, que considera que esta escasez de hospedaje para los trabajadores que la industria requiere debe tomarse «como algo prioritario». «Es un problema latente ya desde hace tiempo que llega a poner en jaque la campaña, porque nos encontramos con que tenemos las máquinas que necesitamos pero no las personas», analiza Tierno, que añade un elemento más al diagnóstico. «Es un problema –vaticina– que va a ir a más con el paso del tiempo, por el envejecimiento de la población». Se trata, constata la directora general de la Agrupación, de «un problema estructural que afecta al conjunto de la provincia, a agricultores y empresas, y que requiere de la implicación de la administración».
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