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Es la una y diez de la madrugada y el tren ha llegado a su destino. En los andenes esperan varios trabajadores de Adif. En condiciones normales ya estarían descansando, pero este domingo ha sido más largo de lo habitual: el Alvia que partió de Atocha a las 16.38 horas ha llegado a su destino con 4 horas y 9 minutos de retraso.
En la estación de Badajoz los viajeros desembarcan tranquilos. No hay quejas, solo ganas de llegar a casa. A unos pocos les han ofrecido un taxi para llevarlos a Montijo. Son los que han perdido el enlace. Otros, tendrán que pagarlo de su bolsillo porque a esa hora no hay transporte urbano.
«Yo lo voy a intentar, pero los casos particulares no solemos atenderlos», ha dicho la responsable del tren cuando una mujer le ha preguntado si podrían ponerle un taxi al pueblo al que se dirigía porque a su hija, que esperaba recogerla cuatro horas antes, le cuesta conducir de noche.
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El convoy se detuvo a las 18.00 horas en Talavera de la Reina (Toledo). Antes ya había sido desconectado el tren en varias ocasiones. Es una maniobra parecida a la que presencié cuando el 2 de julio de 2023 regresaba en otro Alvia desde Madrid. Aquel día, el personal de mantenimiento desconectó una y otra vez el sistema de refrigeración del vagón para que arrancase el aire acondicionado, también en Talavera de la Reina.
Aquella vez viajé con calor, pero llegué casi en hora. Me devolvieron la mitad del billete porque el retraso fue de 16 minutos. Entonces Renfe presumía de puntualidad: si un tren Alvia se retrasaba 15 minutos, reintegraba la mitad del pasaje; con 30 minutos, el importe completo. Ahora el compromiso ha variado: por un retraso superior a 60 minutos devuelve 50%; y si sobrepasa la hora y media, abona el 100%.
Hora y media de retraso en un viaje de 4 horas y media parece mucho, pero bien lo habría firmado el domingo. «Si no arranca, abriremos las puertas para que puedan bajar», nos anunció la responsable del tren. Y así ocurrió.
Muchos nos dirigimos a la cafetería de la estación para reponer fuerzas. Pero estaba cerrada. Tampoco había máquina de 'vending'. El negocio más cercano era un chino a diez minutos a pie. Pero el tren podría arrancar en cualquier momento. ¿Cómo arriesgarse a ir?
Ante la imposibilidad de continuar, el tren de repuesto salió de Madrid. «Tardará una hora en llegar», nos anunciaron. Y después de esa hora, otros 45 minutos. Y otra hora más.
Entre medias, nos sirvieron sin coste una bebida y un bocadillo en el vagón cafetería. Hasta que los bocadillos se agotaron y comenzaron a repartir chucherías.
Después conversé con un matrimonio de jubilados. Viajan con frecuencia en tren y contaban incidencias de todo tipo. La última, cuando el pasado 30 de agosto el Alvia que cubría el trayecto Badajoz-Madrid se llevó por delante un coche en un paso a nivel entre Navalmoral de la Mata y Oropesa (Toledo). ¡Sí, el tren rápido que une Badajoz con Madrid sigue atravesando pasos a nivel por los que circulan vehículos que en ocasiones son arrollados!.
Pero volvamos al domingo. El tren se detuvo en Talavera de la Reina a las 6 de la tarde y tres horas después los vagones se habían convertido en una animada tertulia. Delante llevaba a tres señoras graciosísimas, ya sabían que yo era periodista y se quejaban de que el HOY no fuera más crítico con los políticos que tan mal les caen. Me ocurre lo mismo a veces con quienes critican a los del bando contrario, también les parece blando mi periódico. Es lo que sucede cuando se trabaja en un medio que intenta ofrecer una información objetiva.
Yo encajé la crítica con deportividad y cuando una de las señoras necesitó un cargador para el móvil se lo presté sin más. Eran buena gente. Como mi vecina de al lado, una señora de 80 años que me leyó en voz alta el poema que acababa de escribir en el móvil. Estaba dedicado al tren y sonaba bonito.
Poco antes de las diez de la noche nos dijeron que bajáramos. Iba a llegar el tren de repuesto y cruzamos al andén de enfrente. No había túnel ni pasarela, caminamos sobre la vía, también una mujer con andador. Daba miedo verla bajar la rampa.
Al subir al nuevo tren ocupamos los mismos asientos en los que iniciamos el viaje. Pero ojo: «Cuando vayan a salir no usen la puerta situada entre el vagón 2 y el 3. No funciona». Y no se preocupen, cuando lleguemos a Monfragüe podremos ofrecerles agua.
Así sucedió. Pasado Monfragüe repartieron agua. Y mi compañera de vagón, que había comprado una bolsa de bocadillos Rodilla para cenar con su familia, se comió uno de los bocatas para matar el hambre. Incluso nos ofreció porque en las tres horas que pasaron desde que salimos de Talavera el vagón cafetería no pudo servir alimentos.
En esa segunda parte del trayecto fui una vez al baño. Esta vez el asiento del inodoro sí se mantenía arriba. En el primer tren fui a un aseo en el que la tapa caía sobre la taza una vez tras otra. Lo ponía difícil a quien no tenía la necesidad de sentarse.
A la 1.10 de la madrugada el tren llegó a su destino. Pero antes de bajar me despedí de la señora con la que compartí viaje. «No sirve de mucho quejarse, poco vamos a arreglar. Pero tú sí puedes, tú puedes escribir lo que ha sucedido», me dijo. Y así lo he hecho en este artículo.
El del domingo fue mi octavo viaje en tren en tres años. Cuatro veces he ido a Madrid y otras cuatro he vuelto. Seis veces llegué en hora y las otras dos, llegamos tarde: la primera, con 16 minutos de demora y empapado en sudor; la segunda, el pasado domingo.
Me gusta el tren, lo he defendido y lo veo cómodo. Cuando se compra el billete con tiempo, incluso resulta económico. Pero no tengo claro del todo si lo mío es mala suerte o consecuencia de una cadena de errores y olvidos que sitúa a nuestra región en el vagón de cola de un país que estrenó AVE hace más de 30 años.
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