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En 1975, en un mes de diciembre como este, los vecinos de Cáceres estaban alarmados ante la desaparición de un niño de solo 8 años, que estaba interno en el Centro de Educación Especial PROA. Se llamaba José Ignacio Alcón Clemente y había nacido en ... Montehermoso.
En PROA, ubicado en Aldea Moret, notaron la falta de José a las siete de la tarde del viernes 12 de diciembre. Los responsables del centro avisaron a la Policía y a los bomberos, que rastrearon los pozos de las antiguas minas de fosfatos. El niño no aparecía, pensando algunos que quizás había sido secuestrado.
No le encontraron hasta dos días después, la tarde del domingo 14 de diciembre. Descubrieron su cadáver, al fondo de un pozo, los hermanos Luis y Quintiliano de 15 y 12 años de edad. Los hermanos vivían con sus padres en una zona de chabolas adosada a PROA, que era conocida por 'La Higuera'. En las chabolas no había servicios y utilizaban como retrete uno de los pozos de las minas. La tarde del domingo los dos hermanos fueron al pozo. Al mayor se le ocurrió mirar al fondo para ver si estaban vivos unos cachorros que había tirado un amigo suyo el día anterior, y lo que vio, a una profundidad de unos 25 metros, fue el cuerpo del pequeño desparecido.
Los hermanos avisaron al padre, que dio la noticia al alcalde pedáneo de Aldea Moret. Se pudo recuperar el cadáver, que fue enterrado en Montehermoso. Se pensaba que el pequeño se había caído y que quizás, estando con vida, se había muerto de frío; pero los forenses señalaron que había muerto por la caída.
Los vecinos de Aldea Moret pidieron a las autoridades que se cerraran los pozos abandonados, algunos de los cuales estaban llenos de agua. Recordaron que ya en 1948 una niña había resbalado en uno inclinado que tenía agua y se había muerto ahogada.
El periodista del Diario HOY Enrique Romero cubrió la noticia de la muerte del niño. Un año después del suceso, en 1976, comprobó que no se habían tapado los pozos. En un reportaje denuncia insistió en que el problema seguía: «Cuando se trata de algo que pone en peligro las vidas de los ciudadanos, el abandono no tiene explicación posible –escribió–. Y, sin embargo, ahí están los pozos de la muerte, prácticamente tal como estaban cuando el pequeño de 8 años cayó al fondo de uno de ellos, y a pesar de haber transcurrido casi un año desde entonces. ¿Hasta cuándo?».
La desgracia se repitió seis años después. A principio del mes de julio de 1981 los vecinos volvieron a buscar desesperadamente a un muchacho que no había llegado la noche del sábado 4 de julio a su casa. Se trataba de Juan Carlos González Palacios, de 16 años.
El domingo se supo que se había caído en el pozo de la mina 'San Salvador', popularmente conocida como 'El Torreón'. Cuando ocurrió estaban con Juan Carlos dos amigos que por miedo callaron y no dijeron nada del accidente, hasta que el padre de uno de ellos se dio cuenta de que ocultaba algo al ver su nerviosismo mientras la noche del sábado los vecinos buscaban al desaparecido.
Al ir la Policía y los bomberos a 'El Torreón', vieron que estaba levantada la trampilla que tapaba el pozo, que sólo pesaba cinco kilos. A cuatro metros había una plataforma de madera carcomida, que había cedido al peso de Juan Carlos. El pozo tenía una profundidad de unos 190 metros. Había que intentar recuperar el cadáver y se ofreció voluntario para ello el bombero Francisco González Maestre, de 46 años. Sujeto con un arnés a una grúa fue bajando, usando un radioteléfono de la policía para ponerse en contacto con sus compañeros que estaban en la boca del pozo. Al descender y seguir la caída del muchacho, el bombero atravesó seis plataformas de madera rotas hasta dar con el cadáver, que estaba a 90 metros, en una repisa. El rescate fue difícil llegando a temerse por la vida del bombero, que fue felicitado por el alcalde Manuel Domínguez Lucero, que le propuso para ser condecorado.
Con este nuevo accidente, aumentaron las protestas para cerrar los pozos... pero todo siguió igual. La desgracia volvió a Aldea Moret tres años después: el 17 de febrero de 1984.
Esta vez la víctima fue un madrileño de 17 años, Francisco Isidro Ruiz, que hacía la mili en Cáceres. Con otros dos compañeros del servicio militar entró a ver el interior de la mina La Esmeralda. Bajaron por una escalera adosada a un lateral del pozo, que tenía 100 metros de profundidad. Francisco pisó un peldaño que se rompió y se precipitó al vacío. Se golpeó la cabeza en las paredes del pozo hasta caer al agua, en donde murió ahogado. Tuvo que venir al día siguiente un equipo de buceadores de la Guardia Civil, de Madrid, para recuperar el cuerpo. Lo hallaron a las dos de la tarde. El padre estaba en la boca del pozo, llorando cuando llegó el cuerpo mientras un capellán del C.I.R. (Centro de Instrucción de Reclutas) de Cáceres rezaba un responso.
En enero de 2019 medio mundo vivió con angustia el fallido intento de rescatar con vida a Julen Rosello, un niño de dos años que se había caído a un pozo de 70 metros en la localidad malagueña de Totalán. Unos días después de la muerte de Julen, el Diario HOY quiso saber si lo mismo podía haber pasado en Aldea Moret... y encontró un pozo abierto, de fácil acceso. El Ayuntamiento dijo que iba a cerrar todos los pozos abandonados. ¿Habrán terminado las desgracias en los pozos de la muerte de Cáceres?
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